Nunca me había pasado de andar sin un peso en el bolsillo. No podía comprar nada y no me quedaba nada por vender. Mientras iba en el tren me gustaba mirar el atardecer en la llanura pero ahora me era indiferente y hacía tanto calor que esperaba con ansiedad que llegara la noche para echarme a dormir debajo de un puente.
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Tantas veces empecé de nuevo que por momentos sentía la tentación de abandonarme. ¿Por qué si una vez conseguí salir del pozo volví a caer como un estúpido? “Porque es tu pozo”, me respondí, “porque lo cavaste con tus propias manos”.
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Esa vida cerrada, plagada de chismes y miedos, los volvía hostiles a lo desconocido.
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-¿De verdad estuvo en Montecarlo?
-De verdad. Hay una playa y un príncipe.
-¿Y qué hace acá?
-Cosas de la vida.
-Usted es un impostor, ¿verdad?
-De algún modo todos lo somos. ¿Le interesa la filosofía?
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Yo también me alejé porque se me estaban aflojando las tripas. Allí, agachado entre los pastos, tuve la sensación de que ya no existíamos para nadie, ni siquiera para nosotros mismos. Nos conformábamos con la promesa de un desplante o con un cheque inútil. Lo que nos atraía era mirar nuestra propia sombra derrumbada y quizá pronto íbamos a confundirnos con ella.
[Grijalbo Mondadori]