dos cuerpos que se fusionan
generan un silencio a su alrededor
equivalente a la magnitud de la combustión
en la que se consumen
y
se desaloja el tiempo
en la aproximación de los rostros,
buscándose a sí mismos
en el fondo de una pupila
que horada la intimidad
y alimenta la incógnita de su vacío
la cercanía y un extraño desconcierto,
una fugaz mirada al retrovisor de la vida,
donde se mezclan rasgos del ayer
y del ahora en una especie de acelerador
de partículas
vida y muerte unidas como siamesas,
dos caras de una misma moneda
danzando alrededor de los cuerpos,
compartiendo sudor, aliento
y un diálogo interior indescifrable
sin guion, sin palabras, sin respiración
y la luz al final del túnel
hacia la paz definitiva del cementerio de nubes
solo es dócil la piel cuando se funde
Pedro César A. Verde

