“vale vale de acuerdo
no les mires a los ojos
verías el infierno
pero no cierres los ojos
si no estarán vencidos
y nosotros ciegos y vencidos”
La mirada es selectiva, discrimina; el deseo es selectivo; la escritura también. Hay calles, gentes, vidas, a las que dirigimos miradas esquivas. El distanciamiento hacía lo no querido.
Relatos, poemas, reportajes, guiados más por lo atrayente que por una mirada neutra y limpia, suelen esquivar estas calles o reducirlas a un tópico de malditismo, un espacio de sombra que hace brillar con más fuerza otras calles bañadas por el sol; etiquetarlas como no deseables, indeseables. No por ello esas calles, esas gentes, esas vidas, dejan de existir. Tal vez vivamos en ellas, tal vez seamos ellos, o sea nosotros, y no por ello peores que los demás.
Veamos, que para eso sirve la mirada.
“acércate
ven
¿ves a ese viejo durmiendo en los bancos de afuera de la estación de autobuses?..
…nunca imaginó una vida así
ahora no puede imaginar una vida diferente”
En este nuevo libro de José Pastor, en especial en su primera parte “malas calles”, hay una voluntad clara de ver, de dar protagonismo a vidas que caminan por sendas alejadas de las autopistas del éxito social. La música de estos poemas es la cara b de esa canción que el imaginario social se empeña en que bailemos.
“en este poema no hay fiestas
hay resacas
en este poema no hay portadas ni fotografías para enmarcar
hay polvo sudor mugre barro moscas sangre”
Hay mugre, hay sudor, y hay, sobre todo, respeto. La mirada de estos poemas no está contaminada de superioridad, no es la del hombre blanco que visita la reserva, no se trata de documentar curiosos tipos pintorescos. Quien escribe no habla desde arriba, habla, hombro con hombro, a la altura de los ojos.
Es una mirada manchada de dignidad.
“gente que sale
de los patios traseros de casas que creíamos abandonadas
de los bares donde nunca entramos
de los pisos pateras que creíamos leyenda urbana
de los asilos públicos y de las pensiones
de los albergues y de los comedores sociales
que nunca
hasta ahora
habíamos visto
salen de las chabolas
salen de los callejones sin salida
de las cunetas y de los descampados
de debajo de los puentes
de debajo de piedras
ahora son cientos
tal vez miles
han salido de los agujeros donde se escondían
o donde les habíamos escondido o encerrado
ahora están en la calle en los parques en las plazas
y no podemos ignorarlos
o mirar para otro lado
¡están en todos los lados!
están aquí
y no podemos hacer como que no los vemos
aunque cerremos las ventanas y las puertas
y los ojos y los libros de historia
están aquí
¿los ves?”
NO ACEPTAR EL JUEGO
“no tenemos miedo
porque no tenemos nada que ganar”
Frente a nosotros una mesa y unas sillas. Sobre la mesa los naipes del orden social. Ya sabes, hacerte valer, jugar bien las cartas… Una partida, ganadores, perdedores; un paisaje de éxito y fracaso.
Alguien podría pensar que la voz que se escucha es estos poemas es la de quienes se sentaron a la partida y recibieron malas cartas o no supieron jugarlas. Otro lamento de perdedores, otra letanía de fracasados.
Pero la voz de estos poemas viene de otro sitio y va más allá. Es la voz de los que no aceptan sentarse en esa mesa, ni el reparto de cartas, ni la ganancia, ni la pérdida.
Porque su juego es otro.
“¿qué hacer con los que no participan en el juego?
¿qué hacer con los que no tienen
ni quieren
ni voz ni voto?
¿qué hacer con los que no respetan
ni creen
en nada
ni en nadie?
ni en jerarquías ni en mandamientos
ni en hombres ni en dioses
¿qué hacer con esos cuya palabra
no es ley ni verdad?
¿qué hacer con los que no se pueden clasificar?
ni etiquetar ni normalizar
¿qué hacer?
con esos que luchan
solos
cuando todos los demás
han huido?”
NO RENDIRSE
Pero, se acepte o no se acepte la partida, el peso del mundo carga contra la gente, el peso de la gran mesa de juego busca aplastarla. En esas “malas calles” que protagonizan la primera parte del libro, o más allá, en esos “malos campos” por los que discurren los poemas de la segunda se mueve gente que intenta aguantar, cada uno a su manera.
A veces abandonar el juego es abandonarse uno mismo.
“la autodestrucción como una forma de resistencia
suicida
como el fuego
contra todas las ruinas contra todas las riquezas”
A veces huir, cambiar de aires, cambiar de vida, parece la salida.
“dice que esta ciudad está maldita o enferma
que quiere irse a las montañas donde nadie le encuentre
tener una huerta
y ser libre y feliz
o estar muerta”
O tal vez buscar refugio, volver atrás, acogerse a otros mundos que aún perduran.
“a los que se quedaron
por encender el fuego
y mantenerlo encendido
por dar tiempo al tiempo
y ser la resistencia
por habernos dado la oportunidad de marcharnos
y cuidarnos ese lugar al que siempre podremos volver
por ser el azogue de los espejos
donde mirarnos cuando ya no quede nada
por guardarnos un pedazo de tierra
de infancia y de esperanza
donde encontrarnos
con la vida”
De una u otra forma, gente que intenta aguantar y lo consigue. Gente que se mueve de aquí para allá por los poemas. Gente que existe. Gente que resiste, como quien respira.
Esa gente que veremos si abrimos bien los ojos.
“ hemos caído tantas veces
una tras otra
con insistencia
poniéndole todo el empeño
y sin aprender de los errores
que hemos adquirido
una capacidad
de caer y levantarnos
que nos hace
inmunes
a cualquier derrota
y a cualquier victoria”
Pedro Villalón