PELÍCULAS QUE ERIZAN LA PIEL: Prólogo de Jorge González del Pozo.



Especialmente apto para todos los públicos: 
El contrapunto y la pasión por el cine 
de Vicente Muñoz Álvarez

El pulso de Vicente Muñoz Álvarez se hace notar desde las primeras líneas en esta colección única —tan especial como singular— de lecturas e interpretaciones fílmicas. Sus letras poseen frescura y cercanía, anteceden a la gravedad que requiere el momento de acercarse a los más célebres fotogramas de filmes consagrados, menos conocidos, obras de culto, rarezas y piezas diversas, todas dignas de recuerdo y, por supuesto, de visionado y reivindicación. 

Reconozco con placer que comparto con el autor —entre otras muchas opiniones y posiciones—, su ternura y atracción por El baile de los vampiros (1967), de Roman Polanski, por mencionar una de las más señeras; no había oído ni leído de una forma tan bien articulada una oda a esta joya poco ponderada de la filmografía del atribulado polaco. Muñoz Álvarez navega por la obra de directores como Romero, Cronenberg, Ibáñez-Serrador, Waters, Luna, Herzog, Zulueta, Kubrick, Jarmusch, Ripstein, Saura, Haneke o Aronofsky, entre otros. Pero no olvida títulos y creadores mucho menos conocidos por el gran público, ensalzando su calidad, el impacto, o el diferente punto de vista, estético o de montaje, que despliegan buena parte de estas películas. 

Aunque tras un primer vistazo pudiera parecer que el corpus es aleatorio y extremadamente personal, una mirada atenta contradice esta opinión. Vicente Muñoz Álvarez ofrece, en esencia y con excepciones, una forma de contemplar la producción cinematográfica basada en tres pilares que se esbozan ya en la introducción, cuando el propio autor menciona la siguiente triada como obras esenciales para entender el panorama fílmico histórico y global: Réquiem por un sueño (2000), la confirmación de Darren Aronofsky como baluarte de la escena alternativa estadounidense; Aguirre, la cólera de Dios (1972), de Werner Herzog, una de sus obras más reconocidas y reconocibles, y Elisa, vida mía (1977), del gran Carlos Saura, donde despliega toda su simbología y saber técnico-estético. La triangulación que muestra Muñoz Álvarez comienza tocando Hollywood y al gigante estadounidense desde su cara B, planteando y replanteando la dicotomía entre el cine comercial y el cine de autor. También desde las estéticas más personales, la segunda referencia, con estilo marcado por el Nuevo Cine Alemán, recoge de alguna forma los movimientos cinematográficos europeos del siglo XX. Por último, el tercer apoyo del trípode es una obra nacional, alejada de la norma en la filmografía de Saura y reflexionando desde la mirada sensible y particular sobre cuestiones fácilmente extrapolables a realidades más amplias. Estas tres esferas en la perspectiva de este libro son pertinentes y abarcan buena parte de la producción relevante para el espectador, desde luego el nacional, y sin duda cualquiera que tenga una curiosidad genuina por el cine. 

El otro elemento que hace que este texto destaque por encima de muchos otros paseos a través del cine es la forma de mirar, de analizar y de plasmar el impacto de la imagen en la gran pantalla y de la edición y el montaje como forma de comunicar en las narrativas audiovisuales. El autor desarrolla su retrato de cada película apoyándose en un estudio pseudo-barthesiano que contrasta la imagen general con el detalle. Roland Barthes aclaró en su breve pero clarividente manual para el análisis de la fotografía La cámara lúcida la diferencia entre el studium y el punctum; siendo el primero el comentario, descripción y aclaración amplia de una imagen, y el segundo, la forma en la que el analista se centra en un detalle de la imagen que resalta sobre el conjunto y que ofrece, no sólo el contrapunto que dota de verdadera vida al retrato, sino también el elemento discordante que abre la puerta a una interpretación mucho más profunda y certera de lo que se observa. La gran mayoría de piezas que componen este texto se debaten entre ambos factores, saltando de uno a otro para enfatizar cómo opera el cine, esforzándose en ensalzar para el lector los elementos más claros, pero también los más especiales y que hacen que recordemos estas cintas. 

