ARBORETUM:
LA VERTICAL DE LOS CONTRARIOS
Todo árbol es un anillo de aire. Un río de savia que las ramas detienen y luego escapa. De esa savia en la que el viento aletea contra el invierno, que tanto sabe y tanto se conduele ante el presente ecocida, surge este libro que es réquiem y llamada porque no entramos en un bosque sino en un arboreto de lo caído.
El término latino arborētum corresponde al campo de la botánica y designa una arboleda plantada con fines científicos que permite conocer las condiciones de desarrollo de algunos árboles. Aquí se dicen a sí mismos y nos dicen. Hacen presente la morgue del trabajo (la extrema tensión que imprime sobre los cuerpos hasta su rotura), la ciudad hostil y arboricida y, en conjunto, las contradicciones de un sistema de vida que no apela a la vida y ha de enfrentarse a un desastre ecológico sin precedentes. El devastador cambio climático, con sus efectos ya palpables en cada uno de los árboles del libro, se escribe también sin paliativos sobre el resto de cuerpos. Porque podemos hablar de cuerpos arbóreos, cada uno de los que en esta breve antología de la muerte se contraponen de modo agresivo al mundo hormigonado y domesticado, ante el que son gravísima petición de vida desde su violencia foliar. Aúllan. Dicen en primera persona el conocido aullido de Ginsberg y son estruendo de queja en la “última llamada de auxilio”.
Porque en cada uno de los poemas un árbol, presentado con su nombre científico, grita la destrucción, el dolor ajeno y propio pero también su vocación de vigencia: árboles ovillados o retorcidos, como el poeta, pero no doblados. Aguardando entonces la posibilidad (la necesidad) de ser y que con ellos retornen los paraísos (en esa letra cursiva que los vuelve pura materialidad). Se establece ahí el diálogo con un libro anterior del poeta titulado Un paraíso de orines (2019), donde leíamos “La verdad de todo árbol”: “la verdad de todo árbol/ es moldear una placenta/ con paciencia de reloj de sol”.
Árbol madre, árbol padre. En Arboretum toman la palabra. Lo hace el ciclamor, o árbol de Judas, que desde su muerte escribe una carta cuyos destinatarios somos también quienes leemos el libro. Lo hace la encina, horrorizada porque en sus ramas se ahorquen perros. Lo hace la ceiba, convertida contra su voluntad en arma y búnker. Se produce en el libro una amarga sucesión de metamorfosis: el yo enunciativo se desplaza interespecie entre lo humano y lo vegetal, así como nosotros ocuparemos el lugar de la lectura para escuchar la oración de los árboles en su apelación violenta y vegetal hacia la vida, como si los términos violento y vegetal no fuesen antónimos, como si en su oposición no brotase el lenguaje de lo inevitable.
En el movimiento tallo abajo (desangrándose) y la altura de pájaros y hojas se traza la vertical de los contrarios: la tensión atómica de la (auto)destrucción y la convicción vegetal de que no pueden olvidarse ni Hiroshima ni Chernobyl.
Ganador del I Premio Internacional de Ecopoesía “Valle del Jerte”, Arboretum es una doliente necrópolis vegetal, un obituario de resina donde cada árbol nombrado recuerda sus dones, la feliz florescencia, el agua y la sombra como dádivas. La ofrenda de lo pleno en lo vacío.
Por ello el floema –tejido vivo de algunas plantas vasculares que transporta los nutrientes elaborados durante la fotosíntesis– trae, en eco de rima consonante, al poema. Se producen traslaciones metafóricas para que eucalipto y libro se digan aunadamente aunque los arrase el fuego: en su ceremonia, el árbol enciende el poema y dice “adiós al aire de la boca”. Conversan en rima asonante Machado y los álamos para que en los tantos nombres de la floración pueda exclamarse la negación del hacha, la negación de aquellos aspectos más terribles de lo humano (si es que esta palabra resultase la adecuada, cuando no lo es).
Ante la percepción de los árboles como realidad sin tiempo, o fuera del tiempo, ya que su cronología y la humana resultan disímiles, en este arboreto se inscriben aquellos nombres y fechas que permiten visualizar todos los vínculos: la lucha contra la esclavitud en Estados Unidos, la guerra del Chaco, el ya nombrado desastre de Chernobyl y sucesos vinculados al Papa Juan Pablo II, un deshielo en los Alpes o acciones ecologistas en Canadá. De ese modo se cruzan la historia humana y la arbórea, así como también se hace visible la comunidad de lo vivo, aquello a lo que apunta la ecocrítica desde hace décadas, en especial a partir de The Ecocriticism Reader: Landmarks in Literary Ecology (1996) de Cheryll Glotfelty, donde se sientan las bases de la ecocrítica como el estudio de las relaciones entre la literatura y el medio ambiente. Ello ha permitido el desarrollo, entre otros aspectos, de la apertura hacia las comunidades interespecie.
Arboretum escucha las grietas de la madera: en cada fenda se nombra con enorme potencia el clamor mudo del árbol, porque cuando no escuchamos la naturaleza se suceden tragedias de nombre muy próximo. Pero incluso cuando las ciudades solo entregan, mezquinamente, diminutas macetas de cemento, o cuando nos asfixian la contaminación o la sed, sigue el lenguaje del árbol diciéndose:
sabrás que florecí, acabé fructificando
y completo desde aquí el hito de la luz
En palabras de Juan Carlos Mestre, la de Gsús Bonilla es poesía “de la reconstrucción crítica del porvenir”. El autor, que se ha nombrado a sí mismo ecosicario en El mundo florece para ser escrito (2023), hace aquí aún más audible la garganta herida de la ecobotánica, el daño en el pecho que se muestra ya desde los epígrafes iniciales. Con ellos nos situábamos en el espacio de la muerte, del árbol caído que aún alcanza a nombrar a los todavía vivos.
Escritura del colapso, ante el colapso, contra el colapso. Varias preposiciones más serían necesarias. Queda Arboretum como la pregunta sobre el sentido de cualquier poema ante el árbol que arde. Queda, rompiéndose, el aullido. ¿Cómo puede darse esta caída? ¿No era el árbol la respiración que eleva hojas y talle? Presencia totémica, cuerpo vegetal imprescindible al que Gsús Bonilla entrega tanto amor que brota este libro de lucidez trágica, adolorido y necesario.
María Ángeles Pérez López,
prólogo de Arboretum. Breve antología de árboles caídos,
de Gsús Bonilla
(Ediciones Liliputienses, 2023)