Vivir bien es la mejor venganza, de Calvin Tomkins

 

Hacia 1914, de todos modos, Gerald había empezado a escribir cartas a Sara en un tono cada vez más personal, deslizando sutilmente en ellas, de vez en cuando, frases un tanto afectadas que dejaban un rastro de profunda melancolía. Admitía estar padeciendo frecuentes accesos de “tristeza” y depresión: “A veces me siento perseguido por los criados negros”, afirmó una vez. Le confesaba su desdén por los códigos sociales que impedían que un hombre pudiera hablar de libros, música o pintura con otro hombre, a riesgo de que lo consideraran un afeminado: “Me gustaría encontrar a alguien con quien, a medida que fuéramos intimando, pudiera hablar, sin esfuerzo aparente, y con espontánea franqueza, de cosas que se salieran un poco de lo más trillado”. De su vida hasta aquel momento, le dijo a Sara lo siguiente: “Para mí ha sido una vida de tan profunda e impostada irrealidad (algo de lo que solo me puedo culpar a ) que ahora lo único que quiero es llegar a la esencia de las cosas”.

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Por si altercados como este no fueran suficientes, a los Murphy les preocupaba todavía más el acelerado proceso de autodestrucción al que se estaban entregando los Fitzgerald. La producción literaria de Scott casi se había detenido. Aunque hablaba de la nueva novela que estaba escribiendo (el libro que, tras ocho años e incontables revisiones, se convertiría en
Suave es la noche), apenas parecía estar trabajando en ella. Fitzgerald no acabó ningún cuento entre febrero de 1926 y junio de 1927. Casi siempre estaba deprimido e inseguro acerca de su talento, y el alcohol se estaba convirtiendo en un problema cada vez más serio para él.

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Cuando se publicó
Suave es la noche, en 1934, la época, los lugares y las emociones que el libro evocaba eran ya algo muy remoto para los Murphy. Dick Diver no parecía tener mucho que ver con Gerald, y aunque Fitzgerald había entresacado muchos detalles, conversaciones e incidentes de la vida real, también se las arregló para dejar fuera la mayoría de los elementos de aquella experiencia europea que más importaban a los Murphy: la excitación del movimiento moderno en París, los buenos amigos, la sensual alegría de vivir en Cap d’Antibes. Y sin embargo, en una carta escrita desde los abismos del dolor, en agosto de 1935, Gerald le decía a Scott: “Ahora sé que lo que cuentas en Suave es la noche es real. Solo la parte inventada de nuestras vidas –la parte irreal– tiene cierto sentido, cierta belleza. Ahora es la vida misma la que ha irrumpido dejando un rastro de caos, heridas y destrucción”.



[Alpha Decay. Traducción de Carlos Losilla]

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