El sol se
filtra a través de las persianas y pinta sorprendentes líneas de luz en mi
estudio. De nuevo estoy sentado frente a mi máquina de escribir, cuyas teclas
responden con fidelidad pese al desgaste de los años. Decido tomarme un pequeño
descanso y voy a la cocina. Observo a mi mujer, que se está preparando un té
cuyo aroma de menta se arremolina entre los muebles. Sus pensamientos son como
hojas sueltas que yo recojo al viento: qué tal irá el día en el trabajo, planes
para el fin de semana, un toque de nostalgia de la juventud.
No le digo nada y voy al salón principal. Mis hijos viven en sus propios mundos de plácidos conflictos. Cada risa y cada gesto es una partitura que se despliega ante mis ojos. Mi hija sueña con ser astronauta, al menos desde que vio un documental hace unos días. A mi hijo le fascinan la pintura y la música, y hoy danzan diversas melodías en su mente.
Regreso a mi
estudio y recuerdo la conversación de anoche con mi mejor amigo, más profunda
de lo habitual: me habló de sus inquietudes sobre el futuro y sus deseos de
cambiar el rumbo de su vida. Sus palabras todavía resuenan en mi cabeza
mientras intento plasmarlas en el papel, como si fueron mis manos las que
dieran forma a su destino.
Mi novela
avanza y sus personajes cobran voluntad propia. Aunque se supone que conozco
sus secretos y anhelos más profundos, sus tramas me sorprenden. A veces me da
por figurar que, de algún modo, ellos también son conscientes de mi presencia.
A medida que
la historia progresa, los conflictos se vuelven más intensos. Mis personajes
luchan contra sus propios demonios, enfrentándose con valor a los desafíos que
he dispuesto para ellos. La familia empieza a romperse. Los hijos crecen, el
matrimonio entra en crisis y varios giros inesperados conducen a mis personajes
por caminos desconocidos.
Se acerca el
momento crucial. Lo he aguardado con expectación durante meses, pero ahora
siento un vértigo que se aproxima al miedo. El destino final de mis personajes
está en juego, y yo a duras penas logro sujetar el timón de su existencia.
En la última
página, revelo la verdad. Retiro el papel de la máquina de escribir y penetro
como un intruso en la ficción que he creado. He reunido en el salón a mi
esposa, a mis hijos y a mi mejor amigo. Me cuesta mirarlos a los ojos cuando
les hablo de su verdadera naturaleza. Pero al fin les explico su condición de
personajes novelísticos, moldeados con mis palabras y mi imaginación.
La
incredulidad es su esperable reacción. Mi esposa me mira como si yo hubiera
perdido la cordura, incapaz de asumir que todo lo que le ha sucedido es una
ficción. Mis hijos parpadean varias veces, sin saber qué decir. Mi mejor amigo,
sin embargo, me sonríe de forma cómplice, como si hubiera intuido desde el
principio las reglas del juego.
Pero las
reglas han cambiado para siempre. El narrador es uno más dentro de la historia
y, ahora que conocen la verdad, los personajes ya no son marionetas de mis
ensueños. Un mundo de posibilidades se abre ante ellos. ¿Qué harán con su
libertad recién descubierta? ¿Odiarán a su creador por haberlos manipulado?
Intento
aplacar su comprensible enfado. Les prometo que nunca volveré a dirigir sus
pasos. Les digo que, en el fondo, todos somos narradores de nuestras propias
vidas. Que cada acción y elección crean nuevas historias, y que yo me he
atrevido a entrar en su mundo despojándome de cualquier privilegio. La decisión
sobre su futuro (y el mío) les corresponde a ellos.
Con la
revelación flotando todavía en el aire, las miradas se entrelazan en un
silencio cuyo significado no alcanzo a discernir. Mi esposa lo rompe con voz
nerviosa:
—¿Cómo sabemos
que tus palabras son ciertas?
—Porque no
volveré a tocar la máquina de escribir sin permiso. Y vosotros podréis usarla
cuando gustéis.
Mis hijos, ya
dos adolescentes con su personal concepción del mundo, aceptan impulsados por
la curiosidad. Mi amigo confirma su asentimiento con una ancha sonrisa. Y mi
esposa, aún vacilante, concede al menos iniciar un periodo de prueba.
Nos
enfrentamos al reto de escribir juntos nuestro futuro. Los próximos capítulos
deben llevar su firma. Sin necesidad de preguntas, las ideas brotan de sus
mentes como cosechas imprevistas. Mi esposa quiere explorar nuevas facetas de
su personalidad. Ojalá en su destino guarde un papel para mí. A mis hijos les
brillan los ojos cuando hablan de aventuras, viajes y amores que van mucho más
lejos de lo que yo hubiera imaginado. Mi amigo también desea romper los límites
de la trama establecida, aunque asegura que contará conmigo en su periplo.
Mientras
descubro sus anhelos, soy consciente de que mi propia existencia se halla en
una encrucijada. ¿Podré manejar la dualidad de ser creado, además de creador?
Ello implica abandonar el control absoluto, aceptar mi papel como otro
personaje que ha de integrarse en la complejidad del mundo.
* Este cuento forma parte de mi libro Relatos con inteligencia (artificial)

