Quien dijo que esta novela de Shane Stevens (1941 – 2007) podría considerarse una especie de antecedente de Los Soprano acertó. Su autor, de quien en España publicaron hace siglos otro libro (Por causa de locura), se marcaba aquí un pelotazo muy oscuro: una historia de casi 450 páginas por la que circulan gángsters de baja estofa que, como Tony Soprano y los suyos, viven de extorsiones, sobornos y negocios respetables que funcionan de tapadera para sus asuntos turbios.
La novela avanza entre los movimientos de Joe Zucco, jefazo mafioso obsesionado por su rivalidad con Alexis Machine, y los pasos de dos de sus subalternos (de pasado violento y algunos fantasmas en la cabeza en forma de errores y atrocidades), Charley Flowers y Harry Strega, que, como todos, quieren ascender en la vida, lo que significa obtener un negocio propio, más libertad y más autonomía de movimiento, es decir: más dinero. En el fondo estos personajes son unos pobres diablos más próximos a los gángsters que veíamos en Donnie Brasco que a los Corleone. Incluso en los entornos del hampa hay clases sociales y la mayoría no logrará cumplir sus sueños.
Ciudad muerta es muy adictiva, publica Sajalín y traduce Óscar Palmer y además Stephen King era fan de Shane Stevens, quien tenía un don para los diálogos brutales: me parecen garantías de sobra para lanzarse a por ella. También es una novela sobre el paso del tiempo y cómo tratar de subsanar equívocos que pueden terminar en rotura de huesos o en asesinato. Veamos un ejemplo:
-¿Te das cuenta, Dom? Uno no puede fiarse de estos gamberretes de hoy en día. No es como cuando nosotros éramos jóvenes, ¿eh?
-¿Qué quieres de mí?
Hymie se acercó a la navaja, la recogió del suelo y se la guardó en el bolsillo.
-Solo charlar un rato.
-¿Sobre qué?
-Esto y aquello. Quizá sobre la imposibilidad de escapar de las cosas que has hecho. Es imposible.
-No entiendo a qué te refieres.
Hymie sacó un frasquito de su chaqueta.
-Tú y yo, Dom, nos estamos haciendo viejos, ¿entiendes? Desperdiciamos nuestras vidas intentando llegar a final de mes mientras otros se llevan el gran premio. Sudamos la gota gorda para ganar un dólar y de repente llega un listo que se embolsa un millón. A veces eso hace que a uno se le ocurran ideas curiosas, ¿sabes? Baja la guardia y peca de avaricioso. Y, en menos de lo que canta un gallo, acaba meando fuera del tiesto. Pero al dueño del tiesto no le hace gracia.
-No he hecho nada. Lo juro, no sé de qué me estás hablando.
Hymie negó con la cabeza.
-No insistas, Dom. Ya te lo he dicho: no hay manera de escapar, es imposible. –Abrió el frasquito, se acercó a Spina y se plantó justo delante de él–. Has cabreado sobremanera a cierta persona, Dom. Y eso no está bien. Por mi parte, no estoy cabreado. No es nada personal, entiéndelo. Se trata simplemente de una cuestión de negocios y tenemos que hacerlo. Ahora, abre la boca.
[Sajalín Editores. Traducción de Óscar Palmer]