Bajo la lluvia frenética, se puso a llorar. Al
principio sus lágrimas apenas rozaban el diluvio. Pero su llanto se intensificó
de tal forma que pronto le pareció más fácil que cejase la lluvia antes que sus
lágrimas. En efecto, la lluvia se detuvo en pocos minutos; la pena continuaba secándole
el corazón.