TRES FRAGMENTOS de ERIKA Y EL TIEMPO por JAVIER VAYÁ ALBERT



Todos los que aparecían luciendo una pose hedonista y sonriente en esa fotografía habían acabado en el suicidio, la sobredosis, la locura, el olvido o la pobreza. Y podías cambiar sus nombres por los de otros poetas patrios cuyos destinos, si no habían sido similares, rivalizarían en cuanto a trágicos y tristes. Por no hablar de quienes no verán ni un instante de reconocimiento, de aquellos cuyas obras morirán en el almacén del silencio o destruidos por la feroz máquina del anonimato. Por no hablar de quienes garabatean en la oscuridad versos que jamás verán la luz, por no hablar de quienes nadie habla.

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Alguien en algún lugar está convencido de que va a realizar algo prodigioso. No es consciente todavía de la futilidad del arte y de la vida. Me he cambiado de asiento como un niño enfurruñado situándome justo detrás de ti. Nuestros respaldos nos confrontan: tú ves venir el mundo de frente, yo de espaldas. Estamos a la vez completamente lejos y cerca, como dos amantes en dimensiones paralelas. Los dos miramos discurrir la ciudad a través del mismo ventanal sucio hacia el que nuestros cuerpos se han ido girando inconsciente o imperceptiblemente. Puedo olerte, escuchar tu respiración, que va recuperando la calma, siento la caricia fugaz y casi inapreciable de tu pelo, la electricidad estática que nos va redirigiendo. Podríamos tocarnos entre el minúsculo espacio entre los asientos y el cristal de la ventana. Veo nuestros reflejos, como una suerte de ángeles traslúcidos flotando y atravesando las avenidas, los parques y a los transeúntes. Somos dos fantasmas tristes y repudiados que horadan los cines y los museos y traspasan las paredes de las casas donde familias se preparan la cena, la pelea, la ropa para mañana, las pastillas que recetó el médico, la mochila de los pequeños, las balas de la recámara. No nos hemos movido, pero nuestros reflejos entrelazan lentamente sus dedos.

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Al principio se trata tan solo de una especie de brillo tenue que va cobrando intensidad hasta convertirse en esbozo, ni siquiera es una idea todavía. Se trata de su germen, un germen de luz. Más tarde, si es lo suficientemente fuerte, si tiene perseverancia, esa idea va creciendo y alimentándose. Luego va encajando con otras ideas, conceptos, lugares o emociones y adquiere forma sólida. Entonces hay que dotar a la criatura de voz, de pies y brazos para que eche a andar por el mundo que le has diseñado. Inevitablemente, aquí tiendes a tirar de lo conocido, de lo que sabes, ya sea de ti mismo o de los otros, al menos en los primeros trazos. Supongo que es por miedo a lo desconocido, al caos completo o tal vez sencillamente proque somos incapaces de crear desde la más absoluta nada. Por mucho que presumamos. Pero de mí, de nosotros, tan solo hay en ti un apunte, un ligero bosquejo.

Javier Vayá Albert,
de Erika y el tiempo 
(Olé Libros, 2024)


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