¿A qué huele el miedo?
¿A qué huele el miedo?
Yo te lo diré
huele a barro
asfalto recalentado
miradas recelosas
movimientos imprecisos
hiel
¿A qué huele el miedo?
Yo te lo diré
amor desconsolado
separaciones certeras
adiós insondable
mentiras ciegas
es lo que es
¿A qué huele el miedo?
Yo te lo diré
Mentes criminales
True Detective
Walking dead
Mindhunter
The sinner
Sex sense
¿A qué huele el miedo?
Yo te lo diré
El Caníbal de Milwaukee
El Carnicero de Rostov
Jack el destripador
Ted Bundy
Manson
Y él
¿A qué huele el miedo?
Yo te lo diré
Howard Phillips Lovecraft
John Ramsey Campbell
Edgar Allan Poe
Thomas Harry
Ann Radcliffe
Mary Shelley
Brand Stoker
Stephen King
Clive Barke
Anne Rice
Joe Hill
¿A qué huele el miedo?
Yo te lo diré
A Covid19
que vendrá
una y otra vez
©Anna
Genovés
25/04/2020
Covid19 y antídoto, esclavos y dioses
Hace semanas que barrunto una idea
estrambótica. Al respecto, esbocé algo en el Diario cuarenténico que publiqué
en este blog por entregas.
El hecho es que veo a las naciones –me
refiero a sus habitantes— como lechones dispuestos a llegar al matadero. Tal
vez, el estado de alarma, me está llevando a un callejón sin salida oscuro y
repleto de recovecos; eventualidad idónea para pensar. En mi caso, aunque
callada, tengo una mente viajera que pulula por universos paralelos desde niña.
Soy introvertida y pensadora con todos los pros y los contras que ello supone.
En ocasiones, soy dada a inventar historias y a exagerar situaciones –es obvio
que esto me sucede únicamente cuando escribo— lo que no me impide diferenciar
la fantasía de la realidad.
Todo este mejunje de palabros tiene
como fundamento lo fácil que me parece insuflar miedo. Opino que, quizá, la
covid19 –ese Coco que nos ha absorbido la libertad y hasta la dignidad de ser
persona— ha salido, descuidada o cuidadamente, de un laboratorio. Pero, más
aún, creo que cuando se escapó con todos sus hermanitos, más o menos víricos,
ya estaba ingeniado su antídoto. El cual soltarán cuando les venga en gana,
muera quien muera y se empobrezcan quienes se empobrezcan. ¿Quiénes lo
soltarán? Los dioses terrícolas desde su Olimpo particular.
Qué fácil es tener en la mano o en las
manos de aquellos que mecen el mundo como si fuera la cuna de esa terrorífica
película en la que Rebeca Mornay –la niñera del bebé— era una asesina, a la
población de este hermoso planeta llamado Tierra. ¿Por qué lo digo? Porque ha
sucedido algo similar. Nos han metido el miedo por todos los poros del cuerpo,
nos han encerrado en casa, nos han mentido, nos han obligado a realizar y a
aceptar ‘cosas’ por cojones y nos han asesinado sin piedad. Somos palomitas
domesticadas. Queda requetebién recordarnos lo que somos: meros títeres a los
que se puede vapulear cuando los todopoderosos de esta mierdosa sociedad que
hemos creado y en la que se vivía fenomenal, les dé la gana. De eso se trata de
que vivamos con menos y ellos con más. Cuantas películas al respecto… Los
juegos del hambre, por ejemplo.
Está claro que, la pandemia ha sido y
es –todavía no se sabe el alcance que tendrá y cuándo finalizará— un
horripilante monstruo más sangriento que Benicio del Toro en Sicario y
más cruel que el virus de Contagio de Soderbergh. La covid19 que pasea
por nuestras calles es tan asesina como la Gripe española –primeros casos
constatados en Francia o China, dudas al respecto— o la Peste bubónica –del
Gobi a China en sus inicios—. China, China, China… A este bicho lo acepto como
sintético –desconozco quienes son sus padres, pero, indudablemente, son unos
hijos de la gran puta. Pues… eso, sus creadores, tiene la llave. Saben cómo
desactivarla cuando la población mundial haya mermado lo que les parezca
oportuno. Mira qué bien, sin bombas y nos hemos quitado a unos cuantos millones
de encima. Así, pagaremos menos pensiones, la naturaleza renacerá por un tiempo
y tendremos a los supervivientes con un collar perruno invisible que los
supeditará a nosotros como esclavos. Que somos esclavistas. ¿Y qué? Nos la
trufa lo que diga la prole: son la chusma y nos, el poder, se dirán entre
ellos. Olvidan que, dentro de los poderosos hay categorías y los de abajo nada
tienes que ver con los de arriba –la cúspide puede aniquilar a la base cuando
le venga en gana—, aunque se crean superiores a los que ni tan siquiera estamos
dentro de esa pirámide opulenta.
Me doy cuenta que las personas
engullimos los acontecimientos como las esponjas, y nuestro cerebro los
racionaliza en las distintas casillas destinadas para estos o aquellos
menesteres. La primera semana tragamos, la segunda asimilamos, la tercera
aceptamos y la cuarta olvidamos. Lo que nos desagrada se difumina como el humo
de un incendio copioso apagado por los bomberos hasta desaparecer, y, poco a
poco, pasa al baúl de los recuerdos como si nunca hubiera existido, como si
fuera un mal sueño en brazos de Morfeo. Esta resiliencia, innata en los
humanos, es más fuerte en los supervivientes, en los que se amoldan más rápido
a las situaciones límite como en la que estamos inmersos.
Seamos resilientes –que no corderos—
para dar por el orto a los que nos pisotean a diario. Pero, no me hagáis caso,
son metapensamientos de una escribidora de chicha y nabo.
©Anna
Genovés
Domingo
24 de mayo de 2020
P.D. Por cierto, he leído que, en
alguna comunidad o parte de ella, las cafeterías cobran o cobrarán o quieren
cobrar un extra por la covid19, me desagrada, pero lo entiendo. Y me pregunto,
¿por qué no lo cobramos todos ya que tenemos que desembolsar un dinero extra en
guantes, mascarillas, desinfectantes, geles-hidroalcohólicos y bastantes
etcéteras? Con estos suplementos económicos y los recortes europeos, es lógico
que cada vez tengamos menos.
Lo suyo sería, por ejemplo, que en vez
de subir o pagar más impuestos, se rebajaran los existentes por este plus que
debemos desembolsar durante… no se sabe, aunque se augura un periodo largo,
tedioso, apestoso y amargo como la hiel.
