Asistimos como país a las mismas liturgias políticas: los buenos deseos después de las elecciones (gobierna alguien con un 34%), el baile de nombres de los mismos de siempre, la rofiadera del presidente entrante a los corruptos y las prevenciones a los periodistas que opinen con terquedad contra la nueva administración, como si a alguien le conviniera que las cosas vayan mal solo para tener razón. En pocas palabras, la misma cosa cada cinco años. Pero hay optimismo, optimismo crítico.
La ingenuidad democrática es lo opuesto al optimismo crítico. Situarnos en las esquinas de la patria a soñar que las cosas van a mejorar porque el gobierno es nuevo es una irresponsabilidad ciudadana que no nos ha convenido nunca, y cada vez que amanece una nueva era política, volvemos al silencio de las circunstancias, al poco importa y al juega vivo. Los más radicales se rasgan las vestiduras tricolor porque hay que hablar siempre bien de la patria, olvidando lo que nos enseñó Demetrio: «paisano mío, panameño, tu siempre respondes “sí”», y esa es una malamaña que hay que cortar.
Mantendremos el optimismo crítico, pero cuidado, que nadie confunda crítica con irrespeto o falta de lealtad, no, esa es la estrategia del mediocre y el corrupto cuando se señala su desacierto o abierta maldad: convertir lo dicho en ataque o insulto, cuando lo que se señala es la necia desnudez de aquel rey del viejo cuento de Andersen. Si le pasa a RM, se lo diremos: que nos vaya bien, depende de todos.
Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 2 de julio de 2024.