Siniestros maniquíes de los años 70, hieráticos y lascivos, hipnóticos y seductores, rígidos y tentadores, maniquíes de tiendas de saldo y peluquerías de barrio, perversos maniquíes enquistados en mi cabeza... Pienso ahora en aquellos años, cuando era niño, y directamente me vienen a la memoria, como una metáfora de aquel régimen represivo, inmovilista y podrido, clavando sus ojos penetrantes en mí, sumisos y suplicantes, aquellos maniquíes inquietantes y aquella melancólica canción de Serrat, De cartón piedra (sobre todo un fragmento: no era como esas muñecas de abril, que me arañaron de frente y perfil, que se comieron mi naranja a gajos, que me arrancaron la ilusión de cuajo), que recurrente y asociada siempre a ellos resuena en mis oídos una y otra vez... Maniquíes tenebrosos de El diablo se lleva a los muertos y Maniac, de El asesino de muñecas y Todos los colores de la oscuridad, de Trampa para turistas y El beso del asesino, o excitantes y voluptuosos maniquíes de No es bueno que el hombre esté solo y Tamaño natural... Maniquíes gimiendo y llorando y suplicando en mi subconsciente, su mirada nostálgica, su tristeza infinita, sus pestañas postizas, sus labios rojos y aquella estremecedora canción (yo le hablaba de nuestro futuro, y ella lloraba en silencio, os lo juro) sonando como un réquiem dentro de mi cabeza...
Vicente Muñoz Álvarez,
de Regresiones
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