El robot Temi
Como soy bastante futurista, cuando
escuché –hace varias semanas— que existían robots que detectaban el coronavirus
a distancia, escudriñé un poquillo a ver qué encontraba...
Uno de los muchos titulares que leí,
decía lo siguiente: «Este robot permite diagnosticar el coronavirus a
distancia». «Ante el peligro de contagiarse de coronavirus, este robot
permitirá a los médicos saber la temperatura de los pacientes sin ni siquiera
estar cerca de ellos». Se refiere al droide llamado Temi.
Al leer la información completa,
entendí lo que imaginaba desde el principio. Temi es una pasada de inteligencia
artificial con mogollón de funciones. Pero,
en realidad, no detecta la covid19, solo la temperatura corporal como señala la
segunda parte de la entradilla.
¿Acaso la única enfermedad que provoca
fiebre es la covid19? Imaginaros que tenéis un flemón, una infección urinaria o
cualquier otra patología dentro de las habituales que cursan con calentura.
¿Qué pasa? ¿No nos dejarán entrar a… o viajar a… o lo que sea que queramos
hacer porque tenemos unas décimas de febrícula y salta la alarma? Otra cuestión
son las personas infectadas de coronavirus, asintomáticas o no, que, pese a
tener carga viral en su organismo, no tienen fiebre. Entonces… ¿qué pasa? No se
sabe que lo tienen y entran dónde sea y… ¡Ag! Contagian a un montonazo de
personas.
Por supuesto, más vale prevenir que
curar. Sin embargo, opino que, para afirmar la máxima de Temi, sería
conveniente que, junto a la temperatura, nos hicieran un test rápido; a lo
mejor le haría falta un auxiliar que lo realizara. Entonces, sí podríamos hablar
de ese asistente cibernético que diagnostica el coronavirus. Con las funciones
actuales, por desgracia, todavía no. Aunque, buscando, he encontrado diversos
documentos en los que el autómata está funcionando como un ayudante perfecto en
algunos centros médicos y hospitales israelitas. ¡Qué listos son los hebreos!
Luego están los ‘microprotoTemi’ con
alguna función similar a este ordenador supersónico, como son termómetros
digitales. El otro día me empotraron uno en la frente cuando fui a la
peluquería –todo estaba correcto y me dejaron muy mona—. No obstante, el
suceso, me hizo gracia. Al hablarlo con la farmacéutica, me soltó: «¡Uy! Lo del
termómetro es una tontería, te tomas una Gelocatil media hora antes de salir de
casa y arreglado». Me quedé, muerta. Todos lo sabemos, empero, a mí me sería
imposible, creo, falsificar algo tan importante. Allá cada cual.
Los que sobrevivan o sobrevivamos a
esta pandemia y a las que se auguran cercanas… dentro de unos años, tendremos
un Temi en casa. Ya lo veréis.
Tomar la temperatura corporal, sin
más, puede llevarnos a muchas confusiones e incluso a pasar malos tragos. ¿O
no?
©Anna
Genovés
16/05/2020
Irracional
Cansados de oler a lejía y alcohol. De
mascarillas y guantes. De no hablar, no mirar, no chillar, no pegar un puñetazo
al que se acerca sin más, al que pasa de todo, al que no quiere saber la
verdad. Irresponsabilidad personificada en falsedades y mala gestión. Mundo
repleto de corcho y pastillas de jabón. Personas que desean obviar a los
muertos y desoyen las normas, por imperfectas que sean; sociedad, democracia,
corderos y lobos que balan sin razón.
En la línea, La Línea de la
Concepción, donde somos la nada y el caos atormentado, donde el bien y el mal
están en un solo tazón. Futuro oscuro, mañana oculto, desamor. Cuerpos
contorsionados; lágrimas secadas al Sol. La desgana cunde, también el rencor.
Robos y crueldad; el blanco, asesina al negro, el negro mira con horror. ¿Cómo
no?
Las injusticias traen odio y el odio
se multiplica por dos. Siglo veinte que ha caído en la desgracia, retal del
pasado criado con dolor. Las mentiras son largas, las verdades un no.
©Anna
Genovés
Seis
de junio de 2020
La nueva normalidad
Ayer fui a dar una vuelta por la
ciudad: quería sentir en mis dendritas lo que era verdaderamente la NN. Me hace
gracia hasta el nombre, como si en algún momento de nuestro futuro cercano
pudiéramos volver al estado del bienestar que teníamos antes de que la covid19
nos invadiera. Opino que es imposible; puede que, a medio plazo, estemos más
relajados y hasta disfrutemos distendidamente de la nueva forma de vida, pero
veo improbable que borremos de nuestra psique –cual sintéticos de cuarta o
quinta generación— lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo. Quizá ‘el antes’ pase
a ser una retahíla de clichés en blanco y negro cual película de cine mudo que
se evoca con nostalgia.
Olvidar a los muertos –contabilizados
unos 600.000— a los contagiados –confirmados unos 12 millones— ¡qué difícil! No
hablo del recuento español, mi registro es mundial porque me duelen los
fallecidos, aunque no sepa sus nombres o vivan en Australia. Esto no es moco de
pavo. No es: ¡Yupi, yupi, hey! ¡Ya ha pasado! El coronavirus SARS-CoV-2 vive y
vivirá entre nosotros. Deberíamos tomar las precauciones necesarias y, nos
agraden o no, las normas gubernamentales. Es nuestro deber cumplirlas.
¡Chicos! No queréis acatarlas,
¡perfecto! Iros a vivir al campo –solos o acompañados de personas afines a
vuestros principios, tan respetables como otros— o a donde os dé la gana lejos
de la gente. Que no podéis, os fastidias y cumplís. Aquí, de momento, hay que
llevar mascarilla –obligatoriamente si no se puede mantener la distancia de
seguridad— dentro o fuera de cualquier lugar o transporte público siempre que
no tengas una enfermedad o que estés haciendo algo en ese instante que te lo
impida: comer, beber, fumar… Cuando no sea obligatorio, será maravilloso volver
a mostrar el rostro. Qué ganas tengo de ponerme Botox y salir ‘la mar de guapa’.
