No tú
no yo
no él
de nadie el agua del río
ni la plata, ni la bellota, de nadie
el susurro, ni el azahar.
Ni luz ni sombra tienen pertenencia.
Ni siquiera
los roces de nuestros cuerpos,
ni la ribera donde amanecernos,
ni siquiera.
Ni de ti los lagos, ni de mí
la piedras
que hacer hogar, ni el hogar siquiera
me es propio,
no lo quisiera.
Ni de él las ruinas de jinetes pálidos,
ni las conquistas, ni las maneras,
tal vez la sangre,
la derramada sí,
sí le perteneciera.
Ni el horizonte, ni las nieves,
ni los gusanos siquiera
que se esparcen entre los juncos
o entre los mármoles como cipreses
propiedad tienen,
no lo quisiera.
Ya amanece lento
y el volcán su lava derrama ladera abajo,
todo lo cubre de azabache,
azabache y oro.
Pablo Otero