He leído en alguna parte que los elefantes marinos del norte caen en una espiral del sueño hacia las profundidades del océano. Apagan la mitad de su cerebro y descienden en un sueño “unihemisférico” hacia lo desconocido.
No se me ocurre una metáfora más terrible y más hermosa de Castilla. Hoy caemos y caemos en un letargo lentísimo de pinares y trigales. Caemos hacia lo insondable, hacia el cielo trágico de los campesinos muertos.
A Castilla la insuflan el aire impostado del que agoniza. A Castilla la desnudan (la desnudamos) la orografía de su propio calvario. A Castilla se la esconde la identidad y ya casi no respira.
Esto podría acabar así pero necesitamos a los elefantes marinos. Primero pasan por un sueño de ondas lentas, luego a la fase REM mientras esquivan tiburones y orcas, y la parálisis del sueño hace que queden panza arriba como desmayados en una espiral onírica. Pero siempre despiertan y suben a la superficie en diagonal. En el poema por muy negras que se pongan las cosas siempre hay una claraboya. Alguien filma un plano cenital y le importa una mierda que haya o no una historia que contar. La vida se filma a si misma. No vamos a tapiar las metáforas ni la claraboya donde se asoma el ojo de un dios estrábico. Nosotras No queremos y no sabemos. Nos pondremos de pie una y otra vez. Lloraremos sobre el recipiente amarillo de la sequía y pondremos en órbita a los que dijeron ser y resultaron ser nada. Erigiremos un rectángulo negro en el corazón de la meseta y esperaremos la llegada. Nosotras que despreciamos la huida. No vamos extirpar el corazón sano de las dulzainas. No vamos a cortar las raíces que nos sostienen y nos iluminan. No quedan muchas oportunidades pero Castilla volverá a levantarse...
Roberto Ruiz Antúnez