2020 La realidad de la realidad – parte 3

 





2020 La realidad de la realidad - parte 3







Diario cuarenténico - Días: 15, 16 y 17

 

Hola Dicu. Siento haberte fallado, pero no me agradan las obligaciones. Esto no quiere decir que descuide lo que tengo que hacer, muy al contrario, soy tan estricta y perfeccionista que no me perdono los errores que cometo y siempre doy el 100% en cualquier tarea que tenga entre manos. Me salga bien o mal. Me guste o no. A decir verdad, me fastidia tener un diario; nunca lo tuve hasta ahora. Quizá estar 37 años viviendo en una ambiente rígido y mojigato hicieron que, al comenzar a volar, irrumpiera mi verdadera naturaleza: desinteresada y pacífica. Para mí, lo más importante en la vida, después de la salud, claro, es la libertad. Libertad para elegir en todas y cada una de mis facetas. Motivo por el cual solo escribo cuando me apetece y de lo que me apetece.

 

El viernes me pasó algo muy curioso en Mercadona: había de todo. Y si digo de todo es hasta papel higiénico a tutiplén. Entré en casa cantado a grito pelado: «Ya tenemos papel del culo y rollos de cocina y servilletas». J rio a mandíbula suelta. La verdad es que no me lo podía creer. Seguramente, los trogloditas arrasadores, tienen las casas hasta los topes y, ahora, están atrincherados hasta la próxima desbandada. Fue lo más notorio del día. El informativo… ¿para qué?

 

Ayer sábado me marqué una clase strong de Zumba por la mañana. Me chifla pegar puñetazos –maticemos, al aire—. Aunque, si te digo la verdad, con los tiempos que corren, si tuviera delante a algunos elementos o elementas, la emprendería con ellos a hostia limpia. A posteriori, me daría con el silicio: mea culpa y todo eso. Pues no tendría la culpa. Digo yo que nos cuentan demasiadas mentiras. Por ejemplo, las mascarillas no sirven para los sanos incluso pueden ser perjudiciales, eso nos dicen. ¿Entonces porque los trabajadores que siguen en el curro, llevan? Si fuera cierto, no deberían llevarlas, claro es por precaución por si lo tienen y no lo saben o para no contagiarse si están con un cliente que lleva el bicho sin saberlo. Pues, por ende, a los confinados nos sucede lo mismo cada vez que, por extrema necesidad, necesitamos salir –aunque sea para sacar la basura— deberíamos llevarla. ¿O no? Pienso que como no hay, algo nos tienen que decir para que nos conformemos. Tontos no somos. Sucede lo mismo con muchas reglas impuestas si las escudriñas. Para hacer una cosa, seguramente tienes que saltarte otra y viceversa.

 

No me agrada ni un pelo cocinar, ya lo sabes, pero hacer chocolate a la taza, me pirra. Pues me he puesto manos a la obra y estamos merendando un chocolate riquísimo. Llevo un runrún en la cabeza que repica como el badajo de una campana sibilina; no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy, me dice. ¿Quién sabe cómo estaremos o dónde? Pues… ¡hala! Adelante.

 

Puse una peli de ciencia ficción en la que salía Alexander Skarsgård –qué portento de hombre, ¡Dios! —. Un film de 2015 que todavía no había visto. Por casi me da un pasmo cuando veo que toda la población de una ciudad sale por patas o toque de cornetas y, de repente, varias señales intermitentes con la palabra: CUARENTENA. Les hacen retroceder. ¿Te suena? Otro día negro en el informativo. Cifras elevadas de difuntos y contagiados. Incluso alguna cuidadora fallecida junto a los ancianos de una de tantas residencias olvidadas en el territorio de Don Quijote de la Mancha. ¿Qué diría el hidalgo caballero, acostumbrado a penurias, si nos viera?

 

Domingo. Es domingo y me da igual, como a todos. Nos da lo mismo que sea lunes o sábado. Por cierto, no me lo habías dicho y me he equivocado de fechas, pero paso de rectificarlas. Me explico, si hoy, día 29 de marzo, es la diecisieteava jornada de confinamiento –el estado de alarma se hizo público el viernes 13 y se materializó el sábado 14— llevamos 17 de cuarentena, y no quince como yo creía. La mente hace H2Os. Tenemos que mantenernos alerta y mirar los calendarios para no olvidar el día en el que estamos. Lo mismo que los presos.

 

Voy a poner una cosita en las redes y vuelvo. Ya. He homenajeado a ese hombre llamado Amancio Ortega que ha regalado tantos equipos médicos y EPIs fundamentales en esta guerra y, además, a muchos, nos viste –el viernes fue su cumple—. Un sonido fuerte me sorprende. Me asomo a la ventana y escucho música a toda pastilla; creo que son los falleros con altavoces y una especie de discomóvil de repertorio ochentero, pero no logro verlo –una iniciativa maravillosa—. Los agujeros del gruyere enorme que forma la manzana de casa, se llenan de personajes y personajillos como yo, algunos bailan, otros sonríen.

 

Y, ahora, toca peluquería… Me trajo el mejunje el bendito Amazon. Ya sé cómo ponerme el pringue: me lo ha charrado un vídeo de YouTube. Paso al baño peluqueril y, como soy muy brutota, acabo por masajearme el tinte con las manos. Media hora embadurnada y lavado de cabeza. Las canas han desaparecido: vuelvo a ser una rubia con fundamento. ¡Ha quedado genial!

