La neofobia produce en el afectado una reacción de desprecio
contra aquello que amenaza con desestabilizar su «zona de corrupción», y no olvidemos que esta tiene muchas facetas y no
siempre se trata de ser botella o ladrón. Las más de las veces, la corrupción
se demuestra mirando para otro lado ante el acto corrupto o propiciando el
escenario y los medios para que se produzca. El neófobo es experto en gruñirle
a lo que es nuevo porque lo fuerza al cambio, y eso no conviene a su estatus
quo, por eso el radicalismo honesto le produce sarpullido.
El «Macho» no quiere ser radical,
quiere dar forma a su necedad cepillona el grado de «política»
o de «valores
políticos», quiere
hacerla pasar por preocupación nacional, por «el pueblo»,
cuando no es más que gritadera y pataleo servilista, porque la radicalidad en
materia de honestidad requiere de decisiones y actitudes que son totalmente
opuestas a lo que él y sus siglas representan: ¡claro que no todo lo que brilla
es oro!
Como dice la guaracha del Macho Camacho, La vida es una
cosa fenomenal, ¡claro que sí!, y más cuando como ciudadano, en ejercicio o
no de la política, pretenden insultar llamándote «radical honesto». Haremos camisetas, lo escribiremos por las calles,
haremos pancartas, sí, somos del movimiento de los «Radicales honestos», los que iremos a trabajar todos los días, los que
no meteremos la mano en el dinero de todos, los que no gritamos ni rofeamos:
somos los que nos mantenemos radicalmente honestos pase lo que pase.
Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 23 de julio de 2024