Madrid, 1979. Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de
Madrid (2016), con la tesis La formación de una cultura de resistencia en la
canción social. Autor de artículos en Nueva Tribuna, Diario Folk
y Tartarus, además de en el blog La
Zamarra de Gustavo, con más de diez años de existencia. Autor de las
novelas Billy («algo es algo»); Redención
(Nuestro último baile), y Queca (Libros Indie, 2019, 2021 y 2023,
respectivamente).
P.- Gustavo, ¿de qué trata Queca?
Trata de un solterón, Miki, al
que su cuñado Joaquín, «Cuqui», regala una muñeca sexual que se ha traído de
Japón y que se parece mucho a una modelo que él admira mucho. Como intuye que
detrás del regalo lo que hay es un intento por humillarlo, Miki elige no usar a
Megumi, que es como se llama la muñeca; pero al final cae, aunque no de esa
forma, sino peor. Miki comienza a tratar a Megumi como a una persona y acaba
perdiendo el norte, motivo por el cual intenta salir con una chica. Sin
embargo, la cita le decepciona y se refugia en Megumi. Consecuencia: la muñeca
cobra vida a sus ojos, y a partir de ahí intentará convencer al mundo de lo que
este es incapaz de percibir: que Megumi es una mujer.
P.- ¿Cuál es el tema principal de Queca
y por qué quisiste hablar de él?
Queca es una historia de
amor; un tanto así, pero de amor. Pero, más que eso, habla sobre la soledad, de
cómo puede hacer perder la cabeza a las personas; habla de los prejuicios y de
las falsas impresiones, de lo cual Miki sabe bastante. Habla de que está bien
tener pareja, pero que hay que aprender a valorarse a uno mismo y a estar solo. Y
también de las percepciones y de cómo podemos proyectar lo bueno que hay en
cada uno sobre otras personas o incluso objetos. Pero, por resumirlo y
contestar con más precisión a tu pregunta, el tema sería el amor, y no solo a
una pareja.
P.- ¿Por qué has querido hablar de las muñecas eróticas?
La historia de Queca me
vino por un sueño (que aparece en el libro, por cierto), y recordarlo me llevó
a pensar en esas noticias raras, por llamarlas de alguna manera, en las que
aparecen hombres que se pasean con muñecas sexuales como si fueran su pareja.
Te lleva a pensar si son sinceros o buscan llamar la atención. Y luego se
desata todo un conglomerado. Hay quien lo entiende como un síntoma de soledad
extrema, y quien lo ve como un acto de misoginia, porque en su opinión no
buscan una mujer, sino algo que no les va a llevar nunca la contraria ni a
engañarlo, y tampoco a desilusionarlo. Imagino que todo puede ser verdad,
tampoco hay que ser injusto con personas a las que no se conoce. Me parece en
cierto modo fascinante esa proyección que te decía arriba; es como crearte a tu
propio dios y tu propia religión: pones en un objeto todo lo bueno que quieres
que tenga una persona (se nota que me influyó mucho Feuerbach). Es tener una
relación que no es una relación más que en la imaginación.
P.- ¿Cómo fue toda esa labor de documentación?
Bueno, no hubo
mucha más allá de mirar precios y cómo son de cara al consumidor. Además de que
no soy muy amigo de ahogar al lector con un montón de datos que no encontrará
interesantes y que estrangulan la narración, mi excusa es que, en realidad,
Miki no tiene por qué saber de qué material está hecha Megumi, por lo que lo
que no ve lo deduce (por ejemplo, los alambres que él piensa que le sirven de
esqueleto). Básicamente fue mirar algunas páginas, los precios y las noticias
que te decía. El modelo «Megumi», que se basa en la modelo y actriz Reon
Kadena, no existe, pero sí hay líneas en las que se representa a actrices y
cantantes populares de Japón, aunque no sé con qué legalidad.
P.- A Miki, el protagonista, al
principio se le coge cariño, aunque luego el pobre desvaríe un poco. ¿Cómo fue
la construcción del personaje?
No me avergüenza decir que Miki,
alias de Miguel Rodríguez, tiene algo de mí. Muchas de sus cosas están sacadas
de mi propia historia sentimental (lo de la muñeca no, eh) y de mi
personalidad, sin que llegue a ser mi reflejo. Las otras salían como
consecuencias lógicas. Siempre veo las novelas como sistemas lógicos en donde
las premisas te llevan a conclusiones, aunque estén desordenadas. Pero claro,
como uno no es perfecto, no iba a consentir que mi personaje sí lo fuera. Por
eso, mientras escribía, me decía: «Vale, Miki es un tío genial con todos sus
defectos. Es hora de que la cague un poco». Así que quise hacer un personaje
llámalo normal; un personaje con el que empatizaras, te pareciera simpático,
pero luego pudieras decirle: «No, tío. Te estás equivocando». No tienes por qué
compartir todo el rato su punto de vista, pero sí entenderlo. Por ejemplo, él
se considera feminista y abolicionista, aunque, por otro lado, y fruto de su
soledad, es aficionado al erotismo y a la pornografía blanda, algo que buena
parte del feminismo no ve con buenos ojos. Con todo que es selectivo y se
declara golfo con principios. Yo creo que es un personaje con el que muchos se
irían a tomar una cerveza.
