LA TORMENTA PERFECTA
Suenan truenos en la ciudad vieja,
como golpes en la puerta del sueño,
y los relámpagos cortan el cielo
como cortinas rotas
en una habitación vacía.
El viento arrastra hojas y susurros,
y yo me quedo sentado,
bebiendo la tormenta,
como si fuera la única compañía.
La noche se ilumina con destellos
que parecen jugar con mi miseria,
y pienso que incluso el caos
tiene su belleza rota,
como las botellas vacías
en la esquina.
No hay calma en estos truenos,
solo la promesa
de un despertar roto,
pero en medio de la tormenta,
aquí sigo, siendo parte del trueno,
brillando en la oscuridad.
TODO ES MENTIRA
Todo es mentira
Lo único real,
el miedo que aprieta el pecho,
la muerte que susurra en la oscuridad,
la soledad que se cuela en la almohada.
No hay verdad en las palabras,
solo en ese silencio que se vuelve grito,
en esa sombra que no se va,
en esa sensación de estar solo
en medio del ruido.
Todo lo demás, humo,
aire que se escapa entre los dedos,
ilusiones que se deshacen en la boca,
mentiras que crecen
como malas hierbas.
Pero en ese miedo,
en esa muerte que no podemos negar,
en esa soledad que nos acompaña,
sí, allí, allí hay algo que no miente.
Quizá sea la única cosa sincera:
el hecho de que somos frágiles,
que estamos condenados a la oscuridad,
y que en esa condena, al fin,
todo es verdad.
El olor a alcohol y a tierra seca,
el bullicio de voces que no escuchan,
y allí, entre vasos vacíos y cenizas,
los girasoles se aferran a su amarillo,
como si quisieran escapar de su mismos,
como si supieran
que en este mundo todo es pasajero,
menos el brillo de un rayo de sol
atrapado a desgana en un florero.
Un par de tipos discuten acerca de la vida,
pero sus palabras
se ahogan en la cerveza,
y el ramo, con su quietud, los observa,
testigo silencioso de noches
que no perdurarán en el recuerdo
de sueños que se desvanecen
en un trago más.
Y en ese rincón,
donde la sombra y la luz se enfrentan,
los girasoles parecen susurrar
historias que no se dicen,
de amores perdidos
y promesas rotas,
de días que nunca volverán
y noches que se vuelven eternas.
El tiempo se detiene
en su amarillo intenso,
como un recordatorio de que todo pasa,
pero, que incluso en la penumbra,
hay una chispa de esperanza,
una belleza efímera
que se aferra a la memoria,
como los últimos rayos de sol
en un horizonte lejano.
Y así, entre carcajadas que se apagan
y silencios que pesan,
los girasoles permanecen,
testigos mudos en silencio,
de un mundo que gira y gira,
pero que en su corazón,
lleva la esperanza de un amanecer
que aún no acaba de llegar.
EN LA ESQUINA DE LA NOCHE
En la esquina de la noche,
con un cigarro a punto de consumirse entre mis dedos,
mientras contemplo el eclipse de luna
que anunciaron en televisión,
busco el infinito en un trago de cerveza artesana,
y en el humo que se escapa y se pierde en el aire,
justo delante de mi cara.
Abrazar el tiempo, esa bestia que no para,
es como sujetar la arena con las manos,
intentas y se escapa, se escapa,
como el amor que muere en la distancia,
como el eco de una risa que se desvanece en el recuerdo.
El amor, esa añoranza que arde a fuego lento,
y que se cuela, sigilosa, entre las grietas del alma,
como un reloj sin pilas, sin sentido y sin manecillas,
que marca las horas en el silencio de la noche.
Y sigo, entonces, con el corazón roto,
buscando en cada rincón un suspiro,
una luz que me diga que todavía puedo soñar
con abrazar el infinito, aunque sea solo por un instante,
antes de que el tiempo me devore otra vez.
José Manuel Vara
las risas, los sueños,
los besos que no significan nada,
las promesas que se olvidan con el sol.
los besos que no significan nada,
las promesas que se olvidan con el sol.
Lo único real,
el miedo que aprieta el pecho,
la muerte que susurra en la oscuridad,
la soledad que se cuela en la almohada.
No hay verdad en las palabras,
solo en ese silencio que se vuelve grito,
en esa sombra que no se va,
en esa sensación de estar solo
en medio del ruido.
Todo lo demás, humo,
aire que se escapa entre los dedos,
ilusiones que se deshacen en la boca,
mentiras que crecen
como malas hierbas.
Pero en ese miedo,
en esa muerte que no podemos negar,
en esa soledad que nos acompaña,
sí, allí, allí hay algo que no miente.
Quizá sea la única cosa sincera:
el hecho de que somos frágiles,
que estamos condenados a la oscuridad,
y que en esa condena, al fin,
todo es verdad.
GIRASOLES EN EL BAR
En un rincón del bar,
un ramo de girasoles,
luz amarilla
que se derrama en la penumbra,
como una ilusión olvidada,
como un sueño barato,
que alguien dejó olvidado
entre tragos, risas y algunos llantos.
En un rincón del bar,
un ramo de girasoles,
luz amarilla
que se derrama en la penumbra,
como una ilusión olvidada,
como un sueño barato,
que alguien dejó olvidado
entre tragos, risas y algunos llantos.
El olor a alcohol y a tierra seca,
el bullicio de voces que no escuchan,
y allí, entre vasos vacíos y cenizas,
los girasoles se aferran a su amarillo,
como si quisieran escapar de su mismos,
como si supieran
que en este mundo todo es pasajero,
menos el brillo de un rayo de sol
atrapado a desgana en un florero.
Un par de tipos discuten acerca de la vida,
pero sus palabras
se ahogan en la cerveza,
y el ramo, con su quietud, los observa,
testigo silencioso de noches
que no perdurarán en el recuerdo
de sueños que se desvanecen
en un trago más.
Y en ese rincón,
donde la sombra y la luz se enfrentan,
los girasoles parecen susurrar
historias que no se dicen,
de amores perdidos
y promesas rotas,
de días que nunca volverán
y noches que se vuelven eternas.
El tiempo se detiene
en su amarillo intenso,
como un recordatorio de que todo pasa,
pero, que incluso en la penumbra,
hay una chispa de esperanza,
una belleza efímera
que se aferra a la memoria,
como los últimos rayos de sol
en un horizonte lejano.
Y así, entre carcajadas que se apagan
y silencios que pesan,
los girasoles permanecen,
testigos mudos en silencio,
de un mundo que gira y gira,
pero que en su corazón,
lleva la esperanza de un amanecer
que aún no acaba de llegar.
EN LA ESQUINA DE LA NOCHE
En la esquina de la noche,
con un cigarro a punto de consumirse entre mis dedos,
mientras contemplo el eclipse de luna
que anunciaron en televisión,
busco el infinito en un trago de cerveza artesana,
y en el humo que se escapa y se pierde en el aire,
justo delante de mi cara.
Abrazar el tiempo, esa bestia que no para,
es como sujetar la arena con las manos,
intentas y se escapa, se escapa,
como el amor que muere en la distancia,
como el eco de una risa que se desvanece en el recuerdo.
El amor, esa añoranza que arde a fuego lento,
y que se cuela, sigilosa, entre las grietas del alma,
como un reloj sin pilas, sin sentido y sin manecillas,
que marca las horas en el silencio de la noche.
Y sigo, entonces, con el corazón roto,
buscando en cada rincón un suspiro,
una luz que me diga que todavía puedo soñar
con abrazar el infinito, aunque sea solo por un instante,
antes de que el tiempo me devore otra vez.
José Manuel Vara

