Vestirse de la historia y avanzar texto abajo sin miedo al fracaso. Pero en el tercer renglón todo se precipita hacia el derrumbe. Regresar al inicio como si nada hubiera pasado, volver al intento sin reconocer que es otra oportunidad. Escribir desde el vacío. Rodar por las letras como un cuerpo sin huesos. Ser tan vulnerable, tan carne viva. Llorar ante la imposibilidad, sin aceptar ese verbo, porque no queremos mojar el papel, porque todo volvería a ser borroso y decrépito. Escribir una niña, un perro, tal vez un pantano. Deletrear la luna de anoche, porque hay que utilizar el tiempo. Describir la belleza de la luna, de la niña y el pantano. Hacer rodar al perro tres renglones, buscar adjetivos para sus ladridos. La angustia, escribirla, respirar porque la luna se agranda. Llegar a la siguiente página con el agua del pantano salpicando gritos… y escribir más ladridos que no podrán salvarla.
Natacha G. Mendoza