¿Os ha pasado alguna vez? Sucede abruptamente. Como una epifanía poética o la erupción de una indiscreta espinilla en el islote volcánico de la nariz. De pronto tomas consciencia de que cada día supone un curso intensivo de autoperfeccionamiento que siempre terminas abandonando a la mitad. Porque...bufff, qué presión, ¿no? A tu alrededor, el resto de la gente parece dominar con éxito las distintas materias de la existencia. Tú no, claro, tu profunda dislexia emocional te impide decodificar sus complejos y enigmáticos entramados. Todas las horas son la hora cero y los vacíos con los que has aprendido a convivir cordialmente amanecen, sin más, desordenados, deformando los bordes afilados de eso que ahí fuera llaman plenitud. Sigues caminando (porque vivir es avanzar hacia delante, eso dicen) pero lo haces despacio, tarareando torpes melodías con las piernas y piensas entonces que tus pasos comparten cierta morfología podal con aquellas canciones que nunca obedecieron a un propósito, que jamás encabezaron las listas de éxitos, que duermen apaciblemente en un rincón olvidado sin más pretensión que vetear los tímpanos del silencio. Respiras hondo, retienes sus armonías en el paladar, avanzas en trance sinestésico adecuando el ritmo de tu marcha al "correcto" devenir social y piensas que en su intrascendencia son terriblemente hermosas, eso piensas, que esas canciones (tus pasos endebles y desacompasados) también son hermosas e imprescindibles. El futuro es una estepa, concluyes. Tampoco pasa nada porque no te presentes a las opsiciones de un presente simple y perfecto. Acaso sea ésta la lección más importante que vas a llevarte contigo al otro barrio. Entonces miras a tu alrededor, te guiñas un ojo con indulgencia, encojes los hombros, adoptas el gesto triunfante de quien cree superar una prueba vital y finjes tener todo bajo control, haber entendido a la perfección de qué va esta movida tan loca que es vivir. A escondidas, sin que se entere nadie, te sorbes los mocos y sigues cultivando con tierna ingenuidad el excelso arte de la incertidumbre.
Gema Fernández Martínez