Pedro García Cuartango relata su historia, desde una fe clara y poderosa en la infancia a un descreimiento paulatino con el paso del tiempo.
«Dios guarda silencio». Sin duda. No se puede decir con menos palabras viendo los acontecimientos pasados, presentes y, probablemente, futuros.
El periodista narra la intimidad de su pensamiento que no es otra que la de aquel que, a las puertas de la vejez, se ve inmerso en la duda, en la soledad del uno. ¿Falta de sentido? O quizás una inquietud al constatar que el montoncito de preguntas aumenta día a día sin dar posibilidad de hacerlo desaparecer. Porque morir es una tarea de uno nada más, por mucho acompañamiento que se tenga durante el trance, nos iremos y dejaremos la pila de cuestiones sin confirmar como nuestra más íntima herencia.
Tenemos muchas estratagemas que nos pueden calmar , desde volver a la fe, a cualquiera de ellas, desgranar todos los saberes de los filósofos del pasado, o simplemente, no pensar en ello. Un panteísmo al estilo de Spinoza, una sana fe al estilo Montaigne o un muy sencillo trascendentalismo volcado a la Naturaleza al estilo de H.D. Thoreau, pueden atenuar la desazón.
En cualquier caso, Cuartango nos ofrece un resumen de la vida que más conoce, la suya. Y a uno le resuena mucho todo lo que cuenta, como si las biografías fueran similares en lo sustancial, y que únicamente existieran diferencias en el número total de escenas, sí, algunos nos saltamos ciertas secuencias, pero en lo fundamental, todo es lo mismo. Sí, claro. Hay diferencias en el atrezo y en los personajes secundarios, pero el armazón es idéntico.
Sin embargo, sea cual sea la solución escogida, sólo sabremos de su tino si realmente la cosa sigue después de dejar este mundo. Porque si no hay nada más, nunca sabremos de nuestro error.