Uno de los atractivos de esta novela (escrita por la hija de Lucian Freud y bisnieta de Sigmund) es que presenta el desarraigo familiar desde 3 perspectivas femeninas: la abuela y narradora, Ruth, que sufre porque su hija es drogadicta y no logra mantener una relación estable con ella; la madre, Eleanor, que a causa de las drogas acaba dejando que su niña se críe con la abuela; la hija, Lily, que crece sin una madre pero con una abuela que ejerce como tal. La nieta se convierte, así, en el centro de todo, y es quien consigue que la abuela recobre las ganas de vivir. En la narración hay una frase que me parece clave: Abandona a tus hijos y estarán obsesionados contigo toda la vida –leí una vez–, pero ¿qué pasa cuando son ellos los que te abandonan a ti?
Otra de las sorpresas (y rarezas) es que está contada como si fuera una narración clásica, muy alejada de la sordidez habitual de las novelas sobre toxicómanos. Y la tercera es el giro que dan en el último capítulo, que para mí es el mejor acierto del libro porque resulta inesperado y nos da otra visión del asunto. El libro está nominado al Prix Femina Étranger. Boyt es, sin duda, una gran escritora, muy emocional. Aquí va un extracto:
Nos habíamos sentado en mi salita, distribuidas entre las butacas verde mar y el viejo sofá azul, susurrando mientras Lily dormía en la habitación contigua. Cuando nadie hablaba, se podía oír su respiración. Me encantaba oírla dormir porque sonaba como si estuviera inhalando vida. Todas querían noticias de Eleanor, o al menos preguntaron por ella, pero yo nunca sabía qué decir. “Sigue como siempre”, respondía evasiva algunas veces, o con ironía: “Bueno, ya sabéis”, pero era difícil dar con el tono adecuado. Hace unos años cometí un error y les dije a sus oídos ansiosos: “Está estable”, pero me refería a que no me constaba ningún deterioro reciente, y eso no es el significado exacto de “estable”. Al principio lo tomaron como una declaración de mejoría y me dedicaron amplias sonrisas comprensivas y felicitaciones con los ojos empañados, pero ninguna volvió a insistir cuando se dieron cuenta del malentendido. A veces me preocupaba que mi tristeza les pareciera insuficiente o que pensaran que me había faltado valor. Siempre percibía cualquier enrarecimiento del ambiente: inquietud, juicios, una extraña presión anárquica que me endurecía.
Flotaba en el aire la idea de que tener a Lily compensaba de varias formas la pérdida de Eleanor. Cuando, a través del monitor, la escuchaba asimilar su día en forma de cómicos murmullos mientras yo me sentaba a corregir en la mesa de la cocina, sí que había una especie de luminosa perfección entre nosotras dos. Yo siempre sonreía porque cuanto más cansada estaba Lily, más internacional sonaba su monólogo. Pero si Lily llegaba a creer que era su trabajo repararme, entonces yo habría fracasado por partida doble.
[Muñeca Infinita. Traducción de Magdalena Palmer]