Esto es lo que siento por ti:
Me gusta cuando noto cómo te
manifiestas, escuchas y respondes; tres verbos que, por desgracia, no aparecen
en el código deontológico de toda empresa.
Me gusta cuando te etiqueto en
las redes sociales y hay alguien detrás que responde con un gracias, con un
retuit, con un corazón; lo compartes, te implicas y generas lazos entre
lectores. Porque, al fin y al cabo, de eso se trata. Aunque la lectura se
disfruta en soledad, los acólitos a las historias ficcionadas somos como imanes
ambulantes, ansiosos de hallar un polo negativo.
Voy a ser honesta, editor. No me
incomoda en absoluto cuando en tu perfil de Twitter veo menos de un millón de
seguidores, no te infravalores, porque siento lo artesanal de tu trabajo, que
no has ido al supermercado del seguidor. A veces noto que, cuanto más grande es
una editorial, más se tapa, se oculta y forma trincheras con superventas. Y eso
es exactamente lo que me incomoda, que aparentes que solo te importan las
ventas y nada la interacción con el lector.
Pero, ojo, no te mentiré. Las
medianas y pequeñas editoriales inclinan más la balanza hacia la transparencia como
marca personal, pero no siempre; ya que hay editoriales enormes que cuidan de
sus polluelos, de sus sellos literarios, los acogen y forman una médula. Y eso
me encanta.
Me sorprende cuando tú, que perteneces a una editorial
grande, te muevas y me respondas. A mí, a un medio minúsculo. Como yo hay
muchos, y juntos movemos la cultura literaria, nos hacemos periodistas
literarios. Reseñamos y analizamos novelas con el único afán del deleite, del gozo, de la abstracción.
Me gusta que, cuando te escriba,
tú estés ahí para responderme, y que no me dejes en visto durante semanas o
meses, pareciendo que el lector te da lo mismo, o que te estoy intentando
sonsacar alguna terrible información que tratas de ocultar en tu web, quizá
relacionada con el tráfico de fajas y su creciente animadversión hacia este
incómodo artilugio, hecho para ver el mundo arder.
¿Y qué te voy a decir sobre la
hoja de créditos? ¡Poco se habla de la hoja de créditos! Que ya me recorro a
nado el río Ebro cuando descubro a todas las personitas que han colaborado en
el libro: traductores, maquetadores y correctores. Sí, sé que los correctores
no tenemos derechos legales sobre el libro, pero nuestra profesión está tan en
la sombra, que, cuando asoma la patita, la serpentina comienza a descender de
las nubes.
Y las tiras de colores se mezclan
con el aria Nessun dorma de Puccini cuando noto a tu corrector valiente,
osado, rebelde al ver que ha usado el punto después de cerrar comillas latinas. ¡Punto
después de cerrar comillas latinas (ay, si Sousa levantara la cabeza)! Eso es melocotón
en almíbar. Y cuando la novela no tiene faltas de ortografía y el resultado se
ve profesional, cuidado y meditado, mmm…, ¡eso ya es la nata sobre el
melocotón!
Pero no voy a ser acaparadora con
mi profesión, también me gusta descubrir en las últimas páginas de la novela
ese pequeño apartado que me cuente por qué has elegido publicar ese libro, cómo
encontraste ese manuscrito o por qué el autor se decidió a contar esa historia.
Porque así abrazas al lector, no le sirves la novela en frío con un par de
hielos y que ahí se las apañe con su rayadura mental sobre lo que ha leído,
ávido de ir a YouTube en busca de uno de esos vídeos de finales explicados.
Esa comunicación es la que hay
mejorar. Ay, si supieras cómo me conquistas cuando hablas con tus posibles
autores, cómo describes bien lo que necesitas para que te envíen un manuscrito,
que te molestes (no, en verdad no debería de ser una molestia) en contestar al autor si una obra no encaja en tu catálogo, y
cómo los mimas una vez dentro. ¡Madre mía!, ¡cómo se nota eso en las redes
sociales! Presentaciones, firmas, charlas, etc. Pura artesanía.
Y esto, obviamente, me gusta
porque el disgusto existe. Lo construyes tú también, lo he vivido. Vivo tu
indiferencia. Te muestras inaccesible, incluso altivo en tu silencio. Por eso
me quedo con las que me satisfacen, y las alabo, porque despiertan en mí lo que
me gusta de las editoriales dependientes, independientes, de un color o de
otro. Porque noto su esfuerzo y sacrificio diario por mantenerse en el sector,
por crear magia, por hacer que el lector se deleite y saboree historias como
antídoto contra la abulia que nos ceba día a día.
Gracias, editor. Gracias por
hacerme sentir, por dilatar la literatura con sudor, calculadora, horas extra y frenesí
hacia todo lo que incluye el sector editorial. Por fortalecer el lazo que nos
une. Gracias.