Mi intención no era iniciar esta
reflexión de forma inquisidora, pero he salido calentita del gimnasio. Enfrente
de casa hay un polideportivo que ha vuelto a abrir sus puertas; me alegra
mogollón por todos los amigos que lo utilizan, pero no puedo opinar sobre el
protocolo que sigue porque no lo he visto en primera persona. Aunque, unos
allegados me han comentado que si quieres desinfección te la tienes que llevar
de casa. Sin embargo, de mi gimnasio sí
puedo opinar y lo voy hacer porque cada vez que entro a las instalaciones me
siento como una comisaria de la KGB mirando de mala leche a los que incumplen
las medidas covid19. El caso es que al entrar ves hidrogel desinfectante y
pasas por un espacio para higienizar el calzado. Luego, hay un cartel molón en
el que entre otras cosas pone: USO OBLIGATORIO DE MASCARILLA. O similar...
¡Si quiere arroz, Catalina! Que decía
mi abuela. Solo cuatro o cinco usuarios cumplimos este precepto. El resto ni
agua. Es cierto que, por lo general, antes y después del uso de cualquiera de
los aparatos o mancuernas, cada cual limpia lo que ha utilizado, ¡fenomenal!
También es cierto que hay papel para estos menesteres y dispensarios para manos
y limpieza de mobiliario. Pero, mascarillas muy pocas. Rectifico, casi todos
llevamos; mayormente de pulsera o collarín –como el bueno del instructor
recuerda para ver si de esta forma, después, cuando dejen de hacer un ejercicio
y se muevan por el recinto, los usuarios rebeldes, se la pongan en su sitio—.
La semana pasada, algunos, sí lo hacían. ¡Qué pronto olvidamos las cosas
importantes! ¿Dónde queda la responsabilidad?
Vuelvo a mi paseo urbanita del que
espero no arrepentirme. Como no tengo vehículo y hacía un calor de abrigo, cogí
el autobús al salir y regresé caminando. En los buses –hice trasbordo—todo
perfecto: poca gente, respetando la distancia y con mascarillas; lo mismo que
el 99% de los viandantes. La verdad es que me dio un vuelco el corazón; la
estampa parecía sacada de un film distópico. Da igual que sean máscaras
quirúrgicas, FFP2 o de dibujis guais. Da penita o yuyu o nada o ¡vaya mierda!
Es lo que hay. Cavilé que a este bicharraco le gusta cómo somos y cómo vivimos,
así que se quedará como un huésped adosado a nuestra forma de vida, a nuestra
entidad humana. Pero, ¿alguien ha pensado que la pandemia ha traído consigo,
además, que uno de los miembros de la pareja se quede más tiempo en casa para
desinfecciones y etcéteras…? Y, ¿quién
limpiaba y cuidaba a los niños habitualmente a lo largo de la historia? La
mujer, en la mayoría de casos.
Tal vez, pudiera ser el inicio de una
trasgresión social que dañaría principalmente la emancipación de las féminas.
Estamos creando nuestro propio Cuento de la criada. Algo similar sucede
con las vacaciones: la pandemia ha puesto de moda veranear en los pueblos como
lo hacíamos en los 70. La regresión está
en marcha. ¿Fantasías de una mujer extravagante como yo? Puede que sí o puede
que no. Está claro, que hay y habrá menos trabajo y la población mundial –por
desgracia— disminuirá. Perfecto para esas mamis o esos papis, que se quedarán
en casa por obligación. Claro que la economía entrará en retroceso. Estamos
sufriendo una hecatombe como tantas veces a lo largo de la historia de la
Humanidad. La civilización es una pescadilla que se muerde la cola impertérrita
como en Dark o como en 2001: Odisea del espacio.
Otro asunto de mi periplo ciudadanita
ha sido la visita al Corte Inglés y a Zara; ciertamente no me apetecía
demasiado, pero quiero vencer el miedo y, ejecutar las actividades habituales
–con sus más y sus menos— es la única forma de hacerlo. En ambos locales se
cumplían los protocolos adecuados: dependientes y compradores respetando
distancia y con mascarilla. Lo que no implica estar fuera de peligro; no
obstante, hay una mínima seguridad.
Para finalizar, he ido a ver a mi
sobrina –a la que solo he visto en tres ocasiones desde que entró en vigor el
estado de alarma—. La verdad, me la hubiera comido a besos, pero, hemos optado
por un abrazo de la NN: rápido y fuerte, ambas mirando hacia la derecha para
que nuestros rostros quedaran opuestos. Después, hemos tomado un cafetito del
tiempo en el bar de al lado. ¡Qué bien sienta después de tanto tiempo de
abstinencia!
A última hora de la tarde, regresaba a
casa. Caminaba despacio sin prisa ni pausa. Contenta por mi circuito callejero
y triste por la apariencia tristona de la metrópoli sin turistas simpáticos
blancos como la leche. Solo me he topado con un grupo de guiris. El año pasado
–por estas fechas— Valencia estaba llena de lenguas de todo el planeta; era
maravilloso escuchar sin entender y ver cómo las personas disfrutaban de la
ciudad y su historia. Hoy, las calles están vacías de esos personajes tan
queridos que, en los últimos años, nos visitaban con mucha frecuencia.
El chaparrón ha llegado en mi barrio:
el uso de mascarillas relegado a una tercera parte de transeúntes. Ya en casa,
Vicente Vallés abrió el informativo con los nuevos repuntes del coronavirus
–alarmantes, por cierto—. La vecina está gritando a su madre nonagenaria y
encamada «¡Estoy harta! ¡Ya no puedo más! ¡Ojalá te mueras! ¡Eres una mala
madre!». Antes he visto a la cuidadora sin mascarilla por la calle. No dejo de
pensar que la pobre estaría mejor en una residencia vigilada. Se me ha encogido
el alma.
Ocho de julio de 2020
Mucho
músculo y poco cerebro
Ayer tomé un café con mi amiga Marisú
y me enseñó el wasap que había enviado a su gimnasio. ¡Me he quedé muerta! Me
pareció tan realista que lo he publicado tras su conformidad.
Que los dioses nos brinden un agosto
tranquilo y esperanzador.
Estimada dirección del Planetfitness,
estimado Lalo: Le he dado vueltas al asunto y he decidido que, en agosto, no
iré al gimnasio. Por favor, pasarme el recibo de mantenimiento. En septiembre…
ya veré.
El motivo, sencillo: os molesto. Si
estuviera la directiva anterior –a quienes les haré llegar mi queja— sería
diferente y no estaría señalada por intentar proteger a las personas y
mantenerme dentro de la normativa gubernamental. Algo que deberías hacer tú y
el resto de monitores. Algo que, mayormente, ignoráis.
Es irrespetuoso e irresponsable por
vuestra parte, que algunos compañeros vayan por el local sin mascarilla o que
la lleven de pulsera o gargantilla. O que se la quiten fuera del despacho donde
no existe mampara protectora: sois el escaparate del gimnasio y debéis dar
ejemplo.
