respirando el humo de un mundo pequeño que se pudre despacio
(o no tan despacio),
el alcaide y sus esbirros beben Macallan 18 en despachos con moqueta
y nos llaman vagos mientras cuentan tokens, acciones, bonos y bitcoins,
efectivos, soldados disponibles y recursos humanos,
números sin cara.
Aquí la esperanza es una palabra rodeada de cumplidos vacíos
que muerde lo que puede y huye antes de que amanezca.
En este patio los hombres discutimos sin manos ni lengua,
las mujeres retan a las paredes con la mirada estoica
y el idiota mayor —ese que manda—
promete libertad con la boca llena de clavos y grilletes.
Poetas friegan el suelo con poemas rotos
(in vino veritas),
los locos a veces decimos la verdad.
Aquí el miedo tiene uniforme de franquicia y sonrisa de dentista caro
y cobra su sueldazo
puntualmente cada mes.
A veces, desde las letrinas,
alguien grita un nombre que no conoce nadie,
y el eco suena como un pájaro que rompe el techo
justo antes de que vuelva el silencio.
Chapu Valdegrama

