TERRAZA DE PARÍS
Me gustaba porque era de caminar lento, pausado, casi meditativo. Llevaba las manos en los bolsillos del vestido, lo que deformaba el lino y lo ajustaba al cuerpo. Al sentarse en aquella terraza con olor a almendras, montó una pierna sobre la otra y, sin parar de hablar, dejó que su sandalia quedara por un momento suspendida en equilibrio en la punta del pie, columpiándose lev...
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