 

Con eso del horario de verano, son más de las 18:00 h y hay un sol resplandeciente la mar de bonito. Primavera hermosa y cargada de horror. J me dice que Valencia está repleta de contagiados. Creo que muchos paisanos se han hecho el test rápido y han dado positivo. Aún no he leído la noticia. Voy a ver… Y, aunque me duela el alma porque engorda mogollón, volveré a merendar chocolate, ya que hice para dos días.

 

Acabo de leer las ultimas noticias sobre el coronavirus y son aterradoras: Casi 79.000 contagios y más de 6.500 muertes por Covid-19 en España. Adiós. Se me fue el azúcar del cuerpo y las ganas de intentar seguir con un poquito de chachachá. Algún día, tal vez, regresaré.

 






Semana 3ª - Día 18 - lunes 30 de marzo de 2020

 

Hola Dicu, queridísimo diario que permites ser compartido con los amigos que te lean. Sabes, hoy, me he negado a mirar o escuchar cualquier tipo de noticias sobre la covid19. Por la noche, lo que digan, eso sabré.

 

Tengo pavor a lo rápido que me he aclimatado a esta situación de clausura. Tal vez mi condición de persona solitaria o el haber vivido como una outsider durante tantos años, ha acelerado el proceso. La sociedad me excluyó hace tiempo –o yo me excluí— y desde que J enfermó, el escenario fue en crescendo.

 

Esta mañana he estado haciendo gimnasia un buen rato. Me gusta el deporte, es algo que también nació conmigo. Fui portera de balonmano, gimnasta, velocista… lo que fuera, pero individual.

 

El día es más frío que de costumbre, como una jornada de crudo invierno. Después de comer, apenas hay transeúntes y, ahora, ni vehículos. Me ha llamado la atención –en mi nueva profesión de voyeur—, cómo, la semana pasada casi todos los peatones llevaban mascarilla y, desde ayer, la cosa ha cambiado por completo. Andarines y paseadores de perros, a cara descubierta.

 

Posiblemente, se deba a que ya no tenemos EPIs de protección. O, tal vez, porque nos da lo mismo. Esta gran ciudad dormida, cada amanecer desfallece un poco más. Una nebulosa trasparente se cierne sobre el cielo avisándonos de que estamos señalados por la peste. La dama de la hoz nos quiere con ella. Y… ¿a ver quién es el guapo que se le resiste? Hemos visto tantos seriales y films postapocalípticos que nos dejamos llevar.

 

El bicho se ha comportado. No quiere decir que todo sea maravilloso, pero, hubo menos decesos y contagiados que ayer.

 


Día 19 - martes 31 de marzo de 2020

 

De buena mañana, he leído un artículo de la prestigiosa universidad británica del Imperial Collage en El confidencial, donde, mediante cálculos matemáticos –y las mates son exactas— se asegura que, si nos hicieran a todos el test del covid19, en España habría unos 7.000.000 de contagiados. La verdad, me lo creo. Ojalá muchos sean o seamos asintomáticos sin complicaciones. Me ha dejado caos, aunque era algo que estaba cantado.

 

Me ha entrado mal cuerpo mientras desayunaba, así que me he puesto a espiar a los vecinos a ver si algo me animaba. En el parque solo había un perrito, mi favorito: un cachorro de husky siberiano muy wapo. El amo le lanzaba una pelotita y el can trotaba. Algo simple y maravilloso. Después miré las coladas. Una vecina tenía la ropa blanca primorosamente tendida. ¡Madre mía con lo desastre que soy! Soy, de verdad de las verdades, el ama de casa más antiama de casa del mundo. Mi ropa luce como si fuera el tenderete de algún mercadillo; donde las piezas, del color que sean, cuelgan desgarbadas.

 

Hace un rato que he bajado a la farmacia y, además de los medicamentos de J, he encontrado guantes de nitrilo. 100 por 11€, lo que es un precio elevado, pero no excesivo –anoche miré en AliExpress y los más baratos costaban lo mismo—. De todas formas, está claro que siguen enriqueciéndose a costa de la desgracia. La farmacéutica me ha dicho que en 10 o 15 días tendrá mascarillas quirúrgicas y jabón desinfectante. Por cierto, también me ha dicho que cualquier mascarilla –FFP1, FFP2 o FFP3— protege si se mantienen las distancias convenientes. Y, además, aunque sean desechables, se pueden reutilizar si las esterilizamos con H2O hirviendo o con el vaho de alcohol igualmente cocido. También puedo meterlas en la lavadora a 40°.

 

A las 20:00h los aplausos han quedado olvidados en el baúl de los recuerdos. Tal vez ya no son necesarios pues todos sabemos los agradecimientos que merece nuestra sociedad.

 

El informativo ha dado unas cifras caóticas. ¡Qué horror!

 

 

Día 20 - miércoles 1 de abril de 2020

 

J me ha leído la carta abierta que algunos políticos le han enviado a Merkel y he tenido que esforzarme para no llorar. A ver si los estados miembros de la UE que no ayudan a los que la covid19 masacra, nos echan una mano. De lo contrario, Europa se irá a la mierda. Quisiera que nos mantuviéramos unidos.

 

Estos días son buenos para reflexionar. La existencia es una pescadilla que se muerde la cola. Un círculo vicioso sin principio ni fin. Cada equis tiempo sucede una calamidad que aniquila a gran parte de la población mundial de una u otra forma. Y, vuelta a empezar. Hemos vivido en una sociedad regalada a consta del egoísmo que convirtió lo prescindible en imprescindible y lo importante en banal. Cada uno a su aire –lo que equivale a una cierta libertad—. Pero olvidamos que en la Tierra hay café para todos. Dicu, nos morimos, nos estamos muriendo. Cuando superemos esta tragedia, todo será diferente.

