No suelo leer los prólogos de los libros. Al menos en las obras de ficción. A menudo los interpreto como epílogos, y me pongo con ellos nada más finalizar la novela. Aunque, a decir verdad, cuando son demasiado extensos, los obvio y me los salto.
Si detallo mi experiencia con las introducciones, es, sobre todo, para reafirmar la importancia de esta. Y no precisamente debido a su autoría, sino a la gravedad de la novela a la que antecede, pues Los violentos es una obra que exige ser buceada, explorada como si fuera una cueva y el lector un espeleólogo. Debido a ello, el autor deseaba un prefacio que sirviera de somera explicación a un texto que contiene, si el lector es avezado y está atento a los detalles, una profundidad que puede pasar desapercibida bajo la velocidad de la trama.
José Ángel Barrueco retorna a su vecindario, Lavapiés, tras su Vivir y morir en Lavapiés (2011), para construir, con su realismo sobrio y su prosa con reminiscencias de Miguel Delibes y Tomás Sánchez Santiago, un retrato social de uno de los barrios más multiculturales de España. Aunque en esta ocasión, en vez de una crónica fragmentaria, el autor construye, con precisión de cirujano, una ficción que parte de un simple incidente: un choque de hombros cualquiera, un episodio accidental que se produce a diario en infinidad de lugares, quizá de forma simultánea, y que no suele tener consecuencias. En muchos casos se piden disculpas. A veces incluso mutuas. Y ahí se acaba la historia. Aunque también uno se puede cruzar con la persona equivocada, con el matón, con el macarra, con el abusón de la clase. En esas ocasiones lo más inteligente es seguir adelante sin dar pie a que se inicie una discusión. Poca gente está dispuesta a pelear por semejante minucia. Pero ¿qué ocurre cuando dos personas en similares circunstancias de exclusión social se chocan, literalmente, en la calle?
En Los violentos una colisión como esta desata una espiral de violencia a la que contribuyen también factores como el calor del verano, el miedo a lo desconocido y una huelga de basura que desemboca en una epidemia. Para construir este ambiente ballardiano, el autor recrea un Madrid apocalíptico, que, más que una distopía, resulta una mera exageración de la realidad, puesto que no solo es posible que algo así pueda ocurrir, sino que sucesos similares ya se han producido en la historia reciente (de hecho, la huelga de basura que tuvo lugar en Madrid en el año 2013 inspiró la composición de esta obra).
La forma en que la novela está narrada la hace parecer por momentos un relato largo, con su ritmo de suceso y su trama veloz. Sin embargo, el autor zamorano es capaz de desarrollar, dentro de este espacio, unos personajes que dejan huella tras la lectura; seres marginales, víctimas de la violencia del sistema, y transmisores de esta. Gente que se juega mucho cada día a pesar de no tener nada que perder.
Por otro lado, la obra, escrita en 2017, preconiza una epidemia causada por un virus. Barrueco se convierte de este modo en un autor visionario que anticipa algunos de los grandes males y peligros de la sociedad actual, como las pandemias. Y lo hace desde una observación minuciosa que mezcla instinto y vivencias personales con una excelente técnica narrativa.
Los violentos es una novela que aborda el interior del ser humano, sus peores pulsiones, el odio enquistado en la sociedad como un virus. Cada detalle es una referencia, una metáfora, un símbolo. Una obra que establece analogías constantes entre los hombres y las plagas, entre la sociedad y la basura; un paisaje urbano desolador que actúa como un tatuaje, pues sirve para tenerlo siempre presente. Se trata, en definitiva, de un texto que retrata lo abstracto de la violencia. Y sólo los buenos autores son capaces de materializar lo intangible representándolo por medio de su ausencia.
Mario Crespo