Blancura, de Jon Fosse

 

 

Me subí al coche y me marché. Me sentó bien. El movimiento me hizo bien. No sabía adónde iba. Simplemente me marché. Me había embargado el aburrimiento, a mí que nunca me aburro me había embargado el aburrimiento. Nada de lo que se me ocurría hacer me producía el menor placer. Así que hice cualquier cosa. Me monté en el coche, empecé a conducir y donde podía elegir entre doblar a la derecha o a la izquierda, doblaba a la derecha, y en la siguiente bifurcación, donde podía elegir entre la derecha o la izquierda, doblaba a la izquierda. Y así fui avanzando. Al final me metí por un camino forestal y a medida que me adentraba en él las huellas de las ruedas se fueron haciendo tan profundas que noté que el coche empezaba a atascarse. Pero seguí adelante, hasta que el coche se atascó del todo. Intenté dar marcha atrás, pero no funcionó, así que paré el coche. Apagué el motor. Y me quedé sentado en el coche. Vaya, hasta aquí he llegado, aquí me he quedado, pensé, y me sentí vacío, como si el aburrimiento se hubiera transformado en vacío. O quizá más bien en miedo, porque sentí cierto temor allí sentado en el coche, mirando al frente, al vacío, como si mirara hacia una nada. Hacia el interior de una nada.



[Random House. Traducción de Cristina Gómez-Baggethun y Kirsti Baggethun]

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