El ya de por sí amplio universo literario de Vicente Muñoz Álvarez se ve agrandado por su último libro de poemas, La poesía es un arma que carga el diablo. Un libro que se caracteriza por hacer santo y seña de la Verdad como bandera de identidad; digo Verdad con mayúscula porque para el autor leonés queda claro que lo importante es hablar sin tapujos de las taras de nuestra sociedad: políticas, educativas, sociales, vitales e incluso las poéticas. Es difícil encontrar un o una poeta que se arriesgue, sin miedo a perder lectores o a ganarlos, a diseccionar el mundo que nos está tocando vivir de una manera tan clara, con un lenguaje directo, próximo al aforismo, que en un ejercicio de decantación cada vez mayor de su poesía ofrece la Verdad desnuda, vital, pero también social y política.
Nacho Escuín, en el prólogo que tan acertadamente ha titulado “Poesía contra la hipocresía”, en un guiño hacia el gran poeta ético del siglo XX, Claudio Rodríguez, dice: “… la honestidad «Siempre es un don» como diría Claudio Rodríguez, otro poeta de los de verdad, y al mismo tiempo una responsabilidad y una pesada carga que el poeta porta”. Con estos mimbres Vicente nos ofrece un tríptico que avanza desde los tiempos de la pandemia hasta las más recientes pérdidas de personas muy queridas para él: Rodrigo Córdoba y David González. En ocasiones, se ha etiquetado a la poesía de nuestro autor como autorreferencial, pero siempre va un paso más allá: tomando como centro su propia experiencia, a modo de microcosmos, la expande hacia el macrocosmos de nuestra experiencia vital, la de todos. Una visión que a muchos puede incomodar, pero que no nos debería dejar indiferentes a ninguno de nosotros.
El libro se abre con “Primavera sin luz”. Aquí la experiencia del confinamiento, que se define como: “días sin huella / lágrimas que anegan / nuestro corazón”, se hace más llevadera gracias al amor, que es visto como un grito de libertad frente a los hogares que en el libro se convierten en “celdas”, una experiencia que nos ha convertido en muertos en vida. En este lugar quiero marcar un espacio que nos define y en este libro se abre como hábitat necesario: el “entre”. Con este concepto me refiero al lugar que por ejemplo llena el amor entre dos personas o que se marca como muerte en vida o vida en la muerte en los siguientes versos: “yo estoy vivo / y vosotros / estáis muertos /… / o era al revés / yo estoy muerto / y vosotros / estáis vivos”. Sin embargo, esta visión que parece personal se abre hacia lo político y lo social, con críticas hacia el sistema que abocó a lo privado a la crisis y que nos confinó a todos en “celdas”. La solución la ofrece la dicotomía que marca la obra de Vicente, que no es otra que la ensoñación de la literatura frente a la desilusión de la vida. En este libro las antítesis, casi siempre relacionadas con el dos en el resto de su obra, se abren hacia el número tres, pues serán tres los elementos que ofrezcan estos juegos de opuestos: “… la desilusión / el desencanto / la angustia /… / el sosiego / la magia / la ensoñación”. Pero si hay una novedad formal destacable en este texto es la estructura del poema abierto; muchos de los poemas se cierran con un interrogativo que deja al lector y a la voz poética expectante por el futuro: “a ver / me pregunto / qué sale de ahí”; pero también como invitación ética a la acción, como en el poema “La conciencia es una enfermedad”: “hacer bien / las cosas / en la vida / … / y los demás / me pregunto / qué”. Esta apertura que enriquece al poema y a la propia poética del autor lanza el poema hacia el futuro lector creando ese “entre” al que me refería con anterioridad, se obliga al lector a contestar, aunque sea inconscientemente a esas preguntas, y ese movimiento ocupa ese lugar específico que existe entre las personas y que sólo la ética puede ocupar, un moveré que nos impele a actuar si es que todavía queda en nosotros algo de empatía por los demás. Esta empatía es otro de los temas fundamentales que gravitan sobre el libro; en “Remember” encontramos los siguientes versos, que la voz poética pone en boca de sus padres: “las becas / las ayudas / las prestaciones / las subvenciones / son para los que / las necesitan”. La acerada crítica sigue con referencias a la manipulación mediática en la que nos encontramos insertos, la mentira en la que vivimos instalados, el autor diferencia “la palabra” de “el ruido” en el poema “Reina el caos”. Encontramos frente a estas nuevas formas de poetizar lugares comunes en la poética de Vicente, como el desplazamiento de la voz poética respecto a su lugar en el mundo, ese sentimiento de no pertenencia que tantas veces se apunta en su poesía, en “Títeres”: “hay piezas en él (mundo) / que no encajan / seguramente yo /cuál es mi sitio”. Aparece una solución cercana al pensamiento libertario, anarquista, antisistema, fruto de esas mentiras y ese engaño continuo, en el poema “Presión”: “lo que te mete / el Sistema / en la sangre /y el corazón / qué daño hace”; sin embargo, hay soluciones como el amor, la ensoñación o la literatura que aparecen en forma de luz “disipando / las tinieblas”.
