Siempre bajaban los mismos,
yo lo hice un par de veces.
Se celebraba en un rincón del garaje,
lo que le daba un aire clandestino,
pero estaba lejos de la realidad,
aquellos eran tipos formales,
adictos al bricolaje
y estudiosos de las normas comunitarias.
Disfrutaban con aquellas reuniones.
Hablaban de manchas de humedad,
de antenas parabólicas,
de bombillas que parpadeaban en los pasillos,
de orina de perro en el ascensor,
de mejoras en los patios interiores.
Todos se conocían
y se saludaban efusivamente,
conocían la vida de los otros
y preguntaban a los demás por sus familias.
El sitio no era mejor que ellos,
lúgubre y sombrío.
Me costaba concentrarme en lo que hablaban
y deseaba con ansia
que todo aquello terminara
para subir a casa y dedicar mi tiempo
a cosas que realmente me interesaban.
-Ellos hacen que el mundo se mueva-
me dijo el poeta de la camisa de peces de colores
mientras liaba un cigarro
apoyado en el escaparate
de aquella librería.
Antonio Javier Fuentes Soria