Por lo general, estoy más de dos horas
en las instalaciones y solo os he visto desinfectar los aparatos en contadas
ocasiones: algunos abonados pasan olímpicamente de hacerlo. Lo mismo sucede con
los que se saltan a la torera las distancias de seguridad y hablan a cara
descubierta entre ellos o incluso con vosotros. Los hay que llegan con máscara
y en la puerta se la quitan: lastimoso. Pero, es mejor hacer la vista gorda.
Demasiada relajación trae consigo un
paso atrás en la lucha contra el coronavirus por la imprudencia de los que,
como vosotros, cometen ligerezas. En la Comunidad Valenciana la mascarilla
vuelve a ser obligatoria. Cuando los socios de un club tienen, mayormente, más
músculos que cerebro, es necesario el control de los profesionales. Para eso
estáis. Para eso os pagan.
Que os da apuro recordar las normas:
existen los mensajes sonoros. Podéis grabar unas frases amigables –lo hacen en
muchos establecimientos— en el que se insinúe esta cosita tan insignificante de
ponerse la mascarilla y guardar la distancia de seguridad. Si hay
negacionistas, que se aguanten o que se vayan al monte y creen su propia
sociedad. Pero, aquí, a fecha de hoy, estas prácticas son forzosas. Me señaláis
con la excusa de que mi hermano es un enfermo crónico y debéis saber que
intento seguir los principios cívicos por el bien de TODOS. No tengo miedo a
salir a la calle, no tengo miedo a morir, pero me desagradaría acabar en una
UCI –en coma inducido— y con un tubo por la boca y otro por el culo: a lo mejor
a vosotros os mola. La verdad, ir al gimnasio es desagradable y peligroso.
El Decreto Ley de la Generalitat
Valenciana apartado 2. 1. 3. 3. a) exime
el uso de la mascarilla durante la práctica de actividad física o cualquier
otra actividad con la que resulte incompatible su uso.
Si los que llevamos cubre bocas nos
ejercitamos con la misma, el resto de abonados también puede hacerlo. Por
tanto, no existe incompatibilidad, pero sí incumplimiento de la ley. Por otro
lado, es tan desaconsejable no usarla como llevarla en la barbilla o en el
brazo como indicáis. Tener covid19 no es una lacra, es una enfermedad y la
mejor arma es prevenir y anteponerse a lo que pueda llegar. Sería honesto por vuestra parte quitar los
carteles de las medidas anticovid19 del gimnasio porque las incumplís y
engañáis a la gente honesta.
Este artículo aparece publicado en el
blog de mi amiga Anna Genovés, en el diario madrileño El Cotidiano y en
el blog de la Revista Culturamas.
Marisú - Cedido a Anna Genovés
26 de julio de 2020
P.D.
*En Decathlon hay mascarillas
reutilizables y económicas, ex profeso, para cualquier deporte. Hace más el que
quiere que el que puede.
* El uso de máscara y la distancia de
seguridad no nos exime de contraer la covid19. Sin embargo, puede ayudar a
frenar esta maldita pandemia.
* El trabajo es necesario, pero la
salud es lo primero. Una vida es más importante que todo el oro del mundo.
* Las imágenes son el reflejo de las
personas que se adaptan a la NN. El texto, es la pura y cruda realidad, espejo
de los inadaptados.
El crepúsculo de la Sanidad
He ido al Centro de Salud para solucionar
unos problemillas porque estoy cansada de telefonear para que me den cita y
nunca me contestan. Para más inri mi médico se ha jubilado y desconocía a quién
me habían derivado.
Al llegar, he descubierto una
congregación amplia de personas en la puerta –entre la veintena y la treintena—
más diversos grupillos a lo largo de la calle controlando que se despejaba la
entrada.
El conjunto estaba formado por vecinos
del barrio y emigrantes. Y digo esto último pensando que, para los foráneos,
aquello podría ser una maravilla si vienen de países cuyo bienestar social es
inferior al que nosotros estábamos acostumbrados. Pero, para los que hemos
nacido en España y hemos mamado de la Sanidad Pública, no era otra cosa que el
escenario decadente de lo que en otro tiempo fue un una Seguridad Social de
bandera; he presenciado el inicio de su hundimiento. Y es que, la covid19, a
este paso, arrasará con todo.
En el grupo existían subapartados:
personas que iban a recoger el resultado de pruebas, otras que necesitaban una
cura o un inyectable; luego estábamos los que solo deseábamos una cita. Al
llegar he preguntado cuál era la cola para el mostrador y me han dicho que
todas. O sea, ¡viva el descontrol! Tras varios minutos de espera, ha salido una
auxiliar –ataviada con los EPIs necesarios— y ha repartido los turnos
correspondientes.
Después de media hora, por fin, he
entrado. Alucinante: dentro no había nadie. Una mesa larga con los resultados
de diferentes pruebas y una botella de gel hidroalcohólico –con el que he
embadurnado mis manos, más hechas polvo que las de una nonagenaria— amenizaba
las sillas precintadas.
En el mostrador –parapetado con
cordón, marca de distancia en el suelo y un cristal grueso—, vacío. Le he
contado mi película a la administrativa de turno y, cuando acabo, me suelta:
«No he entendido nada». ¿No me lo podía haber dicho al principio? La sangre me
hervía. He tragado saliva y he repetido –en un tono bastante elevado— frase a
frase. Tantos aplausos, se le han subido a la cabeza. Atienden con desgana y
mala baba.
La historia ha sido surrealista. Como
mi médico se ha jubilado no tengo a ningún facultativo asignado. Además, los
doctores atienden sin despacho nominal porque rotan. Asimismo, NO DAN CITAS.
Como lo oís, las citas son telefónicas. Que no me ha soltado: «La doctora no sé
qué –no la he entendido bien— tiene un hueco para el lunes por la mañana. Deme
su teléfono». Se lo doy y le pregunto: «¿Sobre qué hora llamará? –entendiendo
que, si antes era una cita física y ahora es una cita telefónica, igualmente debe
seguir un horario—. Y me contesta: «No, no… Usted este pendiente del teléfono
que ya la llamará». Punto y final. Se me ha quedado cara de gilipollas.
En resumidas cuentas, los Centros de
Salud son edificios vacíos cuya funcionalidad, se encamina a hacer analíticas,
curas y poco más; parecen dirigidos a la segunda ola coronavírica, que no lo
sé. En apariencia, son la prueba fehaciente de que la Sanidad Pública ni estaba
ni está preparada para responder debidamente a una pandemia. ¡Ojalá no nos
contagiemos de covid19! Pero, por desgracia, no es la única enfermedad. ¿Qué
hacen el resto de enfermos?
