arrancas los clavos de mi piel
y edificas estancias
donde no cabe la lobreguez
ni la prez árida del invierno.
dices que resbalar de la cruz
es reconstruir el temporal de ternura
para la que te fui dada,
y digo que es lluvia bendita este milagro cuando te abrazo
y conviertes el óxido y las escamas en borrascas de deseo.
invades, laborioso,
lo propio de un mar deshabitado.
lo sé, porque, al jadear el pez, la madera flota en las aguas
Celeste Pérez Fernández