De manera específica, Muñoz Álvarez detalla con curiosidad ilusionante y con ojo sabio películas de culto y aplica un “criterio de fondo [basado en] lo crítico, lo atípico, lo raro, lo grotesco, lo perverso, lo incómodo, lo hiriente, lo hipnótico, lo arrebatador…”. Para este espectador avezado no hay barreras, ni “tópicos, ni hipócritas principios: de la exploitation al Arte y Ensayo, del mudo al technicolor, del Hollywood mágico de otrora a la coproducción europea, del trash al indie, del cine de autor a la Serie B...”. Realmente se muestra como un visionario que ya habla de la difuminación de los géneros planteándose: “¿Dónde está la línea de separación entre unos y otros géneros —terror, suspense, drama psicológico, thriller, ciencia ficción, etc.—, y cuál se atiene o no a unas y otras etiquetas?”. Rompe con todas esas manidas etiquetas que ya conocemos y que actualmente comprobamos se mantienen de forma muy artificial y forzada. Temas como el erotismo, el satanismo, los vampiros, zombies y demás monstruos más o menos góticos o fantásticos, la violencia aparentemente gratuita de obras como Perros de Paja (1971) de Sam Pekinpah, o la disección de la mente de asesinos en serie, entre otras muchas facetas consideradas marginales y descastadas, tienen cabida en este libro, en palabras del propio autor, no apto para todos los públicos. Tampoco hay barreras nacionales: ¿cómo podría haberlas en una disciplina como el cine, universal desde sus orígenes? Muñoz Álvarez lo demuestra frase a frase tocando lo español, aunque se haya desterrado del canon público del terror y su reconocimiento en muchas ocasiones; también se aproxima al cine mexicano, brasileño y latinoamericano en general; menciona, cómo no, la impronta y el peso de la productora Hammer, los clásicos de Alfred Hitchcock, como Vértigo (1958) y Psicosis (1960), añade curiosidades y anécdotas que hacen las delicias del cinéfilo, del iniciado y del meramente interesado. Asimismo, traza líneas de fuga que reconocen la originalidad de cintas como Déjame entrar (2008), de Tomas Alfredson, de las que no tanta gente se acuerda y que lograron reactivar el género o subgénero englobado dentro de la temática de los vampiros, aunque sean difíciles de clasificar, como el mismo autor reconoce: “sería mejor no encasillarla en ningún género, o crear para ella uno específico, ya que no se parece a ningún otro filme anterior”. La cinta, de factura excepcional, se enfoca en los espectros sedientos de sangre de una forma sumamente novedosa. 

La capacidad de Muñoz Álvarez de saltar de lo específico a lo trascendental en un espacio mínimo es asombrosa, pasa de los “ecos de Nietzsche y de Poe, de Huysmans y Sade, de Buñuel y la Hammer, y una atmósfera de total pesadilla y blasfemia [haciendo] de [una] película una pieza clave del cine de horror” con una naturalidad con la que el lector claramente conecta, permitiéndole contemplar y reflexionar sobre una película a múltiples niveles, sin la pátina de la jerga académica, ensayística y engolada, presentando unos textos dinámicos y extremadamente atractivos. A raíz de A medianoche me llevaré tu alma (1963) de José Mojica Marins, Muñoz Álvarez reverbera los versos del brasileño, que recuerdan a otro gran maestro contemporáneo del cine de terror, Guillermo del Toro: ¿Qué es la vida? / Es el comienzo de la muerte / ¿Y qué es la muerte? / Es el final de la vida / ¿Qué es la existencia? / Es la continuidad de la sangre / ¿Y qué es la sangre? / Es la razón de la existencia. Los planteamientos góticos como premisa, la conexión entre el terror y lo sobrenatural, evocan a los créditos que abren El espinazo del diablo, en la que el mexicano se planteaba lo que era un fantasma, como un trauma que regresa para atormentarnos mientras no se cierre la herida. Tanto los versos de Mojica Marins como las premisas de Del Toro emplazan al espectador a conectar con la película no sólo de forma pasiva y desde el objetivo de entretener, sino desde el ánimo de sembrar una semilla e ir más allá de la imagen, dejando un poso memorable, tal y como hace el propio Muñoz Álvarez. El autor no se olvida del terror doméstico, casi siempre en un segundo plano para la producción global y para la crítica, hablando de los freaks hispanos, como comenta sobre El extraño viaje (1964), de Fernando Fernán Gómez, obra única en la filmografía nacional, o cuando menciona la obra de Jorge Grau No profanar el sueño de los muertos (1974), aclarando que: “contiene todos los ingredientes esenciales del género [...] y muy importante, una crítica social encubierta contra el sistema capitalista, en este caso con tintes ecologistas añadidos”; sin dejar de mencionar la joya entre las joyas del cine rural nacional que supone Furtivos (1975), de José Luis Borau, con la irrepetible Lola Gaos. También abraza rarezas dentro de las rarezas, como El topo (1970) del incalificable Alejandro Jodorowsky, sobre la que acertadamente dice ser pieza diferencial, ya que no muchas películas “han logrado recrear un far west tan inmundo y pesadillesco, degenerado y lleno de freaks (al más puro estilo de Browning), malvados y místicos, rameras, borrachos e iluminados, y pocas, también, han conseguido descontextualizar con tanto acierto el género”. Además, abraza anomalías cinematográficas formidables como El faro (2019), de Robert Eggers o Las mariposas disecadas (1978), del mexicano Sergio Véjar, y pone al mismo nivel numerosas cintas contemporáneas, como El pájaro pintado (2019), de Václav Marhoul, The Dark and the Wicked (2020), de Bryan Bertino, Mad God (2021), de Phil Tippett, o la inclasificable Titane (2021), de Julia Ducournau, que no sólo contemplan el legado de los géneros fantástico y de terror, sino que también lo actualizan. 