Llego a casa y, la vecina –pura toxina
botulínica— se pone a patear. Mi casa
vibra. He abierto Spotify. Acompañada del rap de Kendrick Lamar me he sentido mejor.
No escuchaba ruidos desagradables, no recordaba que la Sanidad Pública se
derrumba, no recordaba que la sociedad es una mentira de todo a cien.
©Anna Genovés
8 de agosto de 2020
El ocaso de la sanidad
Internet y coronavirus
Se me retuercen las tripas por las personas
que incumplen las normas y por los numerosos comercios que han echado el
cierre, entre otros acontecimientos, mayormente, desagradables. Distintos a los
que, hasta ahora, habíamos conocido.
¡Qué pena de sociedad! De planeta y de
Humanidad. Tantas penas que ya no me conmueve hablar de ellas, aunque mi
espalda esté cada vez más doblada por el peso de la tristeza. Por los muertos y
los contagiados. Por las otras calamidades que nos rodean: el Gran Valle del
Rift de África Oriental, se agrieta. El Cráter de Batagaika, situado en Siberia
–conocido como la Puerta del Infierno—, se ensancha. La Antártida, se derrite.
El campo magnético de la Tierra, cambia. El virus del Nilo –transmitido por el
mosquito común—, nos ataca. La fiebre hemorrágica de Crimea-Congo –trasferido
por las garrapatas— hace estragos. En fin… estamos sufriendo numerosos envites.
Tal vez estemos en una época inter lo que sea… Posiblemente, interglaciar como
enseñaban en la universidad hasta hace poco. Actualmente desconozco qué se
enseña.
Los jóvenes son jóvenes y si buscamos
en nuestras dendritas de un pasado más o menos cercano, recordaremos qué
sentíamos riendo, fumando porros, besando al de turno, emborrachándonos o lo
que hiciera falta por un poquito de libertad. Por hacer aquello que nos
prohibían, por olvidar a nuestros padres que nos trataban como a niños, a
nuestros insoportables hermanos, a nuestras madres con el aspirador, a las
vecinas rezando el rosario y al agujero negro que azotaba nuestras entrañas sin
saber el porqué.
A día de hoy, estaríamos hartos de
mascarillas, de no poder meterles mano a nuestras chicas, de no hacer el
botellón o de que la píldora antibaby no nos sirviera para nada porque no
podíamos meter. Lo entendemos. Los mayores entendemos que vuestra juventud pasa
por un momento de mierda y por eso incumplís las normativas.
La vida es un cuadrilátero, una
batalla constante y a vosotros, los jóvenes actuales, os ha tocado vivir en
este caos, en esta nueva guerra. Las guerras asesinan. Y, pasados los años,
gracias a forzar la maquinaria y a los que quedaron bajo tierra, los
supervivientes mejoran su calidad de vida de una u otra manera. Sucedió con la
I y la II Guerra Mundial. Esta, desde otro prisma, bien podría ser la III. No
obstante, una cosa es que te fusile el enemigo y otra muy distinta que seas
víctima de tu propio ejército; algo que está sucediendo por relajar las pautas
sanitarias.
Todos estamos del revés. Grandes y
chicos, mujeres y hombres, travestis y transexuales, religiosos y laicos,
propietarios y okupas, fachas y progres, negacionistas y solidarios, ricos y
pobres, albañiles y abogados, enfermos y sanos, putas y cándidos, policías y
ladrones. La covid19 nos arrastra. Pero, hay que plantarle cara y seguir
adelante… ya lo sabéis: «Si no podemos con el enemigo, nos unimos a él». La
Nueva Normalidad es nuestra realidad. Y, como hay que cohabitar con la covid19,
vamos a acoplar la enzima ACE2 –responsable de la infección de las células
sanas— a nuestras vidas.
Que cierran los comercios físicos,
compremos online y esperemos que esos sacrificados comerciantes sean
indemnizados debidamente. Puede ser que, con el montante que reciban, se
reinventen en esta nueva fase: la Era de la tecnología que, por causa mayor, ha
irrumpido en nuestra existencia. Actualmente, tenemos al alcance de la mano el
uso masivo del ciberespacio. Utilicémoslo a gran escala y a nuestra
conveniencia.
Que se acabaron las quedadas y las
discotecas, pues tomemos birras por Skype y subamos las imágenes a Instagram.
Grabemos en directo nuestros bailes. Abramos chats y tengamos sexo virtual.
Utilicemos la mascarilla como un complemento de moda. Desmenucemos nuestros
cerebros e inventemos juegos de realidad virtual. Leamos en digital. Compremos
un robot en Alibaba y un arco desinfectante en Amazon. Disfrutemos de las
megamultiples vídeo conferencias. A ver, ¿qué problema tenéis si, habitualmente
–en la época precovid19— ya os comunicabais por wasap, aunque estuvierais junto
al colega wasapeado? Va a resultar que
los jóvenes sois más carcas que los mayores.
Es obvio que me gusta la ciencia
ficción, pero estamos a uno paso de que estas premisas se hagan realidad. El
futuro pasa por desarticular el concepto histórico que tenemos de familia, de
manada… y convertirnos en hikikomoris. Démosle a este término japonés una
vuelta de tuerca y adoptemos la exclusión social sin finales trágicos ni
imposiciones. Que no podemos tocarnos, veámonos a través del ciberespacio.
El conjunto de la sociedad debería
volcarse en las nuevas tecnologías porque son el futuro. Al respecto, incluyo
la educación. Las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) son
herramientas esenciales para poner el modelo educativo a punto. Si hay grados
universitarios online, lo mismo pude suceder con educación primaria.
Necesitamos cambios significativos en profesores y alumnado. Extensible a la
mayor parte de aspectos sociales. Tomemos como referencia a Japón o a Finlandia
donde el espacio y el ciberespacio van de la mano.
Me confieso, en cierta medida
hikikomori. Sin embargo, he descubierto algo que desconocía: tengo conciencia
social. No miro por mí, sino por el
conjunto. Puede ser que mi exceso de imaginación se anticipe a los acontecimientos.
Gracias.
©Anna
Genovés
Quince
de agosto de 2020
Vacunas sí. Pero, ¿cómo?
