Bicéfala, padre.
Impúdica como los azarbes que reverberan
la voracidad de esa otra que me aguarda:
sostenida por la opacidad triangular de mi huida.
Apátrida, padre.
Indócil ante el fervor de mi espanto,
escarcha oblicua bajo la metralla estrangulada
de mi mortandad.
Sepulcral sobre los pistilos devotos
de esta blasfema tibieza.
Imprecación famélica
bajo las egregias laudes
de una ordalía pagana.
Apóstrofe, padre.
Embolismo polvoriento
entre las plegarias de esta ablación selvática.
Estenosis tañida que canónica profana
la desidia de mi grotesca matriz.
Y de pronto, el ruido petulante de las jaculatorias, padre.
De pronto, obscena, la acefalia mortuoria de los aquelarres,
los bautismos ascetas esquilmando el cáliz de mis salamandras,
los ábsides capitulares de mi desazón conversa
perfundiendo impíos
las anáforas de este evangelio politeísta y hereje.
Lucífuga bajo un útero excomulgado y nemoroso,
la antuviada entorpecida de mi desazón errante.
De pronto, padre, de mis entrañas los búhos
bajo el bisbiseo idólatra de un memorial penitente.
De pronto, descomedidas,
las luciérnagas luteranas que soslayan mis prebendas,
el túmulo de las plegarias horadando puritanas
el gongorismo inicuo de mis días
para desentrañarme en llanto.
Los vencejos tornándose desabrido gozo
bajo los maitines de lo exiguo.
De pronto, padre, demenciales las orquídeas
ante el yugo estrepitoso de las horas carcomidas.
De pronto las vaguadas engullendo solitarias
mi lenguaje desvalido,
el sigilo valeroso de los rostros sin pasado
desabrigando mi envoltura con la piel abochornada.
Los albatros agoreros esculpiendo con su estigma
el florilegio teresiano de mi aniquilación carmesí.
Aterida, padre.
Concubina de baladros sin espuela.
Dismnesia entigrecida bajo el sudario de un vagido urente,
hipérbole obliterada atiborrando descompuesta
lo terebrante de mi abulia.
La yoidad de mis adarces devorando furibunda
las yacijas del mañana,
celaje yermo que puebla
las exequias doctrinarias de mi verbo.
De pronto, padre, de mi cadalso la esfera.
De pronto las camelias acerando mi hostiario
con impericia estatuaria,
la crudeza de las buganvillas deformando atronadoras
lo imberbe de mi estañadura.
Las gaviotas descarriadas perfilando con su estampa
los naufragios de mi verticalidad invertebrada.
Desfigurada.
De pronto, arrodillada, padre,
con el vientre lleno…
de polillas muertas.
Abrazos de luz
Ainhoa Martínez Retenaga