¿Por qué siempre Malcolm Lowry, cuando estoy en ruta, dentro de mi cabeza? Porque en Bajo el volcán, cumbre de la narrativa del siglo XX y desafío personal para mí, repite como un mantra una frase que para cualquier perro de la lluvia (como diría su hermano Leopoldo María Panero) hace temblar el aire: no se puede vivir sin amor... Esas palabras, cuando me toca dormir en hoteles de carretera, el de Simancas ayer, por ejemplo, lo sintetiza y resume todo: la soledad de las noches de ruta y las sábanas frías, el extrañamiento y el alejamiento, la tristeza y desolación de sentirse perdido en la tierra, y los misterios de la carne y el corazón: sin amor no se puede vivir en ningún lugar del mundo, pensaba mirando el techo en la oscuridad del motel, pero menos aún lejos del hogar, al borde de una autovía escuchando los camiones y coches pasar, ese rugido constante, ese interminable aullido de los motores sobre el asfalto en la noche, ladridos en botellas rotas, y esa sensación hiriente de abandono y deriva, como espinas atravesando la piel en medio de la nada, cuánto duelen y lastiman, cuánto...
Vicente Muñoz Álvarez