Hace unos días, con 78 años y habiendo dejado el nombre de este país en alto, se convirtió en ciudadano estadounidense. Algunos medios amarillistas contaron que había afirmado que era «su sueño» y, aunque no lo dijo, el cainismo panameño montó en cólera, sentenciando que no es «buen panameño», y que al estadio nacional había que quitarle su nombre. Humberto Eco tenía razón cuando dijo que «las redes sociales han dado el derecho de hablar a legiones de idiotas».
Choca la falta de comprensión lectora y del cumplimiento del deber ciudadano de informarse antes de hablar. Una búsqueda en otros medios pondría en perspectiva el asunto, pero no, es mejor erigirse en juez. Alguien decía, mínima luz en medio de tanta sandez, que: «Denigramos, descalificamos y criticamos a los nuestros con una facilidad que espanta».
Pero los panameños del terruño, de cédula y pasaporte azul, sí que se merecen un estadio a pesar de robarnos y enyucarnos con cronicidad precisa. Si vives aquí tienes derecho a ratear y votar por los mismos, porque es mejor un Benicio o un Bolota que un Carew, que después de una vida de glorias deportivas tendrá acceso a una vejez mejor.
Ojalá, Dios los marcara en la frente para reconocer a los cainitas tricolor, a los que no les bastan hits ni salones de la fama: si dices lo que piensas te linchan en el patio limoso de sus redes. Me alegro por Rod, que le vaya bien, y a los panameños destacados, sigan adelante con tesón: una legión de idiotas no detendrá nunca el trabajo bien hecho.
Artículo publicado en el diario panameño La Prensa, martes 3 de septiembre de 2024