El gran vacío, de Lea Murawiec. Ahogados en la red

¿Quién no ha tecleado alguna vez su nombre en Google, sólo para descubrir que no somos únicos? Estamos seguros de que la joven dibujante francesa Léa Murawiec tiene un nombre de esos que no se repiten mucho. En El gran vacío plantea una original hipótesis distópica que encaja muy bien en el plano simbólico de estos tiempos de likes y selfies a mayor gloria de uno mismo y nuestra vanidad autorrepresentativa en las redes sociales.

Imaginemos que todos los aspectos de nuestra vida y nuestra salud (física y mental) dependieran exclusivamente de nuestro nombre y su grado de exposición (“presencia”) en un ciberespacio fractal y multiplicador que termina por confundirse con la existencia misma. Un día en el que el espacio público y el espacio privado se confundan definitivamente con el espacio virtual. La idea no es del todo nueva (recordemos, por ejemplo, aquel inquietante “Nosedive” de la tercera temporada de Black Mirror). Murawiec, sin embargo, desarrolla su propuesta con un apabullante despliegue visual y un original estilo gráfico en el que la expresividad cinética del manga se mezcla con la señalética, la cartelería y con un tratamiento formalista y abigarrado de los espacios arquitectónicos que (hasta en el uso del color) nos recuerda a una versión tridimensional del neoplasticismo de Mondrian y De Stijl. 

La ciudad en la que vive Manel Naher, la protagonista del cómic, parece ser el único sitio del mundo realmente habitable; fuera de sus márgenes alienantes, sus rascacielos y el espacio (público y privado) invadido por la publicidad nominal (los miles de nombres de sus habitantes que se reproducen sin cesar en muros, carteles, pósteres y pantallas, para constatar su existencia, su “presencia”), no hay nada: sólo ese gran vacío que da título al cómic. Manel Naher, además, ha tenido la mala suerte de que su nombre sea el mismo que el de la cantante de moda; hecho que la relega a la insignificancia, a la ausencia de una “presencia” que garantice incluso sus constantes vitales. En ese escenario sin futuro (en El gran vacío, insistimos, la existencia y la salud se reducen a esa ubicuidad nuestro nombre), la protagonista apuesta por esa otra máxima contemporánea que insiste en que "lo que importa es el fin no los medios" y se lanza hacia una búsqueda nihilista de la autoexposición; a riesgo de anular su verdadera identidad.

El trabajo de Murawiec rezuma originalidad y su impronta gráfica es impactante. Su mensaje, no obstante, nos asoma a un futuro tecnológico y regresivo en el que el lector apenas encuentra resquicios de esperanza, más allá de la huida salvífica (convertida ya en lugar común del género distópico) hacia la naturaleza, terra incognita desafiante ("el gran vacío"); planteada en el cómic como final abierto y sin muchas certezas.

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