También por aquella época, a mediados de los años 80, deslumbrado por Los Mitos de Cthulhu, comencé a escribir mis primeros relatos... Me veo ahora bajo el flexo de mi escritorio intentando trasladar mis ensoñaciones y quimeras al papel, desesperándome por encontrar la palabra justa y el ritmo adecuado, enfrentándome a mis primeros retos y esforzándome en emular torpemente a mis viejos maestros... Todo lo cual daba como resultado una prosa barroca y retorcida, anacrónica a más no poder, truculenta, romántica y gótica, pero que a mí me parecía en aquellos días visionaria y tremenda... Lógico, por supuesto, teniendo en cuenta mis lecturas de entonces: Poe, Maupassant, Hoffman, Huysmans, D'Annunzio, Lautréamnot, Baudelaire, Wilde, y la trinidad gótica por excelencia: Horace Walpole, con El castillo de Otranto, Matthew Gregory Lewis, con El Monje, y Charles Maturin, con Melmoth el errabundo... Lecturas todas, por supuesto, magníficas e imprescindibles, pero quizás no las más adecuadas para escoger como modelo de iniciación a la escritura a finales del siglo XX... No importaba, lo cierto es que ya comenzaba a sentir cada vez más arraigado el impulso de expresarme por escrito y trasladar mis fantasías al papel, y me aplicaba en aprender los rudimentos básicos del oficio, cómo construir una historia, perfilar los personajes, montar los diálogos, describir los paisajes, cómo desarrollar la trama y ponerla fin, utilizando manuales de estilo, apuntándome a talleres literarios por correo (postal) y leyendo frenéticamente, todo por la causa, lograr algún día escribir como aquellos maestros que tanto admiraba (sin sospechar que muchos años después, una vez leído y asimilado aquello, lo iba a desmontar todo dentro de mi cabeza y a construir del caos resultante mi propia poética)... De aquel entonces, entre los dieciocho y los veintipico, en pleno frenesí gótico, datan mis primeros relatos, que conservo como oro en paño en viejas carpetas: Mirella, La transmutación, Despertar de Otoño, La casa del olvido, La danza de las Xanas, etc, etc... Sólo por los títulos podéis ya imaginaros de qué iba la cosa: una prosa recargada y obsoleta, farragosa y absolutamente infumable... Pero allí en cualquier caso estaba yo, aprendiz de poeta, emborronando y rompiendo como un poseso cuartillas, entregándome al oficio como a un ritual y dándolo todo para lograr llegar a ser algún día un verdadero escritor...
Vicente Muñoz Álvarez,
de Regresiones
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