P.- ¿Por qué has afirmado que Queca es «un cuento de hadas masculino»?
Porque creo que es la
definición más exacta. Cuidado, que esto no quiere decir que sea solo para
hombres, faltaría más. Se me ocurrió mientras la revisaba a la mitad; vi que
tenía muchos elementos de un cuento de hadas tradicional, hasta la estructura
es similar. Si te das cuenta, Miki es una especie de Ceniciento: vive atrapado
en un trabajo que odia y soñando con un amor ideal que no llega nunca. Luego,
tiene una madre que hace la función de madrastra malvada; y una hermana y un
cuñado, que son como sus hermanastras perversas. Por supuesto, no falta la
princesa azul: el hecho inesperado que le cambia la vida, una muñeca sexual que
cobra vida y que se llama Megumi. Y, como colofón, tiene hasta su propia hada
madrina, solo que la suya es una drag queen llamada Tina Tormento.
Además, hay guiños hacia la historia de Pigmalión, el escultor que se enamoró
de su estatua y Afrodita le concedió que esta viviera; algo que hereda el
cuento de Pinocho también. Hacia la mitad, ocurre algo maravilloso e
inexplicable que le cambia la vida sin saber cómo o por qué ha sucedido.
»La historia de Queca, en
definitiva, es la historia de un desdichado ceniciento que ansía vivir con su
amada princesa azul. ¿Serán felices y comerán perdices? Eso habrá que
descubrirlo.
P.- Gustavo, sabes manejar muy bien
el humor y la ironía. ¿Por qué has optado por un género que no habías usado en
tus anteriores novelas?
La creación de Queca fue
muy automática, una cosa rara: una idea que me vino a la cabeza y empecé a
verle posibilidades. Lo hice en parte por divertirme y dejar de lado un poco la
solemnidad, y la historia reclamaba un tono desenfadado. La primera persona,
además, me permitía usar registros más coloquiales; pero que nadie se lleve a
engaño, eso tampoco es fácil y hay que procurar no repetirse ni desvirtuar el
texto en exceso con vulgarismos. Y aunque luego tuviera que buscar datos y consejo,
mi idea era escribir algo que se hiciera por sí solo, pasando de todo lo que se
supone que tiene que hacer un autor. Aquí, tal vez, me estaba revolviendo con
lo que por internet se dice que tiene que ser una novela. Queca refleja,
en sus líneas, partes del proceso creativo, como cuando Miki dice que odia la
palabra «mohín», cuando dice que no quiere que transcriban la risa de su cuñado
«ja, ja, ja», o cuando admite haber mentido anteriormente. Lo que pasó ahí fue
que cuando me di cuenta de las contradicciones, en vez de repararlas, las
reciclé y las utilicé como un elemento más. También es una crítica a quien dice
que hay que describirlo todo; algo que se lee cuando Miki se niega a relatar
cómo Megumi y él hacen el amor en la ducha. Me daba una pereza inmensa
narrarlo; por lo tanto, Miki tampoco estaba muy por la labor.
»Pesó en esta decisión, también,
haber corregido la novela Val-Kiria, de Gorka González (Libros Indie);
usaba un registro tan desenfadado que vi que se lo pasó genial, y quise hacer
algo parecido, divertirme y no preocuparme tanto por hacer malabarismos
literarios (que los hay, claro).
P.- Silvia, Joaquín, Tina Tormento
son algunos personajes de Queca, ¿algún parecido con la realidad es mera
coincidencia de todo este plantel de personajes?
Hay alguno, pero la mayoría son
inventados. Joaquín, «Cuqui», es un cuñado de los que se llaman cuñados,
es decir, plasta, impertinente, resabiado, insoportable pero que, por alguna
razón, es a quien todo el mundo busca para reír un rato. Es un personaje-tipo a
la orden del día. ¿Quién no tiene o ha conocido un Cuqui alguna vez en su vida?
»Sí, hay dos personajes que tienen un
cierto correlato, y con el segundo me juego la vida. Paco, la identidad real de
Tina, está en parte influido por un amigo mío; al menos las conversaciones que
tienen, que son muy parecidas a las que tengo con mi amigo. Y luego está la
madre de Miki, Raquel, que no se llama así por casualidad porque, que Dios no
asista, está basada en la madre de mi expareja.
