Para explicar a la loba
debería empezar por
de-tenerme,
yo que abomino de todo
posesivo
y no sé exactamente
qué proporción de mí
me pertenece
de carne para dentro.
Tendría que aprender
a ir más despacio,
hacerme un hueco
al margen de las cosas,
más d-espacio interior,
sideral, insondable
y caminar ingrávida
e inmune
cuando los agujeros
muten continuamente
del color negro al rojo
en función del amor
con el que me levante
de la cama.
Para explicar a la cán(d)ida,
a la depredadora voraz
de instantes bellos,
debería pararme en la luz
ténue y gris
que mece los inviernos
suburbanos,
los restos de nosotros
flotando en los adverbios
temporales,
las manos de mi abuela,
el pan con mantequilla,
los dos claros de luna
que has dejado olvidados
en la almohada
y orbitan a los pies
de mi memoria,
los muros que juramos
derribar garra a garra,
el que nos cayó encima,
el nuestro...las heridas,
los dientes de león
que decoran de nieve
los andamios,
el vestido de lino
que traza un infinito
sobre el suelo
cuando nos desnudamos
lentamente
para reconocernos
animales,
la poesía huérfana
de quienes todavía
no han abrazado un árbol,
ni han tirado el reloj
a la basura,
ni han atrapado el miedo
entre las fauces.
Explicar mis aullidos
con palabras
es el metalenguaje
más salvaje.
Sólo quien tenga un sueño
resistirá a la doma.
Soy una loba,
una loba feroz
porque te sueño.
Sois unas lobas,
lobos y soñáis.
Todas y todos
feroces soñadores,
lobos y lobas
de carne para dentro.
Os invito a dormir
en mi cama-da,
bellos y libres,
antes que nos den caza
los furtivos.
Gema Fernández Martínez