La segunda parte, “Bosque de Weir”, ahonda en la crítica política y social, que amplía hacia la poesía social y su función en la sociedad. Se abre este bosque con un poema foucaultiano, donde la metáfora de la casa como cárcel se hace extensible a los medios de control del estado, en este caso la escuela que aquí se identifica con “presidio” o “celdas”, donde “los curas” educaban con “las amenazas / los castigos / los deberes” . La voz poética se rebela contra ese sistema y el control que ejerce el “Poder”, se augura una sociedad “que agoniza / con distintos bozales” a causa del miedo. Una sociedad donde las personas nos hemos convertido en “la mercancía” que mueve el mercado libre. La única solución es ir contracorriente frente a, como nos dice el poema “Giallo”: “hipocresía / todos los colores de / la oscuridad”. Vivimos una distopía en la que el “deber / como poeta / es contarlo”, por tanto, poesía de denuncia, que como dice el libro es su deber denunciar “lo injusto y aleatorio / de cada sistema”. Frente a la hipocresía del positivismo impostado “rebelarse contra / un sistema de Poder / o contra todo / sistema de Poder / sin ataduras”. Incide en la vacuidad de las formas de relacionarnos por medio de las redes sociales donde todo es impostura, por ello el lugar del poeta es “al filo de la navaja / bajo el volcán/ … / frente a la mansedumbre / contra el adoctrinamiento / frente a la conformidad”. Siempre hay esperanza frente al adoctrinamiento que se define como “pienso / para las bestias”. Termina esta segunda parte con un claro “dejadnos ser” que defiende el individualismo como solución, “tierra de nadie / mi único reino”; ese “entre” como único lugar donde el individuo se puede desarrollar fuera de manipulaciones y mentiras.
Se cierra el libro y este tríptico con “La poesía es un arma que carga el diablo”. Vicente mete el dedo en la llaga de la poesía, plantea dos caminos “para evadirnos / para anestesiarnos / para complacer “; o bien “para conocernos / para interrogarnos / para comprender”. Tampoco se olvida de los críticos literarios que tantas carreras han cercenado con sus valoraciones. Sin olvidar a todos los poetas anónimos que el canon ha dejado de lado. Para ofrecernos su propia poética donde la vida y la poesía se confunden, una poesía de la luz que “ilumina / o abrasa”, con sus exigencias y sus dudas, que pueden llevar al artista a su propia destrucción; en el poema “Cómo puede destruir el arte los artistas” leemos: “cómo se aíslan / obsesionan / y distorsionan / sus vidas / hasta / la extenuación / y el caos / por qué “. Como dije al principio, en esta parte se habla de los amigos desaparecidos, de aquellos que en otras ocasiones Vicente ha denominado “perros de lluvia”, David González y Rodrigo Córdoba, que aquí tienen su merecido homenaje.
Debo señalar que este libro además de expandir la poética de Vicente Muñoz Álvarez con el uso de poemas abiertos y la ampliación de las antítesis hacia el número tres, se caracteriza por la creación de ese lugar “entre” que todos deberíamos buscar y que nos podría definir en lo personal, “ese lugar / dentro de mí / que lo ilumine todo ”, ese poema, “la trinchera / y la guerra / la sangre / y el corazón / justo en el medio / el poema”. Pues esa es la búsqueda de este libro de poemas que, aunque nos ofrezca una crítica feroz de lo político, lo social, lo literario, lo humano, no es más que una búsqueda de la luz, de esa esperanza que nos permita seguir sobreviviendo a un mundo hostil, y como dice la voz poética “sigo caminando / aunque no sepa / hacia dónde / al amanecer “.
Pablo A. García Malmierca,
Aldealengua, 9 de abril de 2023.