Segundo plato
Cuando hay hambre
todo es bueno
y hasta el santo
se hace experto
en matar y rebanar
Hanny subió los peldaños de la
escalera de tres en tres. Estaba cansado de pelear, de soltar puñetazos, de
robar carteras, de ser el machito alfa de la pandilla callejera. Como cada
noche, su madre le había dejado preparada la cena antes de marcharse a
trabajar: patatas con judías. No había para más. Aunque siempre se acostaba
medio vacío, aquel plato era todo un manjar. Ella era la única que lo mimaba,
que lo comprendía y que, por ende, lo conocía.
En el destartalado cuarto que
hacía las veces de salón comedor, tirado en el sofá –como siempre— estaba su
padrastro dentro de un mar abominable de cervezas Aurum de Caprabo,
colillas de tabaco para liar y comida precocinada: compañeros de esa party
inanimada que le acompañaban a diario durante los 364 días del año. Dormitaba
con unos sonoros ronquidos de gorrino cebado. Estaba lo suficientemente
engrosado como para llevarlo al matadero. Hanny, no comprendía qué encontraba
su madre en aquel amasijo de tocino cuya única ambición era ver los Reality
Show televisivos entre exabruptos y ventosidades antes de entrar en su
perpetúo delirium tremens.
Lo miró quisquilloso durante un
buen rato antes de calentarse el plato. Siguió observándolo, mientras devoraba
con ahínco la totalidad del hervido y rebañaba las sobras con rastras de migas.
Sin embargo, seguía hambriento. Así que tomó los instrumentos cárnicos de la
cocina y le rebanó el pescuezo. A continuación, con la templanza propia de un
cirujano experto, lo troceó. Su padre había trabajado en el matadero y de niño
lo vio descarnar numerosos animales; así que, manipulaba los cuchillos con una
habilidad pasmosa. Cuando el páter familia murió de repente, se quedaron sin
apenas sustento. Y, uno de sus amigos –sin oficio ni beneficio—, aprovechó la
tristeza de la viuda para tener un techo. Hanny lo odiaba y estaba harto de
pasar hambre. Esa noche, tuvo un segundo plato.
La carne humana le sentó tan bien
que guardó los restos en el congelador con bolsitas etiquetadas e
identificativas de la parte conservada. Sabía que nunca volvería a pasar
hambre.
©Anna Genovés
Revisado el quince
de abril de 2023
Imagen
tomada de la red
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*Microrrelato
incluido en el libro de relatos La caja pública, Asiento propiedad intelectual
09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon.
ISBN-10:
1502468433 ISBN-13: 978-1502468437