 

Si fuera médico no sabría cómo decidir la vida o muerte de uno u otro paciente. Muchos doctores, tienen que hacerlo. ¿Sabes por qué? Porque nos creímos tan poderosos como el Todopoderoso –si es que existe—. Y, en nuestra omnipotencia, olvidamos que podíamos enfermar. De tal manera que, en un caso como el actual, no hay ni especialistas ni material ni camas para socorrer al conjunto de la sociedad. No hace falta que se apruebe la eutanasia: está en vigor obligatorio.

 

Somos unos genocidas. La covid19 sembró. Nosotros cultivamos. Más muertos y más contagiados. Las autoridades dicen que estamos llegando al pico. ¿A qué pico? ¿Al de arriba o al de abajo? ¡Qué pena damos!

 

Día 21 - jueves 2 de abril de 2020

 

He salido a comprar algunos platos de comida preparada y la calle desierta ha golpeado mi psique. He grabado un vídeo para que J viera un poco la calle. Pero… ¿qué hay que ver? Algunas aves, un puchado de personas enmascaradas, unos vehículos dispersos o la tristeza de los edificios alicaídos como tulipanes deshojados a punto de perecer.

 

Existe un ambiente generalizado de hibernación. El bullicio de la sociedad del bienestar ha entrado en la etapa de la sumisión. Nuestros cuerpos se debilitan a pasos forzados. Puede que sea la evolución de nuestra raza y, dentro de unos meses, surjan las primeras mutaciones con una pérdida de masa corporal que derive en una miastenia generalizada. Me niego, Dicu. M-e n-i-e-g-o. Tenemos que resucitar como Jesucristo o como los walker de una peli de terror.  Ponernos en funcionamiento: todos los días gimnasia haga frío o calor, nos muramos de tristeza o estemos contentos porque la covid19 se estabilizó.

 

Después de comer me he puesto mi disfraz apocalíptico y he ido a Mercadona. La compra ha resultado bastante productiva pues he encontrado 250 ml de desinfectante para las manos por 2.20€. El resto de productos, mantenían igualmente los precios anteriores a la catástrofe. He grabado otro vídeo: es deprimente. No había absolutamente nadie. Lo he subido a las redes. ¡Ufff…! Vivo en una ciudad muerta. No hay perros ladrando, solo algún pájaro de mal agüero pregona el anticipo de la próxima decapitación.

 

Solo me crucé con una pareja de jóvenes y, con la que nos está cayendo, va y me chulean. Iba cargada hasta los topes y tenía poca movilidad. Se han descojonado de mí y, por casi, se me echan encima pese a que les he dicho: «Por favor, mantened la distancia». Me he cagado en ellos y, sin venir a cuento, se me ha cruzado una idea por la sesera: «Ya que el bicho detesta la lejía y el alcohol, ¿por qué nos hacemos alcohólicos? Como es poco recomendable, me he contestado a mí misma: «Porque acabaríamos cirróticos. Pero, ¿estarán investigando fármacos que contengan extracto de uva y todo eso…?». ¡Ojalá!

 

Tengo que hacer la declaración de la Renta, pero me la bufa; mi capital es tan elevado que estoy exenta. Aun así, entregaré el borrador. Seguro que me devuelven o pago 1 o 2 €. ¡Qué mogollón!

 

Hay más de 110.238 personas contagiadas y 26.743 han superado la enfermedad. Pena, mucha pena.

 

 

Día 22 - viernes 3 de abril de 2020

 

Hola Dicu. La noche fue un tanto extraña; escuchaba las toses de algunos vecinos. Puede que sea una bronquitis o cualquier infección respiratoria ajena a la covid19, pero, es imposible dejar de pensar que puede ser lo peor. Me metí en la cama y me arrebujé con el edredón. La luz estaba abierta, y, de repente, me desperté una hora después. Iba a levantarme al servicio y, como en el día de la marmota, he mirado el despertador y habían pasado 45 minutos. La luz seguía encendida. Algo incomprensible pues duermo con tapones y con las luces super apagadas como si fuera el Hotel de los vampiros de True Blood. Luego he tenido un duermevela perenne.

 

Me he levantado pronto y me he machacado en mi gimnasio casero como los atletas de élite. Dos horas y ducha caliente. A mediodía, me sentía mejor. Cuando he bajado la basura he visto un cielo maravilloso y limpio de un azulino delicioso. Me hubiera sentado en el parque a tomar el sol. No obstante, me he comportado como un sintético del hogar y he tirado las bolsas en los diferentes contenedores antes de subir andando. Nadie puede quejarse pues es una costumbre que tengo desde hace bastantes años. Lo hago desde que escuché a un pavo que estaba rico, rico, rico… decirle a una chica: «Como vives en un piso séptimo, sube y baja andando y verás como mantienes el trasero perfecto». Siempre fui presumida, Dicu. Aunque esta pandemia me está cambiando. A medida que pasan los días, empieza a importarme un rábano mi aspecto. Por eso me esfuerzo; no quiero acabar todo el día con batín y tirada en el sofá.

 

Sé que hay más muertos que ayer y también más contagiados. Sin embargo, parece que la curva tiende a neutralizarse. De verdad que me gustaría creerlo. Aunque haya leído algunas noticias alentadoras otras son contradictorias. Se ha confirmado lo peor: el confinamiento se alarga hasta final de mes. ¿Cómo irá verdaderamente la pandemia para que esto suceda? ¿Es el fin? ¿De verdad que lo es?

