nacer para la virtud,
hacerse sabio para el odio,
y morir para el desconsuelo.
qué pereza, madre, todo.
si acaso un instante de amor fuese eterno, si acaso
una palabra atemporal, si acaso
el temblor de un piano adormidera de melodía final.
qué pereza deambular vestido siempre de domingo
y escuchar la misma necedad por los tiempos
de los tiempos,
qué pereza.
si al menos el silencio fuese cauto
y en su grandeza dictado de ley universal,
si acaso el hombre su vida dependiera de ese instante
antes de hablar, así un planeta sería simiente de algo
más humano, más sincero
en su onomatopeya más inmensa.
qué pereza, madre, haber nacido en este espacio
de insensatos, con tanto universo
y tanta pausa
esparcida al infinito de mis ojos.
Pablo Otero