La galaxia de los emperadores
Síssí y Peddor
En el año veinte mil doscientos,
los terrícolas supervivientes a los cataclismos acaecidos en su planeta, colonizaron
la estrella de una galaxia cercana. Fue un momento histórico en el que las
mujeres y los hombres decidieron la castración quirúrgica de todo individuo por
la existencia infinita de una paridad absoluta entre los sexos.
En los nuevos hábitats se dispusieron
tanques de criogenización eterna para espermatozoides y ovocitos; de manera que,
la raza humana, prosiguiera por los siglos de los siglos y la gracia divina de
los soberanos galácticos: la Emperatriz Síssí y el Emperador Peddor. Quiénes,
entre otras leyes impuestas democráticamente y en solitario, decidieron que se
borrara de los anales de la historia las terminologías hombre y mujer, y sus
plurales. Desde ese año, las mujeres serían marichulis y los hombres pepebobos.
Cuando la existencia del humano era vacilante podía elegir la lista más acorde
con su pensamiento o incluirse en el clan de los queers –los menos
problemáticos si los tratabas por iguales.
De esta manera tan regalada y
provechosa, pasaron los siglos de gloria y ventura con una equidad maravillosa hasta
que las marichulis se apropiaron de todos los roles de los pepebobos, que
vieron su existencia postergada al cuidado de la casa y poco más. La igualdad, gradualmente,
se esfumó. Con el cambio y por suerte para ellas, acabaron los feminicidios. No
obstante, apareció una misandria acuciante y peligrosa.
Un día de invierno del año
treinta y tres mil uno, nació un pepebobo singular. Llegada la pubertad congregaba
en el templo del Seacabó a un grupo numeroso de prosélitos. Promulgaba
esa olvidada igualdad que sus antepasados habían firmado; Justicio era así.
En unos de sus tranquilos paseos escuchó
a dos marichulis púberes hablando entre ellas. No pudo evitar agudizar los
tímpanos…
–Tú te crees, Manola –le decía la
una a la otra—. He tenido que pedir permiso para cruzar la calle a un pepebobo
y me ha dicho—: «Claro guapa».
–¿Cómo que guapa? ¿Se ha atrevido
a llamarte: «Guapa»? Eso
no se puede permitir –contestó la escucha—. Imagínate que fuera al contrario y
una dama le contestara a un caballero—: «Claro guapo». Queda fatal. Ahora mismo
vamos a la comisaría y lo denunciamos por agresión sexual e intento de violación.
Justicio no podía creer que
aquella estupidez ascendiera al grado de calamidad. Así que alzó las manos al
firmamento y en un monólogo abierto dijo con los brazo alzados—:
–Ya estamos en ese punto de inflexión
en el que uno de los sexos se descontrola. Desde que el mundo es mundo y se nos
ocurrió crear a los humanos siempre sucede lo mismo. Andamos de matriarcado a patriarcado
y viceversa. Y, dependiendo de quien ostenta el poder, pasamos al hembrismo o al
machismo. Es la última vez que muero por ellos.
Alguien lo escuchó.
Reinaba por aquel entonces, Síssí
25. Descendiente directa de la primera Síssí, quien al más puro Cleón de Asimov
en Fundación, había elegido ser la regente eterna por medio de la
clonación. Antaño el matrimonio de reyes tenía copias, pero al llegar al Peddor
11, ella tenía más jurisdicción, y, como quien no hace nada, dejó abiertas los receptáculos
de clonación masculina y se deshizo del esposo. Tal era su ambición que hacía y
deshacía como le venía en gana sin que nadie se entrometiera en sus decisiones
gracias a las IAs humanoides e indestructibles que la escoltaban.
En el caso del pepebobo Justicio,
el espía guasapeó el asunto a una marichuli cercana a Síssí 25 y, la muy excelentísima,
dictaminó su crucifixión invertida bajo tablas de titanio ennegrecido que
emanaban sulfato de plutonio. Un enorme gentío se reunió en la plaza de los Arrepentimientos
para ver la ejecución. El silencio se hizo cuando una IA clavaba la lanza de
acero inoxidable en el costado del reo y, éste, dijo en su último hálito de
vida, cuando su carne abrasada emanaba una fragancia enfermiza—:
–No me arrepiento de nada. Vosotras
no sois marichulis: sois mujeres. Y vosotros, no sois pepebobos: sois hombres.
Hijas e hijos, no codiciéis lo que tiene la vecina o el vecino. De lo contrario,
lo perderéis todo.
Lo que tenía que ser un homicidio
proclive a la emperatriz, se convirtió en la llaga que se propagaba día a día y
milenio tras milenio. Nueve siglos después, los pepebobos alcanzaron puestos
relevantes en las sedes nacionales de los países florecientes. Se habían hecho
un hueco entre las marichulis, quienes les mostraban respeto.
También en el deporte ocuparon
lugares privilegiados. Llegado esta punto, Los juegos galácticos fueron tan mayestáticos
para ellas con para ellos. Síssí 101 dio el visto bueno para la paridad de
equipos de ambos sexos.
En la final de Deporte rítmico
de pepebobos –la primera vez que, ellos, asistían a la categoría máxima de
dicha disciplina—, la marichuli que entrenaba al equipo ganador, se amasó los
pechos y gritó en un momento de euforia desenfrenada delante de las
personalidades aposentadas en el palco VIP—:
–¡Con
dos melocotones!
Algo que desagradó a los
congregados, máxime cuando al ir a condecorar a los campeones, no pudo evitarlo
y tomó los mofletes del más aguerrido. Los besuqueó con todas sus fuerzas en un
alarde maternal—:
–¡Qué feliz estoy, macho! –susurró
en el oído del deportista galardonado.
Días más tarde, todo el equipo
técnico de marichulis estaba de patitas en la calle por los modales indebidos
que había mostrado la entrenadora. Dio lo mismo que, en la galaxia, se hubieran
multiplicado las agresiones sexuales a pepebobos por una de tantas leyes inservibles
dictaminadas por Síssí 101 y su gobierno de mantenidos. Tampoco importaba que
los alienígenas invadieran algunos planetas alejados.
Incluso dio lo mismo que ese año
fuera la primera vez que un equipo de pepebobos ganara una final galáctica de Deporte
rítmico. Y, también, que todo lo conseguido hasta entonces peligrara con
esa nefasta injusticia que Justicio predijo milenio atrás. Ese día comenzó la
cuenta atrás. La rueda del tiempo de Amazon se había puesto a funcionar
en su millonésima temporada y La dragona renacida aniquilaría a pepebobos
y a marichulis. Tal vez fuera la era de los queers. Sin más.
©Anna Genovés
Diez de septiembre de 2023
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