 

Días 23 y 24 - sábado 4 y domingo 5 de abril de 2020

 

Hola Dicu. J acaba de bramar: «¡Me cago en la madre que parió a todos los chinos! Hay que boicotearlos. Seguro que ellos no se lavaban las manos tanto como nosotros ni en Wuhan ni en Beijín cuando la puta pandemia los achicharraba. Se nos va a caer la piel». Me ha sorprendido. Pero la verdad es que se me están pelando los dedos y las palmas como si fuera una serpiente mudando la piel. ¡Gr…! Seamos fuertes y no pensemos que los asiáticos tienen la culpa de todo, solo un poquito… ¿O no? ¡Dios! ¡Cuántas dudas!

 

Si pienso fríamente, me inclino por algo similar al film Contagio de Cronenberg que mencioné días atrás… Un murciélago hace sus necesidades en una porquera y un cerdito se las come. Después uno de los lechones que pare es vendido en el mercado y se lo comen unos turistas. Ya está la mierda montada. Si dejo mi vena fantástica volar, ¿qué quieres que te diga? Seguramente escribiría una historia en la que el hecho anterior fuera medio cierto, aunque le daría una o dos vueltas de tuerca. No incriminaría a EEUU, que es lo que casi todos sugieren, me iría a por los extremistas islámicos que odian Occidente. Se van a los chinos con un montonazo de dinero y les dicen: «Mejorar el bicho en el laboratorio que nosotros lo esparciremos». ¡Vaya animalada! Pero, querido diario, estar en clausura, tiene sus consecuencias.

 

Ayer fue un día rápido. Hice gimnasia y hasta bailé el twist de Pulp Fiction –lo que sea por reírse de uno mismo y hacer reír a los amigos. Pero no lo he grabado: debería haberlo hecho para compartirlo con todos—. Después comí rápido, pues tuve que ir a Consum a por unas cosas imprescindibles. Me pone bastante nerviosa el mero hecho de salir a la calle. Me confieso miedosa. Antes de salir me invade un mar de dudas. ¿Infectaré o seré infectada? ¿Guardaré bien la distancia recomendada? ¿Habrá mucha gente y tendré que guardar cola? ¿Encontraré lo que necesito? Y muchos etcéteras más. A eso se une un croquis del espacio a recorrer para llegar y hacer la compra lo más rápido posible.

 

Últimamente me ha dado por compartir en redes la verdad y además de hacerte público, subo algunos vídeos. No tengo la menor intención de famoseo. Solo quiero ser un punto en la memoria colectiva. Ayer hice una pequeña filmación y me invadió una tristeza enorme cuando pasé por el parque y vi los columpios y toboganes sin niños. El silencio sepulcral me encogió el alma y las ramas volátiles de los árboles tejieron su sombra llorona, sobre mi hechura.

 

Pasé la tarde ¡plof! Y el anuncio de la prórroga del confinamiento, que a su vez se puede requetérreprorrogar, terminó de plofearme, aunque fuera la Crónica de una muerte anunciada, no de Gabo sino del mundo. El informativo me animó bastante. Dijeron que la curva seguía su procesión de aplanamiento. Sin embargo, me desbarajustó un poco el tema de las mascarillas. Ahora, es recomendable su uso cuando antes se llegó a decir que podían ser perjudiciales. ¡Ayyy…!!! Creo que el cuento preferido de muchos gubernativos es Pinocho.

 

A ver qué nos dicen, esta noche. Este confinamiento parece La milla verde. Tal vez, si nos dieran a todos el traje de protección individual correspondiente, podríamos salir a la calle y viviríamos la vida de otra manera.

En la calle me siento como la reencarnación de Will Smith en Soy leyenda. Quizá mañana amanezca la esperanza. ¿Por qué no?

 






Semana 4ª - Día 25

Lunes 6 de abril de 2020

 

Dicu está anocheciendo: el día pasó veloz como un soplo de viento primaveral y disperso que movió las palmeras que se ven desde la habitación del ordenador.

 

Hace un rato escuché aplausos, pero no me apetecía salir a la ventana. Para que voy a mentirte, estoy muy agradecida a las personas que nos ayudan en esta desafortunada situación, y lo digo de corazón. Sin embargo, cuando me pongo a teclear no hay quién me pare. Y, me he quedado dándole a las teclas... hasta olvidé que tenía la vejiga tan llena que me iba a explotar. Cosas de loquitas como yo.

 

De buena mañana hice gimnasia, para variar, pero, antes, me enfadé. Nada más levantarme me telefoneó una buena amiga: no encontraba guantes ni mascarillas ni gel desinfectante. Por suerte, podía pasarle un poco de todo porque hasta había descubierto un paquete de 10 Ud. de las mascarillas que usé para pintar las humedades de la habitación el año pasado, sin FFP de ninguna clase. Aun así, me parecen un milagro. Ojalá todo el mundo tuviera por lo menos una. Le hice un hatillo porque quería enviar a una persona a recogerlo. Y, muy a mi pesar y al suyo, el paquete sigue estando en la entrada: no ha encontrado a nadie que pueda venir. Le he comentado que, bajaba y se lo ponía en un taxi, pero creemos que no está permitido. Como son útiles de primera necesidad, ya se nos ocurrirá algo.

