Andrea Camilleri: El comisario Montalbano.
Salamandra. Traducciones de Antonia Menini Pagès y Carlos Mayor Ortega.
Siempre quise dedicar un texto a Montalbano, o a Camilleri, pero solo este año fui a Sicilia, donde comí pescado en Punta Secca, frente al supuesto mar de Marinella.
Es febrero y el verdor inunda el horizonte. A ambos lados del camino, limoneros y naranjos rendidos de fruto. Viajo de Oeste a Este con tres libros del comisario, y pienso en la literatura como intensificador de la existencia.
De haber sido hombre, me habría sentido cómoda en la piel de Salvo Montalbano. Friolero, intuitivo, solitario..., el jefe de la comisaría de Vigàta ama la buena mesa, la lectura y el mar. Con Livia, su novia, mantiene un profuso contacto telefónico. De noche, y a veces ya de mañana, le agitan pesadillas que Camilleri sabe integrar en el caso sin aburrir al lector. Conmueve del comisario su compasión hacia los defectos humanos. La convicción de que, en el fondo de los otros, descubrimos «inevitablemente un espejo».
En Sicilia hay cementerios que parecen ciudades, testas de moro y naranjas dulcísimas llamadas vainilla. Si en torno a Agrigento y Porto Empedocle respiramos a pleno pulmón a Camilleri, en Scicli y Ragusa vemos al televisivo comisario. Sin embargo, El Gatopardo, leído hace unos meses, me desvía hacia Donnafugata y después hacia Palermo. Y allí, cerca...
Monreale, plaza de la catedral. Leo a los pies de la fuente del Tritón cuando siento que una oleada de sangre me golpea. Alarmada, me incorporo en busca del origen de esa líquida violencia, y compruebo que la sangre es mía, y que sigue dentro de mis venas. Abandono rápido el lugar, desorientada, y camino sin dirección concreta. A mi lado, una signora implora: «Devo comprare questa pomata. Per favore, un euro!».
Montalbano aclararía esta situación, por ahora sin punto final
* Para Gonzalo.

