EL LADO OSCURO DE LA LUNA por MAX BENÍTEZ



Conocí a Ricardo hace un mes y pico, en el último curro que abandoné por pura supervivencia. Un buen tío, enorme y bonachón como un rumiante, espléndido e inagotable. La terraza era lo suyo, su terruño. El trabajo a destajo sólo nos permitió charlar unas pocas veces, al acabar la jornada, hechos polvo de camino a casa, con el bote de birra en mano y el cigarrito apretado entre los dientes. Hoy supe que se quemó a lo bonzo con el alcohol de las antorchas que dan la bienvenida en las escaleras a los pacatos de turno. Lo hizo en hora punta, a la luz de la luna. Reconocí su cuerpo calcinado de inmediato, su postura solemne, su dentadura expuesta como la firma de un niño. Nadie supo, ni sabrá, por qué lo hizo así, de repente, sin servir los platos de la mesa 44. Únicamente yo. Era evidente que, en esa bandeja, junto a las aceitunas y las birras mal echadas, iba parte de su vida, de sus horas nunca devueltas.

Y una vez más entendí de qué se trata eso de escribir cierto tipo de ficciones, esas que ya casi nadie intenta o procura leer. Porque el lado oscuro de la luna es un trago demasiado amargo, demasiado vivo, demasiado nosotros. Hablo de vos y yo.

Max Benítez


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