Cuando era peque nos vacunaban a casi
todos de un montón de patologías... Poliomielitis, viruela, tuberculosis,
sarampión, difteria... A posterior, también me inocularon para la Hepatitis B y
el Tétano. A la mayoría, nos ha ido bien. Por el camino perdí a una amiga de
viruela, sin vacunar, claro. Y mi primo tuvo poliomielitis antes de que la
jeringuilla cayera en su brazo: fue muy duro y vive con diversas secuelas.
Con respecto a la vacuna de la gripe,
me la pongo anualmente desde que estuve de profe en Las 1000 Viviendas
de Alicante. Cogí una gripe que derivó en no sé qué... Que me dejó más allá que
aquí. Y, todo sea dicho, me va mejor desde entonces. Estoy a la espera de que
este año salga el calendario de vacunación para repetir. Creo que será en
octubre. Aunque, con la covid19 de por medio, todo está en el aire.
Con esto decir que intentaré ponerme
la vacuna del Covid-19 cuando llegue, si sigo por estos lares. Creo en las
personas y espero que entremos en razón –aunque nos fastidie— y sigamos las
recomendaciones de Sanidad con el uso de las #mascarillas y la #distanciadeseguridad
porque #lavadodemanos imagino que, en general, vamos por la tercera o cuarta
muda de piel. A falta de antivirales y vacunas, opino que son los medios más
seguros para intentar frenar la pandemia. Ahora, tengo una duda… Pongamos por
caso que nos van a vacunar de la covid19, ¿antes nos harán PCR o serológicos o
test rápidos o algo parecido para saber si hemos sido asintomáticos y ya
tenemos anticuerpos? ¿O será un totum revolutum? Si tenéis anticuerpos o
células T o cierta inmunidad, ya veremos qué os pasa… Si estáis limpios del
maldito bicho, posiblemente, os irá bien.
Volviendo al tema central, hay gente
para todo, tanto del lado negacionista –por cierto, he leído diferentes
artículos de su proclama y no me convence ninguno de sus argumentos— como de
los gobiernos que utilizan la fabricación de la vacuna anticovid19 como moneda
de cambio. Parece que, a fecha de hoy, quien la comercialice antes –sin
importar demasiado los efectos secundarios a medio o largo plazo— tendrá el
poder en sus manos.
Hay gobernantes sin escrúpulos que
pasan de las personas –les da lo mismo un muerto que mil, para ellos solo son
cifras— y ofrecen a sus habitantes como ratillas de laboratorio para probar esa
tercera fase de las vacunas más adelantadas. Pongamos por ejemplo… Brasil. A lo
mejor nos hacen un favor a todos, pero opino que es irreflexivo lanzarse al
precipicio sin una mínima seguridad. Una de las últimas vacunas comercializadas
fue la del ébola –VSV-EBOV— creada en 2010 y distribuida cuatro años después y…
pese al visto bueno de la OMS, aún está en fase experimental. Cuatro años, ni
uno ni dos, cuatro.
Actualmente, hay tantos laboratorios
trabajando a destajo en la necesaria anticovid19 que, tal vez, peligre la
idónea. Ojalá me equivoque.
Me gustaría que la vacuna contra la
covid19 fuera segura, libre y duradera. El riesgo cero no existe, pero si
ponemos de nuestra parte, tal vez podamos construir un mañana beneficioso para
las futuras generaciones.
©Anna
Genovés
Veinticinco
de agosto de 2020
La vida calla
Acostumbrada a la nueva normalidad
La mujer ha cambiado sus vivencias y
sus ansias
Acude al supermercado con mascarilla y
enguantada
Compra lo necesario presta como un
rayo
Se aleja de los que pasan, de los que
ama, del virus exterminador
Que deja el cuerpo con llagas
En la sangre, en el cerebro, en las
piernas, en el Todo y en la Nada
Supura sus dudas con las teclas del
ordenador
Habla por Skype o abre el wasap
Las fincas están desoladas
Las calzadas inundadas de horror
El cielo se empaña de un celofán
extraño
–parece que hayan echado matarratas—
El ambiente cargado de porquería
Los humos por el suelo y la espera
larga, demasiado larga
Pero hay algo que la sumerge en el
fango y la mata
El sonido impertinente de las
ambulancias que surcan la calles
No una ni dos, sino varias
Demasiadas cada día, cada jornada
Se hunde en sus tímpanos el dolor que
arrastran
Las agujas clavadas
La dama de la hoz prendida por estampa
El cuerpo inanimado que lucha por
vivir sin ganas
La muerte se cierne en las ciudades
La vida calla
©Anna
Genovés
Treinta
de agosto de 2020
El 11 de septiembre de 2001 diversos
atentados hicieron tambalearse a la recién nacida sociedad del Segundo Milenio.
Hubo muchas bajas y la vida de innumerables personas quedó marcada para
siempre.
Por aquel entonces, trabaja de maestra
en el IES 15 de Alicante –un CAES encubierto en pleno barrio marginal de Las
1000 viviendas—. Era martes y tenía unos días libres: comía con mamá. Angels
Barceló estaba dando las noticias cuando las imágenes de las Torres Gemelas
invadieron la TV y, allí, delante de nosotras, antes de que la presentadora
supiera lo que realmente sucedía, los aviones impactaron en los rascacielos del
World Trade Center.
Miré a mi madre y le dije: «Mamá ha
comenzado el principio del fin de Occidente». Desconozco por qué se lo dije,
pero para mí nunca volvió a ser igual. El 11 de septiembre de 2020 incidencia
del coronavirus en el mundo: 28,2 M de casos contabilizados. Casi 1 M de
fallecidos. Curados –si la infección no vuelve a afectarlos y con secuelas de
por vida— 19 M.
La Humanidad merma más de lo habitual,
por lo general, durante el primer cuarto de cada siglo a lo largo de la
historia. Se conoce la fragilidad de la misma. Pero, con el paso del tiempo se
olvida y cuando llega la bonanza –en la que a casi nadie le importa casi nada—,
la dama de la Hoz asoma más de la cuenta.
Quizá algún día aprendamos la lección.
De lo contrario, el ciclo biológico de la naturaleza estallará de nuevo. Y,
cada vez, la recuperación será más caótica y apocalíptica.
