El buen hermano, de Chris Offutt

 

 

Ésta es la primera novela que escribió Chris Offutt y ya es evidente su dominio de los materiales, por así decirlo: la estructura, las descripciones de los paisajes, la evolución del personaje principal, la trama, la recreación de esos tipos medio paletos que no conocen otras latitudes que su pueblo, el río y el bosque más cercanos, y sobre todo los magníficos diálogos, que serían ya mismo carne de película noir si alguien le pusiera interés y pasta.

En The Good Brother, con traducción de Javier Lucini, conocemos a Virgil Caudill cuando acaban de matar a su hermano Boyd. Otro tipo del entorno lo asesinó y nadie sabrá nunca el motivo. La ley no escrita de Kentucky dice que, si matan a alguien de tu familia, tienes la obligación de vengarlo. Porque el sheriff no hará nada, más allá de ocuparse en algunos interrogatorios. Virgil trabaja como basurero y no le guían grandes aspiraciones. Tal vez ascender a capataz, quizá casarse algún día con Abigail, poco más. Pero a su alrededor crece la presión: todo el mundo comenta que debería ejecutar a ese fulano que corre suelto por ahí, que debería vengarse ya mismo.

En esas primeras páginas comprendemos su agobio y conocemos a su hermano asesinado, Boyd, por las palabras que otros le dedican: es ese gran personaje de la narrativa (literaria y cinematográfica) al que tardamos en ver, como Kurtz en Apocalypse Now, o a quien nunca conocemos de primera mano porque al entrar en la historia ya está muerto, como la madre de los personajes de Mientras agonizo. Offutt consigue erigir un gran personaje, pendenciero, audaz, hablador, aventurero, como un Neal Cassady de los 90, sólo utilizando las palabras y los recuerdos de otros.

En un momento de la novela Virgil decide marcharse sin comunicárselo a nadie y cambiar de aires, también de identidad. Escondido en Montana, apuesta por cambiarlo todo, por renunciar a quien era y convertirse en otro: un nombre distinto, otros documentos, sin pasado, sin amigos, sin familia. Un entierro de su anterior yo. Con esto empieza también la extrañeza: aprende cómo es esa especie de muerte simbólica y renacimiento, lejos de su tierra y de sus seres queridos. En este nuevo paisaje afronta el frío, la nieve, la soledad, la falta de charla de sus habitantes.  

Y en esa región conoce a un grupo de tipos obsesionados por las armas, atentos a las conspiraciones del gobierno y defensores de una libertad que empieza por el derecho a estar armado y a establecer la supremacía de los hombres blancos, actitudes con las que Virgil (ahora convertido en Joe) no está de acuerdo. Éste es otro de los grandes aciertos del libro. Porque aquí Offutt está retratando a los que luego se convertirían en esos votantes de Trump que esgrimen armas y que entraron en el Capitolio con banderas, disfraces y maneras violentas. Hombres de ideas equivocadas que repudian a los extranjeros y que sólo piensan en defenderse con rifles y pistolas. La clase de tipos que John G. Avildsen retrató de manera eficaz en su filme Joe (Tarantino explica muy bien la película en su libro de ensayos). Como suele decirse: de aquellos polvos vienen estos lodos. Aquí va un trozo del parlamento de Virgil ya convertido en Joe, víctima del desarraigo y la añoranza:

Es como si mi mundo tuviese un agujero por el que se hubiese escapado la vida. Ya no puedo caminar sobre una tierra que se conoce mis pies de memoria. Echo de menos acercarme al arroyo y divisar mi cerro natal, aguardando mi regreso. Echo muchísimo de menos estar en el bosque. Recolectar ginseng y setas. Llevo un año sin ver luciérnagas, sin ver el rocío. Aquí los colores no varían mucho. Los cerros persisten en un verde oscuro, en invierno se vuelven blancos y luego vuelta a lo oscuro. No hay pájaros cantores ni chotacabras. Podría zamparme piscinas de sopa de alubias con pan de maíz. Echo de menos la carne de cerdo como no te puedes hacer una idea. Creo que por aquí nunca han oído hablar de los puercos.
Pero, sobre todo, echo de menos a mi familia. A mamá. A Sara y a todos los demás. También a Boyd, aunque esté muerto. No dejó rastro en este territorio. Por aquí solo está vivo en mi cabeza.




[Sajalín Editores. Traducción de Javier Lucini]  

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