 

También me cabreé al leer un artículo en el que se especificaban las horas en las que permanece el virus en los distintos materiales y superficies. Llegué a la conclusión de que, si nos tiene que infectar, nos contagiará; es imposible hacer todo lo que prepone el gobierno para no contagiarse. Solo sería factible si tuviéramos en la entrada de casa un dispositivo higienizador –con ducha integral para todo y todos los que entraran—. En parte, es una pamplina. Por cierto, el pico será óptimo cuando los contagios sean menores que los enfermos dados de alta.

 

Sabes, me ha tocado pastillear. Acabé de comer y rellené el pastillero semanal de J –me lleva casi una hora porque hay que poner un montón de pirulas—. Enchufé una peli que seguía en marcha cuando entré en la cocina para asearla. Entre pitos y flautas, se hizo la hora de merendar. Antes de devorar el bocata de atún que me había preparado, me vestí y bajé la basura. Había claros y nubarrones; el fondo azul del firmamento me gustó. Dentro de esa letalidad devastadora que arrastra al mundo, la atmosférica se está regenerando o por lo menos, eso parece.

 

Hasta mañana, Dicu, espero que el informativo nos dé esa alegría esperanzadora que tantos necesitamos.

 


Día 26

Martes 7 de abril de 2020

 

Me he levantada más pronto de lo habitual para ir a... Comidas El Rubio y, después, a la farmacia. He grabado dos vídeos, pero no creo que los suba porque solo de verlos me aflijo. Ya veremos lo que hago. Es un testimonio fidedigno de lo que significa un confinamiento sanitario bien hecho –me siento orgullosa de mis conciudadanos—. Como a estas horas no suelo bajar, he visto un poquillo más de movimiento; aunque sigue siendo penoso andar por mi city y cruzarte con una decena de peatones que miran, como tú, al suelo. Los comercio y negocios chapados al 99’99%. El ruido ensordecedor de las calles, ahora, es solo un murmullo inocuo que me hace pensar si no estaré en un universo paralelo. Pero, no, es mi barrio con un máscara desconocida y silente: está en marcha la sociedad virtual. Tendremos que aclimatarnos.

 

Nos ha telefoneado el médico de cabecera –es más bueno que el pan—. Como tenía un rato libre se ha puesto a llamar a los pacientes con alguna patología y claro, J es paciente de riesgo; quería saber cómo estábamos. Me ha dado algunos consejos, como lavar con jabón los guantes y reutilizarlos, o hervir las mascarillas con unas gotas de lejía. También me aconsejó que cada vez que venga de la calle, mantengamos una distancia prudente durante 3 o 4 horas y, además, si es posible, que ambos llevemos mascarillas dentro de casa. Me parece una de las personas más legales que conozco. Si todos fuéramos como él: el mundo sería mejor.



 

Día 27

Miércoles 8 de abril de 2020

 

 

Cuando he subido la persiana y he visto un cielo limpio y hermoso, no me lo podía creer. Pero, al mirar enfrente –justo donde está el solárium del gimnasio— y verlo vacío, me he entristecido. Solo he dado un vistazo al resto del espectáculo, tampoco es que ejerza en demasía de James Steward y su voyerismo, más bien, miro poquito porque me da vergüenza. De todas formas, unos segundos bastan para contemplar el panorama para matar…te. Así que, mejor no mirar.

 

He leído una noticia en El independiente que me ha puesto los pelos de punta. El epígrafe rezaba lo siguiente: «A un enfermo de 80 años ya no se le ingresa, sabiendo que puede fallecer». Es así de crudo. Ahora pondría la canción de Camilo Sesto Ya no puedo más… Hasta la tararearía... Ya no puedo más, ya no puedo más, estoy harto de tantas mentiras… o parecido y lo demás… La letra viene a huevos con todo lo que escuchamos, leemos y vemos. Sin embargo, solo nos queda una: ver, oír y callar.

 

En este instante, me gustaría ser de otra especie, me avergüenza ser humana. ¿De qué sirve vivir mogollón si cuando te haces octogenario, mayormente, se nos trata como a la mierda? Parece que llevemos la gema de ese color determinado que en el film La fuga de Logan, te hacía desaparecer en una ceremonia pseudorreligiosa cuya finalidad era asesinarte.

 

En Mercadona he notado a la gente más suelta: guardan menos distancia que la conveniente. ¡No me mola nada! Hay que seguir alerta. Sí o sí. Dicu… ¿sabes lo que les ha pasado a nuestros hermanos franceses? Pues que en 24h han fallecido 1.600 personas. Me entran ganas de llorar mientras lo escribo. Es muy, muy triste. Pero a mucha gente no le importa, ni esto ni que estemos en Estado de alarma y quieren hacer fuchina de Madrid a la Comunidad valenciana para estar cerca de la playa.

 


Días 28 y 29

Jueves 9 y viernes 10 de abril de 2020

 

 

Esta mañana ha sido terrible. ¡Jajajaaa…!!! Es broma. Terrible es lo que está pasando. Lo digo porque he tenido que limpiar la casa y no me gusta nada de nada, veas tú. Ahora, es un quehacer diferente dentro de la monotonía del silencio, del no tener ganas de hacer nada, de querer llorar constantemente, de poner buena cara y ser una entusiasta en las redes cuando lo mandarías todo a freír espárragos. Así que, en esa estamos.

 

La tarde fue especial porque, cuando bajé a tirar la basura, llevaba conmigo la cestita de Caperucita para mi amiga que salía de cuidar a su mamita. Así que, me hizo una perdida cuando estaba cerca y se apeó en el semáforo que está al lado del contenedor. Yo bajé con mis desperdicios basuriles, los eché en su sitio y, después, abrí el capó de su vehículo. Le metí lo que le había preparado mientras nos besábamos con la mirada y la sonrisa enmascarada. El semáforo se puso verde y se marchó. Pero me quedo la satisfacción de haberle alargado la mano de otra manera. La quiero mucho.

 

Ya sabes que no soy religiosa, pero… ¡menudo Jueves Santo para Pasos, costaleros y procesiones! Me sabe mal por ellos. ¡Ea! Será una Semana Santa recordada en los anales de la historia. Hay más muertos, más infectados, más de todo lo que este maldito bicho nos echa. Suena la trompeta del Juicio Final: el confinamiento puede alargarse y el desconfinamiento será paulatino. EU sigue unida… nada de coronabonos o eurobonos. De momento, tenemos que conformarnos con poca guita. Ya veremos si el grueso de la lotería se dirige hacia los más necesitados; PYMES, autónomos… quienes sean.

 

Viernes Santo… y tan santo. El mutismo sepulcral que rodea la casa me ha hecho recordar la Semanas Santas de mi niñez. Entonces era pecaminoso hasta respirar. Apenas se hablaba, la tele –si se encendía— era un susurro, estaba mal vista la sonrisa, si ponías música te soltaban un cachete y salías a la calle mirando al suelo, solo, para ir a misa o a de procesiones. No había bichos mutantes que te enfermaban los pulmones y te reventaban el corazón. No despertabas en la UCI de un hospital repleto de camillas hasta en la antesala de reanimación cardiorrespiratoria. No acababas con los pies por delante en una bolsa de plástico mal cerrada. No. La sociedad de aquel entonces se autoconfinaba en estos días tan católicos. Pero, la atmósfera de miedo era similar… como si la obligación devota te arrestara la libertad.

 

Se ha nublado y el jardín de enfrente está completamente vacío. Los columpios de los niños siguen parados y los coches estacionados como las hileras de ataúdes que pueblan los hangares del Hades. Se ha roto la sociedad del bienestar y el orden mundial ha cambiado. Da lo mismo que compremos el mejor Super Glue del mercado para pegar las anchuras de las puerta y ventanas, no tiene remedio. Me han salido unas estrofas. Venga, las voy a escribir.

 

 

28 días después

 

El tiempo se diluye

La mañana es noche

Y la noche día

El domingo es lunes

Y el martes huye

 

 

28 días después

Las horas pasan

Los minutos prosiguen

Las semanas se atascan

Y tú, permutas la piel

 

28 días después

La vida conocida

Huye por el WC

Y tú, también

 

 

 

Días 29 y 30

Sábado 11 y domingo 12 de abril de 2020

 

Sábado… o lunes o miércoles. He llegado a un punto, en el que el tiempo se ha fundido entre las paredes y el pasillo de casa. Supongo que, la mayoría de confinados, comienzan a tener secuelas de algún tipo. Esta mañana el farmacéutico me ha dicho que su hijo –un tennager pelirrojo con cara de espabilado— está desquiciado. Y, ayer, un amigo me confesó que su hija –un poco mayor que el chaval— lloraba a moco tendido.

 

Presencio un cambio social que, evidentemente, alterará la vida. Ya no sé qué contarte. Se trata de vivir esta nueva fase en la que comienzo a recordar los animales, los prados, los monumentos, las personas… como si fueran parte del pasado. Una película de ciencia ficción en la que el proyector me dice: «Esto es una vaca. Esto una flor. Esto un anciano». Que soy tremendista, me dices, puede ser. Si sucede algo chungo, estoy preparada. Si por el contrario, el futuro se llena de arcoíris, disfrutaré como una niña pequeña. De eso se trata. De imaginar. De dejar que mi niña interior vuele.

 

Aislada comprendo que un abrazo vale más que un puñado de euros y que un beso como el que Burt Lancaster le da a Deborah Kerr en De aquí a la eternidad es lo mejor que me puede pasar. Soy un tanto romántica por eso me disfrazo de siniestra para no pegarme más golpes en esta cabeza abollada.

 

Las personas somos números en unas listas virtuales. Hay tres. Le primera se llama contagiados. La segunda fallecidos. La tercera, recuperados. La covid19 sigue su ritmo. El que Sanidad prolija como bueno. La curva sigue aplanándose. Como si 510 muertos en las últimas 24 horas, y 161.852 contagiados, fuera algo trivial. He pensado que, si no nos hacen los test a todos y comenzamos la desconfinación, puede que los que estén o estemos incubándolo, contagiemos a otros y vuelta a empezar. Caca, culo, pedo –que no Pedro—. ¿O sí?

 

Me he levantado con ganas de hacer algo fuera de lo habitual. Así que he arreglado algunos cajones. Quise compartir con J. Me apetecía que me dijera: «Qué bien haces las cosas mi amor». La cosa quedó en: «Eres una obsesiva compulsiva». ¡Jolines! Bueno, quiere decir que habían quedado de cojones.

 

Después me tinté el pelo nuevamente. En esta ocasión, con una mezcla de varios tonos porque el habitual se había agotado; el resultado me ha gustado cantidubidubidubi cantidubidubida. Parecía recién salida de la pelu. ¡Fabuloso! Pero lo más gracioso ha sido que, cuando he ido a tender las toallas, escuché que la vecina de enfrente –la que tiende la ropa chachi piruli—, hablaba con una colega: «Mira, pues no se ha quedado blanco sino plateado. Me gusta el tono». Hoy estábamos todas acicalándonos. ¡Vaya! Me he dicho a mí misma. Pese al maldito bicho matagente, seguimos adelante e intentamos no hundirnos en la mierda.

