Recréate como aquel niño que eras,
con el olor a tierra mojada
que empapa la lluvia en las tardes de otoño,
con las mariposas que alteran
las tripas de adolescente
al ver pasar a la persona
que desmonta tu mundo.
Recréate, aunque solo sea por un instante,
con esa sensación de libertad
que emana de los amaneceres
cuando la juventud viaja
en un tren sin destino ni equipaje.
Olvida por un momento la prisa urgente,
y colorea de luces el árbol de las ilusiones,
como aquel año que no esperabas
encontrarte a sus pies, envuelto en papel dorado,
el juguete que tanto deseabas.
Vuelve a pasear entre las nubes de tus sueños,
imaginando ser un ave que vuela sin cadenas.
Recréate en las noches descontroladas
sin relojes ni horarios,
en los atajos que tomabas
para burlar la soledad,
en el carmín que empaña su copa,
en ese tango que siempre quisiste bailar.
Despega con las luces de neón
para alumbrar el horizonte.
Que no te engañen los espejismos del desierto,
ni te envuelva la desazón
que rubrica la desesperanza.
Y recréate con la magia de las estrellas,
con la música que compone el aire.
Embriágate del sabor
de las caricias que sus manos
dejan en tu piel,
de los abrazos sinceros,
de las sonrisas transparentes.
Recréate al fin, con los cuentos de hadas,
aunque digan que no existen
y el final de este poema
solo sea el principio
de los días que vendrán.
Porque siempre es agradable regresar
a la estación donde siempre esperan,
los que nunca se olvidaron de ti.
Gordon Haskel, del libro inédito Sobrevolando los tejados.
Fotografía del autor: MarÇal Mateus