Viernes once de septiembre de 2020
*In memoriam de las víctimas del 11S de 2001
Infierno
Corazón
roto
Desquebrajado
Palpitaciones
quedas
Sistólica
descompensada
Ventrículos
astillados
Muerte
serena
Millones
de cicatrices tatuadas
Por los
hombres que se fueron
Las
mujeres calladas
Los niños
que nunca envejecerán
Las madres
muertas
Los padres
de miradas gachas
Economía
sumergida
Ciénaga
negra
Tertulias
que se acaban
Angustia
en las entrañas
Muerte que
te llevas la alegría y la tristeza
A todos
nos mata
En
silencio y con pena
En fila de
a uno
Ataúdes
yermos
Agujero
negro en la Tierra
Campanas
que suenan
En lo alta
de las montañas
El
silencio voluptuoso de las mareas
La guerra
de Nostradamus
La tercera
guerra
Enemigo
invisible
Sanidad
que olvida sus quejas
El que
puede no hace nada
Y la
maldad acecha
Futuro
incierto
Tradiciones
nuevas
Cubre tu
rostro
No hables,
no mires, no camines
Ve con el
rebaño
Y si
mueres, ya estás muerta
Enciérrate
en casa
Y si la
dama de la hoz
Toca a tu
puerta
Invítala a
que entre
El monte
calvario está cerca
Demasiados
crucificados
Demasiada
tristeza
El día
toca a su fin
El
infierno está en la Tierra
©Anna Genovés
18 de octubre de 2020
Nada
La ventana
indiscreta
Nos
recuerda que estamos en toque de queda
Nudo en la
garganta
Ganas de
llorar
De
lanzarte al vacío y quebrar tu vida entera
Nadie
camina ni tan siquiera un alma en pena
La ciudad
está muerta
Cementerio
lleno de angustias y penas
Edificios
suculentos, vehículos regios
Semáforos
en rojo perpetuo
Nadie
cruza la calzada y los perros no muerden
La
Humanidad perece en un vaso de agua
Sin música
ni risas ni lloros, nada
No queda
amor para abrazar las mañanas
Se fue la
alegría y llegó la tristeza del alma
Como si
tres jinetes del Apocalipsis nos tragaran
Trotan por
esta tierra marchita
Caminan a
sus anchas
El rojo
trajo la guerra
Y el
amarillo la muerte
Tal vez,
el negro, nos deje sin pan
Si pasea
por esta calle tétrica
Sentimientos
apagados
Campanas
que tocan a muerto
En una
iglesia cristiana olvidada
El
minarete de la mezquita, calla
El
monasterio lama, no tiene velas
¿Quién
vivirá mañana?
¿Quién
guiará a la manada?
Lluvia de
meteoros
Nostalgia
y pena
Todo calla
©Anna Genovés
Veinticinco de octubre de 2020
Estábamos celebrado Halloween en casa
de una amiga. Había de todo: priva, pirulas y Moby-Dicks a tutiplén. Mi chica
iba disfrazada de brujita insinuante: curvas perfectas, labios carnosos y
pechos redondeados...
Cada vez que la miraba me apetecía
comerle el pico e introducirme entre sus carnes. Me excité tanto mirándola, que
la arrastré al cuarto de baño. Me senté en la tapa del inodoro y ella movió sus
caderas... ¡Guau! Mis dedos recorrieron sus muslos y acariciaron sus nalgas. La
bajé sobre mis piernas. Nuestras lenguas se enredaron en los interiores
acuosos, relamiendo hasta la última gota del alcohol que traspiraban. De
repente, varios golpes en la puerta nos cortaron el rollo.
–La luz se ha ido –dijo Marc.
–Se habrán fundido los plomos,
¡capullo! –contesté de mala gaita. Le hubiera roto la cara.
–La TV se ha encendido sola. Hay un
programa extraño –siguió mascullando.
–¿Tú flipas, tío? –contestó mi nena
desternillándose.
–De eso, nada –bramó Cris. Luna y yo
nos miramos alucinados.
Cris era la única que no se metía
viruta y, por tanto, estaba lúcida. Salimos pitando. La pandilla estaba
hipnotizada mirando el LG de 42’. La pantalla mostraba imágenes sucesivas del
Congreso de los Diputados con los políticos masacrados.
–Buen montaje –dije.
–Para lo que hacen… –soltó Marc.
–Para trincar la pasta y dejarnos con
el culo al aire –sugirió Luna.
–Quiero un chalé en Galapagar –insinuó
Cris.
–¿Y quién no? –sentenció Javi.
–En España todos somos hijos de Curro
Jiménez. Poner otro canal –solté de mal talante, sorbiendo los últimos gránulos
de perico que revoloteaban por el interior de mi napia.
–Es el único que funciona –contestó
Fran, áspero.
En la siguiente imagen, una
presentadora salió al plató con la ropa hecha jirones; llevaba los brazos
repletos de rasguños. Detrás, Screen amenazándola con un cuchillo inmenso.
Reímos a carcajada limpia.
–¡Que guasa tienen…! Son unos putos
cachondos –dije.
–Calla nano. La cosa no pinta bien
–sugirió Fran.
–Porque seas segurata, no estás en
posesión de la verdad absoluta –repuse.
La locutora habló:
–Estamos en directo realizando un
informativo especial Halloween… –paró en
seco. Screen le metió una puñalada en la clavícula. Ella chilló; la sangre
espesa y grana, resbaló por su cuerpo. Siguió hablando… La Humanidad peligra
–terminó de decir.
El psicokiller se cebó con ella. La
pantalla se fundió en negro.
–¿Habéis visto? Ha sido más real que
un snuff movie –soltó Marc.
–¡Joder! Ahora el que no se ríe soy yo
–dije con el rictus obtuso.
–¡Estamos acabados…! –indicó Javi.
–¡Que no cunda el pánico! Aparqué el
furgón del curro justo enfrente. Quizás nos venga bien dar un paseo… –repuso
Fran. Lo miramos flipados.
–¿Qué pasa? Era una sorpresa. Quería
daros una vueltecita con el buga de la pasta gansa –terminó por decir.
–Nos vendrá genial –aseveró Cris.
Antes de subir al vehículo, escuchamos música en el centro de Karate Gu.
Entramos. Había una fiestorra gansa:
todos iban disfrazados y hasta las cejas.
–Veis: es una broma macabra. Hoy es la
noche de los muertos. ¡Qué miedo! ¡Booo!!! –dijo Luna riendo.
La melodía galopó a marchas forzadas.
Los invitados comenzaron a bailar frenéticos; se hizo el caos. Los vampiros se
abalanzaron sobre los demonios. Jason asesinó a la niña del exorcista. Freddy
descuartizó a Chucky. Sólo una figura se mantuvo apartada. Agazapada en la
esquina; cubierta por una capa oscura. Un púgil indefenso. Fuimos a socorrerla.
Cogimos katanas y nunchakus. Inmediatamente, la emprendimos con todo bicho
viviente. Al acercarnos a la víctima, una lengua kilométrica y gelatinosa, se
expandió delante de nosotros; era un asqueroso strongoi de Guillermo del Toro.
