Tercera y última entrega de la trilogía formada por Los cerros de la muerte, Los hijos de Shifty y La ley de los cerros, todas publicadas por Sajalín y traducidas por Javier Lucini. Volvemos a encontrarnos con Mick Hardin, quien acaba de abandonar el ejército y vuelve unos días a su tierra, Kentucky, antes de retirarse a vivir en Europa. Pero las cosas se complican cuando alguien dispara a su hermana y los cadáveres relacionados con las peleas de gallos se van acumulando en la lista de casos pendientes. Igual que en los anteriores, Offutt tiene la capacidad de mantenernos en vilo mientras los personajes cruzan improperios, interrogan a paletos y a veces pasan a la acción, como en mi parte favorita de la novela, cuando Hardin viaja a Detroit; de esos pasajes dejo un extracto:
-Es un puto poli –dijo Arlow.
-Retirado –dijo Mick.
-De ser poli no se sale.
Mick notó un movimiento súbito a la izquierda. Su entrenamiento venció al instinto natural de apartarse y se volvió hacia la amenaza, dispuesto a afrontar al enemigo. El jugador se disponía a golpearle con el taco como si fuese un bate de béisbol. Mick se agachó para esquivarlo, le golpeó en la garganta y le encajó un rodillazo en la entrepierna. El hombre cayó al suelo. Mick se apoderó de su taco y se giró hacia el otro, que estaba sacándose una Glock de la parte trasera del pantalón. Mick le metió un garrotazo en el codo con el taco, lo bastante fuerte para dejarle el brazo entumecido, pero sin llegar a romperle un hueso. La Glock cayó de sus dedos insensibilizados. Mick la apartó de una patada y le soltó al joven dos puñetazos, el segundo en la zona blanda de detrás de la oreja. La cabeza se le ladeó y se derrumbó.
Mick se giró hacia el exsoldado que lo miraba desde el otro extremo de la mesa de billar. Sonreía.
-No está mal –dijo–. ¿Ya has calentado?
Mick asintió.
-¿Cómo lo prefieres? –dijo Arlow–. ¿Puños y botas?
-Claro. Hay poco espacio para liarse a tiros.
[Sajalín Editores. Traducción de Javier Lucini]