 

A mediodía repasé el maravilloso film Minority Report –con un Tom Cruise guapísimo y una Samantha Morton –la recién decapitada Alpha de Walking dead— debutante, en el personaje de Agatha, La precog. Pensé que la película no estaba tan lejos de la realidad. Ya tenemos robots que toman la temperatura corporal a tres metros de distancia. Interior controla los movimientos de los ciudadanos por móvil. Usamos vídeo conferencias para ver las caras y enviar abrazos, besos o lo que tengamos ganas, virtuales… a nuestros cercanos. Solo nos falta hablar con los hologramas de nuestros colegas.

 

Pese a que toma fuerza que, la covid19, es fruto del descuido o el deseo de algunos científicos de ojos oblicuos por tener el arma biológica perfecta; el bicho se fugó de los laboratorios como el preso número nueve de Alcatraz y no hay vuelta atrás. Vendrá el coronavirus 20, 21, 22 y etcétera… La nueva era. La telemática. La cibernética. Esa que estará repleta de IA, ISA y hasta super, requetésuper ISA. Tiempo al tiempo.

 

Dicu por, hoy, bastante. Como esto se alargue, igual te conviertes en una novela. La verdad, prefiero que te quedes en mi diario cuarenténico. 40 días y poco más, por favor. Por las víctimas y por los muertos. Por lo que ha pasado y por lo que vendrá.

 

Por cierto, el bicho ha repuntado. Y, esta mañana, se han reincorporado al trabajo muchos empleados, veremos qué pasa.

 





Semana 6ª

Del lunes 20 al 25 de abril

 


Hola Dicu. El domingo terminé diciéndote que la historia de la covid19 se había gestado, por descuido, en un laboratorio de Wuhan o parecido según los EEUU y otros países de la EU que secundan esta teoría. Bueno, pues entre ayer y hoy he recopilado diferentes artículos en los que hay de todo. Ciertamente, tenemos muchos agoreros, quizá, demasiados.

 

Nostradamus señaló como causa de la tercera guerra mundial sería la invasión de chinos y árabes, o algo similar porque las interpretaciones pueden decir una u otra cosa dependiendo de quien las haga. En fin, la pandemia actual puede ser una nueva forma de guerra. Antiguamente, los combates se libraban en los campos de batallas. Después, el enemigo atacaba ciudades o lo que se les pusiera por el medio. Tal vez, ahora, prima sacar alimañas –que parecen autodirigidas— para que se carguen a la población. Si afinamos más, este bicho en particular, ha surgido muy espartano porque se va a por los más débiles. En la antigua Esparta los bebés que nacían con algún defecto –lo mismo que los convictos— eran arrojados desde lo alto del monte Taigeto. Wuhanchinihijoputini19 está acabando con los ancianos y quiere hacer lo mismo con los grupos de riesgo.


Que no se me escapen los agoreros, que no se me escapen… El primero ha dicho que las predicciones de Bill Gates estaban más que dirigidas. O sea, que no vaticinó nada de nada, sino que esta pandemia obedece a los que verdaderamente gobiernan el mundo –personajes en la sombra que nadie conoce— cuya finalidad es implantarnos a todos un microchip. ¡Toma ya!  El segundo, ha dicho que el orden social lo dictarán aquellos que se hayan infectado, hayan pasado la enfermedad y sean totalmente inmunes –lo cual es hablar demasiado pues no se sabe si la autoinmunidad será absoluta o estacional—. Según el artículo, éstos, serán la élite que disfrutará de la libertad. Los que, por el contrario, no se hayan contagiado, montarán fiestas con aquellos que comiencen a tener síntomas para pedirles un mordisco: «Por favor, inféctame, inféctame». Una humanidad de esclavos y esclavistas. El tercero, ha profetizado que, tal vez, España derive en un régimen similar al nacionalista hitleriano. Por desgracia, algo de razón tiene, pues se nos priva, día a día, de un cachito de la preciada libertad que teníamos. Deseo, de corazón, que se equivoque.

 

Ayer se saltaba de alegría porque la covid19 solo había asesinado a 399 personas –como si este número fuera algo sin importancia. Es para no dejar de llorar—. Hoy, la cifra ha ascendido en treinta y un difuntos. ¡Ya está bien! A este paso, aquí no se queda ni el Tato.

 

He leído un artículo terrorífico; al principio de la pandemia, se decía que el bicho mutaría poco, y resulta que, hoy, el gobierno asiático ha dicho que cambia infatigablemente y que hay cepas nuevas con una carga viral muy superior a la originaria en China –justamente, las asociadas a EU y EEUU—. Esto, me huele a chamusquina. La OMS advierte que, lo peor, está por llegar. ¡Esto es de locos!

 

Hace un rato, volví a ver a mi amiga; necesitaba unas mascarillas y le he comprado media docena en la farmacia –la broma han sido 9€. Como si fueran reutilizables cuando tienen 8h de vida—. ¿Qué quieren que nos gastemos el poco dinero que tenemos en mascarillas y demás aparatología necesaria para salir? En fin, le he preparado un paquete y, cuando estaba cerca, me ha hecho una perdida. He bajado a tirar la basura y a darle el hatillo. Iba con su hija, pero besos y abrazos en el aire pasajero. Le he preguntado a la pitufa cómo estaba y me ha contestado: «Tengo miedo». ¡Criatura! Se me ha caído el mundo a los pies y he pensado que mi infancia, con todos los horrores que pasé –como es la muerte paterna, entre otros desgraciados incidentes—, nunca fue tan dolorosa como lo será para los pequeños que están sufriendo la epidemia. Esto es una catástrofe que tardará en olvidarse. Posiblemente, en un futuro, los niños se fragüen en ellas y cuando venga la próxima, estarán acostumbrados. Para los que hemos vivido en la sociedad del bienestar, no deja de ser triste. ¿Dónde quedaron los juegos de la calle? Hoy en día, juegan con la Play. Y, desde que ha llegado el bicho asiático pasan más horas mirando la pantalla que riendo con los amigos o hablando con sus padres.

 

Los fallecimientos han aumentado.

 

Lo sabía, pero me ha quedado transparente. Hace ocho días que a J se le rompieron las gafas y tuvo que pedir unas por Internet. Fue a lo seguro: Mister Spex –una empresa berlinesa—. Las acaba de traer un mensajero de Correos. Sí, de Correos, que últimamente no sirve envíos. Todo perfecto y a buen precio. Por algo Alemania es la locomotora de EU.

 

Me ha pasado algo un poquillo molesto, Dicu. Fíjate, soy compradora habitual de Mercadona desde 1980. Ayer hice la compra semanal y se me olvidó el café. Hoy vuelvo adrede para cogerlo -entro por una puerta y salgo por la otra, como un rayo y con el carro PLEGADO porque iba a por unos platos de comida preparada—. Y la cajera, a la que conozco de siempre, me hace que le enseñe el carro. Se lo muestro y me suelta: «Ábrelo más que no lo he visto bien». Desde luego, algo está cambiando en esta sociedad de mierda que estamos creando por culpa de la pandemia y por comportarnos como verdaderos corderitos o como cerdos opresores. Los grandes, como este supermercado, se creen los dueños y señores de la morería. Regalan, dicen que son altruistas por aquí y por allá, pero se aprovechan de la situación: suben los precios y nos dirigen con altavoces de voz kagebeista: «No acumulen, hay para todos». A menudo, los empleados nos pierden el respeto. Mal por ellos.

 

Los de Amazon se lo curran bien, pero bien. Me han traído una caja de guantes de nitrilo –apenas me quedan— que me ha costado la mitad que los comprados en la Farmacia. ¡Bien por ellos! Menos mal que existen. Dicu, que no se te olvide que me confieso amazona total. Estoy segura que, si esta rocambolesca situación durara mucho, muchísimo –ojalá, no—, llegaría todo con drones como en otros lugares. Se retrasaría, pero llegaría igualmente. ¡Ah! Y sin subir el precio y cuidando a los clientes. Otra cosa son los costos que ponen los vendedores externos.

 

La dejadez aumenta con las horas, los días, las semanas y los meses inertes, aunque tenga una rutina para sobrevivir y creerme la mentira de vivir. Es otra alimaña depredadora que me engulle: se llama tristeza. La calle vacía, las personas que no se miran, no se saludan, no se conocen. El rictus cóncavo de los labios ha matado a la sonrisa. Y si no ríes, envejeces. El amor desaparece y entran las muñecas y muñecos hinchables que no contagian a nadie si los tienes desde antes. Ha llegado la sociedad de máscaras, guantes, desinfectantes, abrepuertas higiénicos, sentimientos virtuales, comercios repletos de mamparas, discotecas con EPIs individuales y playas de metacrilato. ¡Ah! Y con máquinas expendedoras de test automáticos para entrar en los lugares públicos.

 

Veo a D. Amancio vendiendo trajes asépticos como los que utilizan los virólogos en los laboratorios o las zonas de epidemias y sus complementos. Y a Porcelanosa transformada en una empresa de duchas/arcos/cabinas o lo que sea… de H2O y ozono para el recibidor o el baño. Para cada suspiro que ejecutemos sin extrema limpieza. Darán lo mismo, sus creaciones nos desinfectarán, pero no impedirán el paso a wuhanchinihijopitini19… 20… o 1001.

 

Apenas hay coches, pero mañana habrá niños por la calle. ¿Cómo? Aún no lo tengo del todo claro, veré si van en fila o con toda la familia por delante. Después saldrá otro grupo y abrirán las pelus y los comercios para aguaparnos. Los locales lucirán arcos purificadores y los profesionales ejecutarán su trabajo con brazos extensibles como los del Inspector Gadget para llegar a los clientes vestidos de Zara –se lo merece—. Además, habrá creado esos trajes protectores de todos los colores y estampaciones singulares.

 

Dicu, otra noticia para chillar eternamente. La he cogido, tal cual, de EL PAÍS, me han entrado escalofríos cuando la he leído: «Más de 5.000 € por escapar de España en patera. La pandemia fuerza movimientos migratorios a la inversa. Marroquíes y argelinos huyen de la covid19 y del consecuente parón económico». ¡¿Cómo estaremos?! ¡Madre mía!

 

El futuro ya está aquí. Como me estoy yendo de baretas, aquí y ahora, Diario cuarenténico –Dicu. Mi querido, Dicu—finiquito tu propuesta. A lo mejor, te visite puntualmente, pero los muertos y las mentiras, me pueden.

 

The end

 

Sábado 25 de abril de 2020

Día 44 de la cuarentena








*A mitad de mes publicaré la última parte de 2020 La realidad de la realidad que cuenta con algunos poemas, pensamientos, reflexiones, vídeos y experiencias personales surgidas durante la pandemia. 

Éste es un libro sin correcciones gramaticales ni de estilo. Escrito tal y como me salía de las entrañas con el corazón roto y el alma derrotada.


Anna Genovés 2020

Todos los derechos reservados a la autora


Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor.

 


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