»En fin, ha sido un placer
conocerte, María.
María. El placer ha sido mío, Gustavo. Siempre te tendré en el recuerdo.
P.- En la novela hablas de
erotomanía, agalmatofilia, de trastornos de la realidad, etc. Háblanos de estas
lindezas del género humano. ¿Cómo te documentaste?, ¿por qué quisiste hablar de
ellas?
En cierto momento, Miki ve
cuestionado su comportamiento, e intentan calificarlo con alguno de estos
fenómenos. Algunas son parafilias y otras, patologías. La erotomanía consiste
en una idolatría obsesiva hacia alguien, generalmente una persona famosa e
inalcanzable para el erotómano. La agalmatofilia es la atracción sexual por
muñecos. Y los trastornos de la realidad, ya lo dice más o menos su nombre.
»Al final del libro pongo una nota
de disculpa hacia los expertos por haber sido tal vez un poco ligero con la
descripción y definición de estos fenómenos. Lo leí en internet todo, y puede
que interpretara a mi manera. En mi carrera, Filosofía, estudiamos algo de
psicología, al menos sus fundamentos, y por eso me manejo bien con los
conceptos. Es más que probable que me equivocara con otras patologías o parafilias,
y quizás debería haber empollado un poco más; pero eso habría duplicado
inútilmente las páginas. Tampoco era cuestión de aburrir al lector.
P.- Gustavo, ¿qué te gusta leer?,
¿cuáles son las tres últimas novelas que te has leído?
Me gusta leer de todo, aunque mis
preferencias van hacia los franceses y rusos del siglo xix. Creo que esa gente es insuperable, a pesar de que no
siempre sea fácil leerlos, para el público contemporáneo. Últimamente no leo
mucho, salvo lo que me envían para corregir y algunos mangas. La ultimísima ha
sido Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, que suelen calificarla
de ciencia ficción pero va más allá de eso; es más una distopia, un relato de
la soledad de la existencia del ser humano, una seria advertencia. Me
entusiasmó. Antes que eso leí Dublineses, de Joyce, y he de decir que no
me gustó demasiado (tal vez fuera la edición, no sé); me aburrí un poco. Y una
algo más desconocida, Damon, de C. Terry Cline, una especie de versión
materialista de El exorcista, por decirlo así, y no apta para
estómagos delicados. No sé si sería capaz de escribir una obra así, la verdad.
P.- Trabajas en el sector de la
literatura. ¿Qué crees que falla en la cadena del libro?, ¿qué se debería
cambiar?
No sabría decirte con exactitud. Imagino
que es un complejo de elementos, tal vez pequeños pero que, juntos, forman un
mundo. Creo, por ejemplo, que los dos grandes sellos, que controlan los medios
de comunicación al ser parte de ellos, se comen mucho espacio y dejan al margen
a las editoriales pequeñas y medianas. Pienso que la autoedición ha tenido su
cara y su cruz; hay gente muy buena que opta por ella, por las razones que
sean, pero tampoco hay más filtro que el de pagar, a veces; y menos con la
gratuidad de Amazon. Es complicado, para un autor modesto, romper ciertas
barreras y llegar a ser leído.
P.- También eres corrector, por lo
que dominas la narrativa desde otros puntos de vista. Como lector, ¿qué tiene
que tener para ti una novela para que te llene de verdad?
A veces las cosas te gustan o no, y
no te planteas las razones. Supongo que será por el lenguaje, el modo de narrar
y la agilidad de los diálogos; y esto quiere decir que te sea tan fácil leerla
como ver una película del antiguo Hollywood. No me vale eso de que si la
historia es buena lo demás está de más (me parece la excusa que pondría un
escritor mediocre). La historia tiene que ser buena, pero también estar bien
contada, sin escollos, sin lastres. Solo sentarse y leer. Me da igual que sea
lineal o dé saltos, que esté escrita al modo tradicional o sea progresiva.
P.- Necesitamos una recomendación
de una novela de humor como la tuya.
Voy a recomendar a un compañero de
editorial llamado Ino Pagès, al que tuve el gusto de corregir. Me lo pasé tan
bien con su Celibato Cascajo que rogué a la editorial corregir la
continuación prometida, Misión en Madrid, ambos en Libros Indie. Tiene
gags muy divertidos y está escrito en primera persona; se nota el sello de
Eduardo Mendoza, y te ríes con cada línea, y no niego en absoluto que, junto
con El último vándalo (que yo sepa), de mi admirada Alicia Ramos, y Val-Kiria,
arriba mencionada, me influyó para escribir Queca.
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