Carta a mi mujer, de Francisco Umbral

 


Me lo dijo una vez Francisco de Cossío, con el que solía tomar una copa por las mañanas –sol blanco de la Gran Vía–, cuando no había nadie en el famoso bar y él iba allí a escribir:
-Mire usted, Umbral, hay que escribir dos artículos diarios: uno para vivir y otro para beber.
Uno para la supervivencia y otro para el lujo.

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Yo no creo que la mujer sea buena, claro, porque eso nos llevaría a concluir que el hombre también es bueno, que la sociedad es buena, y por ahí sí que no. Yo, lo que creo, es que toda convivencia ahíla, afina, profundiza, desmenuza, mejora. En la larga, larguísima convivencia se llega al bien casi absoluto o al mal casi absoluto. “Casi”, sí, tampoco enfaticemos. Nosotros, como supongo que todos los matrimonios, estamos llegando al mismo tiempo al bien y al mal absolutos, María, de modo que nuestro matrimonio es un infierno, como todos los matrimonios, pero también un paraíso. Ya ves.

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Quizá la literatura no sea sino un remedio contra la timidez. Uno escribe y escribe, y tampoco dice lo que tenía que decir, pero resulta que ha hecho un libro.

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Tus silencios, María, tus silencios. Sé cuándo estás y cuándo no estás dentro del silencio, de un largo silencio. Tus silencios en la cocina, en el jardín, en el sueño. Dentro del silencio, haces el silencio de la casa más denso y como atareado. Es el tuyo un silencio lleno de sonidos silenciosos: el silencio de la laboriosidad.
No sé imaginar lo que sería el silencio sin ti, el silencio/silencio, el silencio no habitado por una criatura silenciosa. El silencio habitado por una criatura silenciosa, en cambio, es un silencio pleno, una sombra llena de luz.



[Austral Editorial]

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