Leer no es solo leer



Leer no es solo leer. El acto de leer es solo un añadido más de la cadena, una sucesión de acueductos que no hacen otra cosa que conducir y canalizar la pasión. Una pasión desmedida, rebelde y subversiva que se compone de una millarada de satélites que rodean al verbo. Estos son, querido lector, algunos de esos astros.


Leer es llevar el libro en el autobús, aunque ni lo leas porque prefieres ir viendo el paisaje; leer significa llevar el libro en el metro, aunque solo te desplaces dos paradas; leer es llevar el libro en el coche, aunque sabes que no lo vas a abrir porque te mareas. El libro, en verdad, es un polizón, un viajante que ve mundo, un universo que se encuentra en una constante metaliteratura. 


Leer significa ir en el transporte público e intentar averiguar el título de la novela de otro pasajero (en el extraordinario caso de que no esté con el móvil) haciendo movimientos histriónicos con la cabeza. Leer es fardar de libro en el metro, enseñar su cubierta y compartir con luces de neón todo lo que estás sintiendo con él, abrirlo y aislarse de todo, incluso pasarte de parada. 


Leer es andar por la calle, ver una librería independiente y entrar sin pedirle permiso a tu acompañante, como si fuese obvio que el imán está haciendo su función. Leer es toquetear cada libro de la librería, aunque no lo compres, leer sinopsis en vertical, años de edición y acariciar cubiertas. Leer es comentar cada título y libro que veas como si fuese una competición. Es llegar a casa y sentir la mente abotargada de color, letras y autores. 


Leer es comprarse una libreta para ir anotando las lecturas pendientes, lecturas que se multiplican en multiversos, lecturas que jamás completarás, y lo sabes. Es rebuscar, anotar y cotillear el siguiente libro que te quieres leer. Es albergar la utópica idea de leerse los doscientos cincuenta libros que se publican al día. Total, todavía tienes mucha vida por delante, ¿quién sabe?


Leer es comenzar un libro hojeando las primeras páginas, es interesarte por aspectos completamente ajenos a cualquier otro mortal con aficiones distintas. Ver cómo está maquetado el libro, si tiene ilustraciones, curiosear la hoja de créditos o quién es el portadista. Leer es tratar al libro como un objeto de culto en sí mismo.


Leer es ir a la biblioteca nerviosa, como si tuvieses una cita. Es recorrer cada pasillo olisqueando carne fresca para consumir, abstrayéndote de la realidad. Mirando a la vez la infinita lista de pendientes para ver si están en las estanterías. Leer es mirar con desdén e ilusión la mesa de novedades, juzgando cada título. Es ir a ferias, eventos e ilusionarte por conocer a tu escritor preferido. Es ir a casas de amigos y levantarte del sofá, mientras ella está preparando un aperitivo, para ver su modesta colección de libros y jugar a ver cuál te has leído y cuál no. 


Leer es iniciar un ritual, té, café, sofá, cama, luz bajita, luz alta, por la mañana, por la tarde o por la noche. Es elegir el momento para sumirte en lo que no te has podido quitar de la mente en todo el día: si Pablo terminará con Marta; si Tina, una madre adolescente, conseguirá encontrar a su hijo recién nacido; si Leo avistará tierra firme después de veintitrés días en alta mar o seguirá comiendo tortugas. 


Leer es seguir a lectores fanáticos en Instagram, es informarte de las editoriales, del proceso del libro, incluso hasta tener curiosidad por la hoja de créditos, la desprestigiada hoja de créditos. No es tan aburrida como parece. Es más, guarda muchos secretos. 


Leer es satisfacer a tus sentidos desde todos los puntos de vista. Porque el verbo leer orbita en esos satélites, enlaza canales de placer. 


Leer no es solo leer, porque leer, querido, lo es todo. 

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