Rajé, de parte a parte, ese apéndice repugnante y mortífero que nos amenazaba.
Veloces como guepardos, nos echamos sobre la repulsiva aberración hasta
triturarla. Acto seguido, salimos del garito, subimos al blindado y emprendimos
nuestro terrífico viaje. La city estaba en penumbra. En las calles, reinaba el
terror. Giramos hacia la avenida y un ejército de zombis nos cortó el paso.
–¡Es el fin del mundo! –insinuó Manu.
–¡Cállate! Que no me dejas pensar
–grité.
–Tranquilos. Voy a echar marcha atrás
–dijo Fran. Imposible. La legión de muertos vivientes se arrojó sobre nosotros.
Estábamos rodeados. El furgón blindado
comenzó a moverse como una mecedora de madera noble con carcoma. Mis colegas,
gritaron.
–¡No! ¡No! ¡No…! –voceé cuando los
cristales cedieron y un zombi putrefacto mordió mi brazo.
La luz murió.
–Calma Alex. Has tenido una pesadilla
–dijo Luna acariciando mi rostro empapado de un sudor gélido.
–¿Seguro…? –pregunté frunciendo el
ceño. Luna estaba recostada sobre la cama. Su sonrisa era brillante. Enrosqué
mis dedos en su melena azabache: no era un sueño.
–¿Qué te pasa? –preguntó.
–No tiene importancia. ¿Qué haces
vestida de bruja marchosa?
–Es Halloween cariño y, aunque estemos
en pandemia, hemos quedado en el piso de Cris y Fran. Estaremos solo los
cuatro. ¿No me digas que lo habías olvidado?
–Algo parecido... He tenido un mal
sueño, pero, ahora ya no tiene importancia.
La abracé y la poseí frenético.
Gozamos cuajados en nuestros excesos. Destrocé el disfraz que llevaba. Podía
vestirse de todo menos de bruja picarona. Mal pálpito.
©Anna
Genovés
Veinticinco
de octubre de 2014
Reedición:
domingo veinticinco de octubre de 2020
Durante el mes de noviembre no subí
ninguna entrada al blog porque estuve inmersa en la publicación de mi última
novela. Era la espinita sangrante que me perturbaba, pero, cuando llegó la
covid19 fui incapaz de terminar su revisión de un tirón.
Apenas leí información sobre la
pandemia. Estaba demasiado tocada como para seguir en primera línea: sobrada de
información de primera o segunda fila, verídica o falseada. Daba lo mismo, mi
psique empezaba a hacer aguas. Aun así, estaba al día de las funestas noticias
que llegaban. A finales de octubre comenzó la segunda ola del coronavirus en
Europa. Y, ahora, finales de diciembre, ha comenzado la tercera. La covid19 es
como un gusano informático que se copia a sí mismo y se propaga y afecta al
mayor número de personas… y de seres vivos.
Me he acoplado a la actualidad lo
mejor que he podido en la ampolla bipersonal de casa. J sale lo justo –un paseo
diario a última hora de la tarde, cuando hay menos gente—. Y, yo, lo justo y un
poco más; lo mismo que llevamos haciendo desde que él enfermó en 2010. Es la NN que se pregona como un paso hacia delante de la vida
anterior: la guapa.
Soy catastrofista por naturaleza
–bueno, mejor dicho, por las adversidades en las que he permanecido sumergida
desde la más tierna infancia—. Opino, que el pasado quedará alejado de nosotros
para siempre. Mejor olvidarlo y seguir la vida tal y como llegue. ¿De qué sirve
pensar en que volverá algo que ya no existe?
Más que alarmista, a veces, soy tan
realista, que dejo de agradar a las personas por excesiva sinceridad. Los peces
verdes siempre hemos existido.
©Anna
Genovés
Domingo
veintidós de noviembre 2020
Revisado
el viernes veinticinco de diciembre de 2020
Diciembre 20
Son las siete de la tarde del
veinticuatro de diciembre de este año trágico con ese número tan particular
rubricando su fetidez: 2020. ¡Vete lejos y no vuelvas!
He salido a comprar algunos alimentos
de primera necesidad en este día opaco desde primera hora de la mañana. Hay
bastante tráfico y pocos transeúntes. No he visto a nadie sin mascarilla, pero
creo que todos tenemos el corazón partido.
Las sonrisas son de medio lado, cuando
las hay. Los supermercados están poco abastecidos, apenas hay luces navideñas y
villancicos en la lejanía… aunque, ciertamente, las campanas de la iglesia han
repicado. Las parroquias se han regenerado, y, la mayoría, están bastante
llenas. Es como si la fe perdida hubiera regresado como el hijo pródigo. Se
dice que cuando hay miedo, se recurre a Dios.
A mí me sucede lo contrario, no creo
en las religiones y mi fe en Dios se va apagando como un farolillo de invierno
carente de aceite. Además, nunca me ha gustado la Navidad. La veo como una
celebración repleta de hipocresía en la que, la mayoría de familias, se reúnen
por aquello de la tradición, los regalos, las fiestas, las comilonas… Que no
porque nace el niño Dios. Otra cosa es Noche Vieja, que aplaude el nacimiento
de un Año Nuevo. Fiesta pagana cuyos orígenes constatados se remontan a época
romana donde enero se dedicaba al Dios Jano.
Hoy inoculan las primeras dosis de la
vacuna de Pfizer y Biontech. Y, aunque el científico que está detrás de la
misma, Ugur Sahin, haya avisado de que NO es la panacea instantánea para gritar:
«El mundo está libre de la covid19». La esperanza está en marcha. Ojalá que la
próxima vez que Merkel llore ante un medio de comunicación sea de emoción por
la erradicación mundial de la misma y no por haber tenido que someter a la
población alemana a un confinamiento domiciliario estricto. También lo están en
otros países y ya veremos como acabamos en España.
El mundo recoge aproximadamente 81M de
contagiados y 2M de fallecidos. Pasado mañana es veintinueve de diciembre; ese
día fatídico en el que el cielo de mi casa se desplomó. Seguro que 2021 es
mejor.
©Anna
Genovés
Domingo veintisiete de diciembre de 2020
* La experiencias, reflexiones, opiniones... de este libro pueden haber cambiado desde su publicación. Éste es un libro sin correcciones gramaticales ni de estilo. Escrito tal y como me salía de las entrañas con el corazón roto y el alma derrotada.. Gracias a todos.
Anna Genovés 2020
Todos los derechos reservados a la autora
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor.