Vuelve Vicente Muñoz, el último beat, el fanzinero salvaje, percusión leonesa, batería en agreste, agitador introspectivo, amante y amigo. Su libro, La poesía es un arma que carga el diablo está editado por LcLibros. Vuelve en esta Primavera sin luz, la primera parte del libro, para contar, recitar, buscar tablas de la ley, unidades distintas, el camino, el coche, el oficio, la distancia y el desierto, a la vez prisión: “A cuatro kilómetros de distancia” vs “Cuento/desde mi celda/las horas”.
Escucho sus canciones, nuestras canciones, en la alegría/tristeza de la poesía, una mixtape siempre abierta. Como antes había hablado de ti: Haga lo que haga en la tierra de 2020, Animales perdidos del año 2013, Cult Movies del 2011, hablando de los mohicanos de la era postal y de Vinalia Trippers y Regresiones y Regresiones II.
En este mismo Motel Margot siempre ha habido más hueco: Setas y otros relatos de la era pulp en 2021, el monográfico sobre El Ángel de Vinalia Trippers y León, tres espíritus para las Regresiones.
En Ubik, Emmanuel Carrere, el gran impostor, le pasaba las anfetaminas a Philip K. Dick. ¿Qué importa quién sueña a quién, si todo son pesadillas o ronquidos en mitad de la noche? “Me tengo que concentrar”. Eso también lo cantaban los Gabinete Caligari. Vestidos de Fritz Lang. Vestidos de sábado noche. De Eduardo Benavente.
El amor es la vida, la distancia, otra vez, el cielo nublo que anuncia tristeza, frío y lluvia: “A cuatro kilómetros/escasos de la tuya/pero infranqueable/aún/amor/abrígate”. El amor es la muerte del cóndor, la muerte es la vida que justifica el amor. Todos los poemas de nuestra generación están atrapados en la torre de la canción. Todos somos el fantasma de la venganza. Todos somos Hank Wiliams pidiéndole cuentas a Leonard Cohen. De todos se nos ríen los ángeles: “ y a los que nos han encerrado/no los olvidaré”.
Decía Ray Loriga que no tienes lo que quieres, solo lo que no puedes esquivar. Asumirlo es el primer paso para conseguir algo parecido a la felicidad: “Con esas cartas tienes que sobrevivir/medita bien/la partida”. Amor, amor es compañía y espera, es piel y aliento conocido: “Las cataratas/que velan sus ojos/las canas/que cubren tu hocico”. Besa y besa, luego solo quedará abrazar el vacío que dejas. Ciencia y miseria, eso es la enfermedad, todo, incluso el dolor, se convierte en algo tangible con el que intentas golpear la pared. Puede ser que el intercambio entre rabia y sudor funcione: “Y a dónde van sus partículas/esa energía/en qué se transforma”.
Seleccionar los recuerdos. Buscar la frecuencia olvidada en mitad de la nada, en lo analógico del despiste. Buscarte a ti mismo en el camino, en la voz del otro: “Dentro de mí/como alquitrán/arden los días”.
Llegamos al Bosque de Weir: allí donde se duda del pasado, donde el tiempo que se nos ha entregado se empieza a contar muy despacio, las promesas que se hicieron no se cumplen, dudamos del recuerdo, jugamos con la arcilla: “Lo que somos/querríamos/y podríamos ser/la cosa se pone fea”. Fuego que nos purifica, alma que arde en contradicción, el final que va a llegar es infierno en verano, Vicente, recuerda la canción de Leonard Cohen, recuerda el futuro (“he visto el futuro/y es un crimen”): “Males endémicos de nuestra sociedad/que agoniza/con distintos bozales/en el mismo lugar”.
«¿Crees en el mercado, Vicente? ¿Cree en ti el mercado, Vicente? Pelea contra la tormenta, busca el cobijo. La lluvia que cae es pesada. Tus dioses y los míos son los mismos. En ese cine, en esas películas, es donde la imitación se convierte en genialidad: “Hipocresía/todos los colores/la oscuridad”. Yo estaba allí, comprando ediciones piratas de los más extraños giallos».
De la dictadura de las cinco décadas, de los once lustros, del terror al miedo y viceversa: “en plena distopía/mi deber como poeta/es contarlo”. Vicente, ¿eres político? Viene el tercero, Lou, Lou Reed hablando con Roger Wolfe. Arde una Babilonia. Ya no hay izquierda. Porque el final siempre es un muro, siempre es la prisión y algunos zurdos se convierten en monstruos. Los poderosos son sádicos: “Con distintos collares”, estás, Vicente, en el alambre, entre dos edificios, ayer y mañana. Pero vas a caer, caerás, “Agota tanto este juego” Pajarillo de las voces de los muertos. Tú pides lluvias y caerán piedras. “Sangre y fuego/hasta que arda Roma/luego el diluvio”. ¿Quién eres tú, Vicente? ¿El que alimenta o el que es alimentado? El que ofrece unas migajas a los hambrientos o el que suplica por un poco de pan duro cuando cierran las panaderías? “y la mano que desde arriba/les da de comer/pienso/para las bestias”.
«Pides fuego y recibes calor, que te atonta y te deja tumbado en el aire acondicionado del paso narcótico, sabes que esa cama alquilada sostuvo mil cuerpos cansados antes que el tuyo: “Pronto estarás debajo del hielo”
Y La poesía es un arma que carga el diablo: Frank Miller fue el que conjuró al demonio en su cocina y le dio un traje rojo y un bastón y le arrastró hasta el barrio de los pecados, a la ciudad del striptease, solo para verle rabiar. Frank Miller es un personaje tartamudo del Rorschach de Tom King. Mira a Nick Cave y Hannah Montana cantando un blues con una guitarra de diez pavos: “Tú decides/las notas/y la música/que vas a tocar”. Tu tributo son tus palabras, su herencia, la oración. No les llames, el Ángel sigue aquí, todos con su maldición, tu maldición heredada.
Escribes y escribes, no sabes si es laberinto o abismo, pero está claro que el ovillo nunca termina: “Nunca se acaba el poema”. Tu bondad, Vicente, la bondad del poeta. No hay envidia, solo honestidad. Es una tabla escrita en verso libre, en montañas de libro que dejan atorado el tráfico del discurso: “Por exigirme tanto/a mí mismo/como me enseñaron/dónde el camino”. Y sigues con ello, primero te concentras y luego llega el olor a carne quemada. Qué recorrido, qué camino, gastas las mismas suelas que vendes. Sales de casa cuerdo y vuelves enfurecido. El cansancio tiene algo de locura: “Pase lo que pase/en la tierra/qué aleatoria y arriesgada/siempre/mi guerra”. No tires la toalla, necesito alimento, armas sinceras que besen nuestros ojos. Tango feroz, la leyenda de tanguito, como la canción de Vox Dei, como la canción de The Animals.
El final es el principio. Un abismo entre la vida y la muerte. Dos amigos. El viento ha cambiado y tú les sobrevives. Razones y sinrazones. Qué luz y qué oscuridad. Cuánto peso estar vivo. Siglos de lágrimas por delante. Es tu cometido, es tu amor por nosotros. Necesitamos tus versos, te necesitamos a ti: “Qué corto el viaje/qué breve la vida/qué efímero todo”.
Octavio Gómez Milián