Nuestro jardín, nuestros bosques, nuestros campos, que yo conocía desde hacía tanto tiempo, de pronto se volvieron para mí nuevos y preciosos. No en vano él decía que en la vida hay una felicidad indiscutible: vivir para el otro.
**
A partir de entonces nuestra vida cambió radicalmente, y también cambiaron nuestras relaciones. Ya no estábamos tan bien a solas como antes. Había cuestiones que evitábamos, y nos era más fácil hablar cuando había una tercera persona con nosotros que cuando estábamos frente a frente. En cuanto la conversación versaba sobre la vida en la aldea o sobre algún baile, era como si un tropel de chiquillos se nos pusiera a correr en plenos ojos y nos resultara incómodo mirarnos. Como si los dos sintiéramos dónde estaba el abismo que nos separaba y tuviésemos miedo de acercarnos a él.
**
Para cada uno de nosotros fueron surgiendo nuevos intereses, nuevas preocupaciones propias que ya no intentábamos hacer comunes. Dejó de inquietarnos que cada uno de nosotros tuviese un mundo propio, ajeno al mundo del otro.
[Acantilado. Traducción de Selma Ancira]