El compendio de referencias y cinefilias nos lleva a adaptaciones de Edgar Allan Poe, como La tumba de Ligeia (1964), de Roger Corman, a un referente en el cine patrio como es Eloy de la Iglesia, o a un clasiquísimo de culto que el gran Quentin Tarantino rescatara, como es Lady Snowblood (1973), de Toshiya Fujita. En su relato muestra una querencia cariñosa hacia el cine italiano, sin mencionar el giallo como tal ni su influencia en el fantaterror español, y alaba al pensador de la imagen-mundo que fue Pier Paolo Pasolini. La mirada crítica de Muñoz Álvarez no sabe de fronteras. El autor habla de The Yellow Sea (2010) de Na Hong-jin, y de la relevancia del cine coreano antes de que se hiciera famoso, sin abandonar su criterio y sabiendo ensalzarla en su justa medida: “Aunque por momentos pueda resultar excesiva y abrumadora, la película de Na Hong-jin mantiene clavado frente a la pantalla al espectador y ofrece algunas de las más vertiginosas secuencias de acción de los últimos tiempos”. Con la excusa de obras tan esenciales como Posesión infernal (2013), de Fede Álvarez, este analista se adentra en el mundo de los remakes y diferentes versiones, así como en el concerniente a los efectos especiales, demostrando de nuevo que no tiene límites en su forma de entender el cine: “Posesiones escalofriantes, impresionantes efectos especiales y litros de hemoglobina, así como numerosos guiños a la saga ochentera, hacen de este remake un impactante filme con sello propio, que no dejará indiferente (para bien o para mal: tiene también detractores) a nadie”. Habla de los personajes secundarios y de su valor en el cine con verbo agudo y una honestidad que manifiesta, al ser capaz de separar al artista de la persona, algo sumamente difícil en estos tiempos que corren, como se puede apreciar en el caso de la forma en la que se sopesa a Lars Von Trier acerca de Anticristo (2009). 

Vicente Muñoz Álvarez, en su brevedad, más necesaria hoy que nunca, condensa ese punch-line constante que ofrece sin necesidad de vivir en las redes sociales. Aglutina en este texto —recorrido esencial por muchas de las caras menos conocidas de la cinematografía mundial— la visión personal con el análisis más profundo, a veces cáustico, de una serie de piezas dignas de revisión, de alabanza, de enfatización y de recuperación para el imaginario popular. 

En ocasiones no he podido evitar en mi lectura centrarme, por deformación personal, en el cine español, ya que profeso un interés y pasión especial por el mismo, sin dejar de asombrarme constantemente cómo los ojos de Muñoz Álvarez navegan y divagan por estas cintas. Cada persona puede centrarse en lo que le gusta, caminar por la mente del autor y tender desde sus ideas puentes visuales hacia mundos tan íntimos y personales, como colectivos, sociales y trascendentales. 

No quiero terminar este prólogo sin manifestar que esta obra singular sirve para salvar del olvido muchas de estas películas. Hay que alabar esta operación de rescate en obras como Morbo (1972), de Gonzalo Suárez, o la satánica Escalofrío (1978), de Carlos Puerto, presentada por el ya mítico Dr. Jiménez del Oso, casi borradas de la memoria fílmica popular. Por poner un par de ejemplos significativos entre una larga lista de las que aquí aparecen. Buena parte del cine de terror y gótico (así como otros subgéneros aquí también recogidos) que se estrenan hoy en día beben de las películas comentadas, igual que estos filmes bebieron de otros mitos literarios, folclóricos u orales, y así sucesivamente, pero en la transición a nuevas formas de producción y de distribución en las plataformas que hoy dominan la pantalla, el cambio de siglo ha instaurado un paradigma que borra buena parte de lo creado antes del siglo XX, por lo que esta obra se erige más necesaria que nunca. Ya que las páginas que vas a comenzar a disfrutar son especialmente aptas para todos los públicos, en este libro, querido lector, podrás salirte del mainstream (aunque si lees con detenimiento también lo entenderás mejor) y disfrutar del cine, de nuevo o por primera vez, con la ilusión de la luz apagada, la tensión de un grito, un suspiro o un silencio que, en efecto, nos dejará erizados.

Jorge González del Pozo, 
prólogo a Películas que erizan la piel
(Underdog Ventures, 2024)



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