Te lo prometí mamuchi
Las promesas se las lleva el
viento
el corazón permanece alerta
Mi madre era una ávida lectora.
Su escritora preferida era Agatha Christie: tenía la colección completa.
Pasados los 75 años, le enseñé a manejar el ordenador. Un día le abrí uno de
mis manuscritos –un tocho bien grueso que había escaneado página a página para
tenerlo a buen recaudo dentro del PC—. Una de las muchas novelas que rulan por
mis cajones. Estaba absorta leyendo mientras yo la controlaba de lejos,
observando sus reacciones…
― ¿No te cansas mami? ―pregunté.
―No hija. Es muy interesante
―contestó.
Cuando acabó el primer capítulo,
le dije que era mío.
― ¡No puedes ser! Me estás
engañando ―insinuó moviendo la cabeza y con los ojos brillantes.
― ¿Por qué dices eso?
―Porque me ha gustado mucho y es
muy entretenida. ¿Cómo puede ser tuya?
― ¿Tan poco crees en mí?
―Siempre he creído en todo lo que
te hacías. Está mal que lo diga, pero es una gran novela.
―Tengo algunos secretillos…
―sugerí con una mueca.
Ella ignoraba que escribía desde
que tenía uso de razón. Primero en la memoria. Y cuando aprendí el abecedario,
en cualquier sitio.
― ¿Y por qué no me lo has dicho
antes?
― ¿Para qué?
―Te hubiera ayudado. Ahora, poco
puedo hacer.
Me encogí de hombros y la besé.
―Prométeme que nunca dejarás de
escribir ―me dijo.
―Te lo prometo mamuchi ―aseveré
reprimiendo mis lágrimas.
Para mí fue como ganar el Nobel
de Literatura. Desconocía que sus palabras eran premonitorias: se estaba
despidiendo de mí. Cuando deseo tirar la toalla y dejar de escribir, escucho
sus palabras como si la tuviera al lado. Eso, me ayuda a seguir. Gracias mamá.
©Anna Genovés
Relato incluido en el libro La caja pública. Publicado
en Amazon. 2014.
*Dedicado a mi mamuchi.
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